XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: Obras que halan de Dios

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Y ahora, Israel, escucha los preceptos y las normas que yo os enseño para que las pongáis en práctica, a fin de que viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que os da Yahvé Dios de vuestros padres. No añadiréis nada a lo que yo os mando, ni quitaréis nada; para así guardar los mandamientos de Yahvé vuestro Dios que yo os prescribo.
Guardadlos y practicadlos, porque ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente. Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que le invocamos? Y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy? Deuteronomio 4, 1-2. 6-8

Estamos en la actualidad sufriendo una no pequeña inseguridad moral, debido entre otras cosas a haber pasado de una moral rigorista a comportamientos demasiado relajados, de una moral prohibitiva a una excesiva permisividad social, de una moral casuística a una moral muy de principios generales, de una moral leguleya a un desmedido subjetivismo moral...

Y lo peor no es esta inseguridad moral, teñida de sospechas contra mandatos o prohibiciones indebidos de ayer. Lo peor es cuando se llega a una amoralidad o pérdida del sentido del bien y del mal, y ya no se da reparo moral alguno y cualquier acción se convierte sin más en buena por el mero hecho de haberla elegido el propio realizador.

Es entonces cuando se echa de menos una moral básica y fundamental, personal y testimonial. Y se impone la necesidad de diferenciar lo que es el Mandamiento de Dios y los otros mandamientos a que nos aferran ciertos tiempos y culturas. Se requiere un fino discernimiento entre lo que es la verdadera Tradición cristiana y las tradiciones de nuestros mayores; entre lo que es la obligada y dócil aceptación de la “Palabra que ha sido plantada y que es capaz de salvarnos” y las muchas palabras que nos dificultan oír al Dios cercano que en la conciencia personal y desde la conciencia comunitaria nos decreta la absoluta y siempre actual Ley del Amor a Él y a todos sus Hijos...

Y, ante todo esto, se impone la pregunta: ¿con qué tipo de moral los cristianos nos haremos más creíbles, mejor vistos, más plausibles? ¿Qué talante de moral nos merecerá de los no creyentes la valoración de inteligentes y sabios? ¿Con qué pautas de conducta y con qué testimonio de vida haremos más cercano a Cristo ante descreídos e increyentes? ¿Cómo podremos presentarnos, ante tantos y tantos hombres de buena voluntad que “pasan” de nuestras morales positivas, como comunidad referencial, como conciencia crítica relevante, como colectivo ejemplar, como pauta estimulante y atractiva...?

Por supuesto que hacemos el ridículo y perdemos credibilidad cuando, aferrándonos a purezas secundarias y a tradiciones obsoletas, no primamos ni depuramos nuestra conciencia interior. Cuando rehuimos contaminarnos con ciertas personas ignorando que sólo el contacto con la miseria nos hace “presentables” ante Dios. Cuando nos llenamos de hermanos los labios y el corazón a la hora de nuestras moralidades culturales. Cuando honramos con los labios a Dios sin un corazón cercano hacia sus Hijos y Hermanos nuestros...