XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 13, 24-32: Tras la ruina, la Reconstrucción total

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.

Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre. Marcos 13, 24-32.

Hasta entonces aquel hombre no había percibido su propia caducidad. Para él sólo los otros morían. Con él, en realidad, no iba la “cosa”. Su vida no tenía fecha de caducidad, y su muerte era una muerte “sine die”. Sus ojos, se decía sin decírselo, seguirán siempre viendo, y sus manos tocando, y andando sus pies... Veía lógico y normal que los viejos dejaran de existir, o incluso que algún que otro joven muriera prematuramente. En cambio, morir él, ser enterrado él, ser olvidado él... le resultaba tan improbable y lejano que prácticamente se le hacía irreal e imposible...

Y sin embargo aquella primera cana que sin su permiso le salió ; aquella arruga obstinada que se empeñó en permanecer ; aquel amago de infarto que le dio inesperadamente ; aquella hoja amarillenta que en otoño vio desprenderse de su árbol vital ... le tiraron despiadadamente por tierra su presunta e infundada inmortalidad... Y fue tal su desconcierto y tribulación, tan grande su conmoción y desmoronamiento, de tal intensidad su sensación de acabamiento y expropiación existenciales, que un sol hecho tinieblas o una luna sin resplandor o unas estrellas caídas le parecían un débil trasunto de lo que ocurriría en su persona cuando le llegara el momento de su muerte... ¡En su oronda y autosuficiente manzana se había hecho notar el inexorable gusano que todos llevamos escondido agazapada y silenciosamente... !

Fue aquel un momento dramático y crucial, asesino y vital. La vida de aquel hombre, todavía vivo, “tocó fondo” con aquella apocalíptica experiencia personal. Entonces - ¡oh aquella yema brotada en la rama tierna de aquella higuera invernal! - entonces todo su corazón, toda su alma, toda su mente, todo su ser... se dirigió a la desesperada - ¿por qué no “a la esperada”? - hacia un Alguien primaveral que lo pudiera sacar de tan duro trance. No importaba, no le importaba, si como contrapartida todo su ser anterior debía desaparecer para dar paso recreador a las semillas inmortales que anidaban en su entraña. En aquel cataclismo suyo moriría, sí, el hombre mortal, pero renacería otro nuevo. Sería el momento y la hora de ver venir sobre las tumbas abiertas al Hijo del Hombre con gran poder y majestad desde los Cielos Nuevos a una Tierra Nueva. Sería la gran ocasión de poner “de patillas” todo, para recrearlo todo.