XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 10, 46-52: Ojos para quienes tienen fe

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno empezó gritar: Hijo de David ten compasión de mí. Jesús se detuvo y dijo: llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: Ánimo, levántate, que te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver. Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. (Marcos 10, 46-52)

Al preguntarnos por las cegueras humanas, no es difícil encontrarnos con ciegos de todo tipo, necesitados de mejor y mayor vista:

Ojos humanos, aplicados a microscopios y telescopios, incapacitados para ver más allá de las realidades caseras.

Ciegos de nacimiento, reclamando de la ciencia un transplante de córneas, con las que dejar la noche que los ciega.

Miopes y astigmáticos, en busca de lentes y lentillas para potenciar y embellecer su mirada deficiente.

Personas obcecadas, que no ven más allá de su propia visión.

Personas a las que la pasión las ciega, imposibilitadas para ver sin prejuicios e intereses propios.

Personas tan pagadas por la visión que del mundo les dan los métodos experimentales, que se cierran a horizontes mayores que sus propias narices de carne.

Personas que conceden a sus ojos propios la capacidad total de visión y que no sienten necesidad de que en el camino de su vida Alguien les dé ojos nuevos, una concepción trascendida del mundo, una visión nueva de la vida, unos ojos de Dios, una vida iluminada y luminosa de fe.

Tantos y tantos ciegos, físicos y morales, que, unos sabiéndolo y otros ignorándolo, se encuentran como Bartimeo al borde del camino, con la posibilidad todos ellos de encontrarse con la oportunidad de que ese Alguien que de tantas maneras pasa por sus vidas les diga misericordioso “¿Qué quieres que haga por ti?”

Porque los demás transeúntes podrán darnos limosna, taquígrafos y color, horizontes de corto o mediano alcance, corneas y lentillas de visión progresiva. Pero es de una mayor y mejor luz, de lo que todos los hombres estamos necesitados. Necesitamos que Cristo, Luz del mundo, penetre de nuevo en nuestros ojos sedientos de trascendencia y profundidad ; y que, tras el despojo de nuestros mantos superficiales, demos el salto hacia Él, hacia nuestro más profundo centro, hacia la verdad de nuestro propio ser, sin temer gritar a pleno pulmón , haciendo que nuestro grito de pobres atraviese las nubes hasta que alcance a Dios, el Ojo del mundo universo.

Pero para esto hace falta saberse ciego, percibir y sufrir la propia ceguera, y notar, ante el testimonio de los que ven mejor, la presencia de Cristo que pasa al borde de nuestro caminar humano.