II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Juan 2, 1-12: Bodas de vino y sangre

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: No les queda vino. Jesús le contestó: Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: Haced lo que él diga.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: Sacad ahora y llevádselo al mayordomo. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes si lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él. Juan 2, 1-12

No haríamos plena justicia al relato de las Bodas de Caná, si sólo nos quedáramos asombrados por la mutación milagrosa de seiscientos litros de agua en otros tantos de vino. Como tampoco captaríamos todo el sentido de la Eucaristía, si lo que más nos sorprendiera de ella fuera el cambio transustancial del vino en la Sangre del Señor.

No se trata , en efecto, de sólo creer que Jesús puede hacer tales o parecidos milagros, poniendo en ejercicio su omnipotencia creativa y recreativa para así obligar a los espectadores a caer de hinojos y rendirse a una fe impuesta: quien no hubiera tenido la suerte de ser espectador o beneficiario de un milagro, podría incluso encontrar en ello una excusa para su increencia.

Se trata, más bien, de captar el significado profundo de ese significante relatado; de percibir el contenido y densidad pascual de dicho signo, situándonos nosotros mismos dentro de una participación sentida y consentida, querida y convencida. De conectar creyentemente con Cristo, el Vino nuevo, ofertado por el Padre al mundo y trasmitido por la Iglesia a la humanidad con la que el mismo Cristo está desposado definitivamente desde su Encarnación.

Se trata de hacer una lectura implicativa y creyente del relato que hoy nos ocupa., utilizando la orientación que el autor del cuarto Evangelio nos ofrece al final de su obra como criterio de interpretación: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”

Se trata de asistir y celebrar, tras una ruptura radical y decidida con los ídolos del poder, del tener, del placer con los que con frecuencia nos casamos y emborrachamos, de celebrar y concelebrar, digo, una relación cordial de los creyentes con Cristo para tener vida en abundancia y vino en exceso. Una conexión más firme de los sarmientos con la Vid productora de Vino nuevo y bueno. Una esponsalidad más responsable de la Iglesia con Cristo el Esposo universal. Una progresiva transformación de nuestra comunidad, convertida cada día de abandonada en favorita, de prostituta en virgen sin mancha , de novia en mujer. De modo que, compenetrados más con Cristo y con los hermanos, se acreciente nuestro amor, aumente nuestra alegría y se verifique el banquete de bodas del Cordero en una tierra de justicia, de perdón y de paz…

Sólo así, además de lectores del relato de las Bodas de Caná, seremos asistentes contemplativos y beneficiarios experienciales de la primera revelación pública que Cristo hizo de su persona mediante un signo manifestativo de su gloria y acrecentador de la fe en Él de sus discípulos.