Solemnidad: Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo B

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Juan 18, 33-37: Siervo de verdad y Rey de la Verdad

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo:¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondió Jesús:¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí? Pilato respondió: ¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Respondió Jesús:”Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.”
Entonces Pilato le dijo: Luego, ¿tú eres Rey? Respondió Jesús: Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Esto de tener que hablar de Jesucristo echando mano de nuestras palabras, es sentirse simultáneamente provocado a una permanente y obligada rectificación. Si no lo nombramos con nuestras expresiones caseras, lo condenamos al anonimato y le negamos su calidad de un “Dios con nosotros” que ha tomado nuestra carne y nuestro lenguaje para expresarse en ellos. Y si lo nombramos utilizando nuestros vocablos en circulación, debemos a continuación rectificar tales designaciones porque ninguna de ellas, por muy precisas y matizadas que sean, expresan con justicia y justeza la inefable realidad de un “Dios con nosotros”. Juan 18, 33-37

¿Que venimos en designarlo y lo designamos rey? ¡Pues bienvenida esta expresión! Porque, efectivamente, Jesucristo es nuestra regla con la que se arregla todo lo torcido del mundo. Porque Él es el criterio último y supremo a que recurrir para dilucidar nuestras injusticias y nuestras justicias humanas. Porque Él es el principio más radicalmente iniciador y promotor de todo hombre y de todo el hombre. Porque Él es el mayor y el mejor remate coronador y ultimador de toda criatura. Porque Él es el pacificador nato de cuanto dividido e irreconciliado existe en el corazón de las personas y colectivos sociales. Porque Él...

Pero... eso sí: Rápidamente a destronarlo de los tronos que lo tengan y mantengan alejado e insensible a los que yacen en el estiércol Rápidamente a hacer que los chabolistas habiten los palacios o a irse a vivir con ellos a una de las chabolas tercermundistas. Rápidamente a sentar a los hambrientos en los banquetes del progreso o a ponerse en fila para atrapar las migajas que le sobren al Epulón. Rápidamente a querer eficazmente para todos los desheredados el médico particular, el colegio elitista, el abogado eficaz... que los reyes de este mundo buscan y compran para sí y para los suyos. Rápidamente a destruir arsenales atómicos y a dejarse si es preciso matar antes que equiparse para ajenas matanzas. Rápidamente a dejar de promover campos de golf, si hay agua en el desierto con la que convertirlo en vergel. Rápidamente a quitarle a Jesús la designación de rey, si al aplicársela a Él lo hacemos titular de un reinado guerrero, injusto, mortificador y títere...

Y es que Cristo verdaderamente es rey, y para eso ha nacido y para eso ha venido al mundo. Pero, al mismo tiempo, el de Cristo no es un reino de este mundo. Y es por esto por lo que los reyes de la tierra pueden ver en Él simultáneamente censura, refrendo y trascendencia ideales. Y por lo que, al tiempo que nos enorgullecemos de llamarlo rey, rápidamente nos sentimos provocados a no darle nuestras coronas insuficientes, marchitables u oxidadas.