IV Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 1,39-45: Visita agraciada y agradecida

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá." Lucas 1, 39-45

¿Qué siente el hombre de hoy, qué dice, cómo reacciona, cuando un cristiano se acerca a él? ¿Qué experimenta, cómo reacciona nuestra sociedad, cuando la Iglesia se aproxima a dialogar con ella... ?

¿Reacciona, bendiciéndonos a la manera como Isabel bendice a María? ¿Descubren en nosotros el humanismo de los humanismos, al Hombre bendito entre todos los hombres? ¿Aparece la Iglesia como portadora de la mejor bendición que el mundo puede recibir? ¿Experimentan los indiferentes y descreídos al contactar con nosotros que lo mejor de su persona interior empieza a agitarse y a dar saltos de gozo? ¿Nos consideran dichosos y privilegiados, al ver que en nuestras vidas personales y comunitarias se vive y se cumple lo que decimos creer y celebramos? ¿Damos alegría, despertamos “envidia”, provocamos interrogantes y admiraciones, nos llaman felices y dichosos la vista de la dicha que gozamos por haber obedecido a los que el Espíritu nos ha dicho... ? ¿O no provocamos nada?

Porque un cristiano, una Iglesia, o son rechazados y maldecidos como Cristo; o, por la lógica del don ofrecido, cosechan, aun sin pretenderlo, aprobación, plausibilidad y alabanza.

Y es que, cuando una persona recibe de la Iglesia el servicio de la concientización y vivencia de sus propios y íntimos valores; cuando, en vez de verse condenado, descubre el reconocimiento de sus más preciadas riquezas interiores, abre de par en par su casa a la Iglesia, y agradecido por tan beneficiosa visita y caliente presencia agradece los servicios ofrecidos y acoge de mil amores a tan beneficioso huésped.

Lo malo es cuando merecemos que se nos ponga una escoba detrás de la puerta, o que nos demos con las narices en la puerta del mundo. Porque entonces, o no merecen la paz que les llevamos y ofrecemos, o es que estamos presentando nuestro mensaje y producto salvador en condiciones de imposible credibilidad o dificultosa recepción.

Ojalá que, al contemplar la escena de María y de Isabel, aprendamos a visitar y a ser visitados. Ojalá que las zonas oscuras e inhóspitas de nuestra Iglesia y persona se dejen visitar y “embarazar” por la fuerza del Altísimo. Ojalá que los hombres solos y solitarios, los autosuficientes y cerrados en sí, los estériles y abortivos ... reciban y acojan la asistencia domiciliaria del Espíritu y su Iglesia, y se dispongan así a experimentar un nuevo parto feliz de sí mismos.