I Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 21, 25-28. 34-36: Tras las ruinas ¡Construcción!

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

"Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustias de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación." Lucas 21, 25-28

"Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por la preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improvisto sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre."

Los sismólogos, esos hombres que predicen terremotos, habían anunciado con tiempo el derrumbamiento total de aquella ciudad señorial y cochambrosa. Todos los ciudadanos deberían ser evacuados y llevados al desierto. Los templos, los edificios oficiales, las casas, las cosas todas quedarían engullidas cuando la tierra, como un león hambriento, abriera sus fauces para tragarse la ciudad.

Por su parte los urbanistas, esos otros hombres que diseñan ciudades nuevas, se frotaron las manos y la esperanza, ideando proyectos y modelos para la futura ciudad. El terremoto sería para ellos su gran ocasión, el comienzo de sus esperanzas y el término de la decadente e inhabitable ciudad.

La ciudad se llamaba Jerusalén, Sodoma, Gomorra, Babilonia, Roma, Nueva York, Moscú, Diablópolis, Otan, Pacto de Varsovia, Civilización hedonista, Industria de la muerte...

Y llegó el terrible día. ¡El gran día de la ruina de las ruinas! El último día de una ciudad vieja y el primero, doloroso y sepulcral, de una ciudad por nacer. Hasta las estrellas y valores parecía que también se derrumbaban. Los soberbios, los borrachos, los avaros, los ególatras, los impuros, los inmisericordes, que no quisieron huir de su vicio y su ciudad, fueron atrapados por el lazo y los escombros, Las otras gentes huían enloquecidas hacia el desierto salvador sin aliento en sus gargantas. Había también gritos y alaridos, como si en dolores de parto la ciudad arruinada y la creación entera estuvieran asistiendo al comienzo de una navidad prodigiosa..

Y fue entonces cuando todos vieron al Hijo del Hombre venir en una nube con servicio y humildad, dispuesto a hacer nuevas todas las cosas y a todas las personas. Venía a acampar sobre las ruinas del hombre, tras haber sufrido su personal terremoto y su sepulcral enterramiento. A todos los hombres ruinosos los invitaba a levantar la cabeza y a gozar la incipiente liberación. Traía con Él el mejor diseño de ciudad y ciudadano que pueda soñar un hombre: la nueva Jerusalén ataviada como una novia, la morada de Dios con los hombres, la civilización del corazón, el Enmanuel colectivo, la Navidad permanente...

Mientras tanto, con las primeras yemas apuntando a primavera, sonaban las primeras castañuelas infantiles, se descorchaban los primeros villancicos..., y la ciudad renacida recomenzaba el Adviento, revestida de morado y esperanza.