Solemnidad: Todos los Santos.

San Mateo 5, 1-12ª: ¡Ya todos "canonizados"!  

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Luego vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes había encomendado causar daño a la tierra y al mar: No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios. Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel.
Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero. Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, Amén
Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido? Yo les respondí: Señor mío, tu lo sabrás. Me respondió: Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero. Apocalipsis 7, 2-4; 9-10

S
i fuéramos de tumba en tumba en este día de los Santos, preguntando a cada muerto si fueron santos en vida, todos nos dirían que empezaron a serlo, y casi todos añadirían que ahora ya lo son del todo.

Nos dirían que, aunque se murió, en realidad ninguno murió. Que ahora viven como nunca vivieron. Que los muertos prácticamente no existen...

Nos dirían que sus ojos se ampliaron con la muerte, porque Dios les regaló, al morirse, una mirada total. Que jamás sospecharon hasta dónde llegarían sus amores, al estar, como están, metidos ya del todo en el corazón siempre en activo de Dios. Que nunca fueron tan entrañables y desbordantes sus gozos, porque jamás como ahora los penetró el Señor...

Nos dirían que sus granos enterrados se convirtieron en pletóricas espigas. Que sus frías sepulturas cambiaron su mármol frío en calientes cunas de niño estrenado, tras convertirse en nanas navideñas los lúgubres responsos. Y que sus mortajas, lavadas con la sangre del Cordero Crucificado, se transformaron en vestiduras más blancas que la nieve. Y que las coronas mortuorias florecieron en palmas victoriosas en sus manos renacidas. Y que cada una de la gota que ellos fueron, todas o casi todas, sin dejar de ser ellas, ahora Dios las hizo ser mar...

Nos dirían los muertos - perdón, los nuevos vivos - que el cielo les sabe ahora a más cielo porque ya lo pregustaron en la tierra. Que el laurel de la victoria se les ciñe más y mejor en sus sienes coronadas, porque sus pies de corredores conocieron el spring. Que el mar inmensurable de la plenitud divina desborda ahora las minúscula ribera de la gotita pequeña que vocacionados de mar aceptaron ser en el tiempo...

Para ello ¡cuántos ojos en vigilia prolongada, a la espera del Día total, del Dios total, del Amanecer total! ¡Cuánta lámpara encendida, con aceites de repuesto repetido, aguardando los abrazos fecundantes del Esposo apetecido! ¡Cuántas noches sin sentido, cubiertas de oscuridad y vacío, invocando y provocando al nuevo Sol y su definitiva Presencia !

De por vida, todo esfuerzos, todo asaltos, todo fueron intentonas de sediento, a la espera de abocarse a la Fuente Universal. Todo fueron estrategias amainadas de Dios y gimnasias voluntariosas de pigmeos convocados por Él desde siempre a ser gigantes. Todo, ensayo tras ensayo, para lograrse a sí mismo el hombre. Todo, dolores de parto prolongado para nacerse del todo la criatura santa que Dios puso en sus entrañas de hombres...

Ellos son la muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, a quienes hoy veneramos como santos, con altar o sin altar, y que porque empezaron a serlo en la tierra, lo son ya del todo en el cielo.