II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Juan 2, 1-12: Para mejorar las bodas

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: No les queda vino. Jesús le contestó: Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: Haced lo que él diga.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: Sacad ahora y llevádselo al mayordomo. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes si lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él. Juan 2, 1-12.

Os lo puedo jurar. Os puedo asegurar que vuestra boda ganaría en originalidad y autenticidad, y que vuestros corazones palpitarían a toda pastilla, a lo bestia iba a decir como dicen los jóvenes.

Comprendo que no está desgraciadamente al alcance de todas las parejas celebrar una boda así. Comprendo que salirse de la vulgaridad y de la no tan inocente frivolidad ( léase banquete, reportajes, desfile de modelos, agencia de viajes, idas y venidas...) os iba a suponer unas cotas y costes altos de heroísmo y martirio, de batalla social y familiar. Tendríais que hacer pasar vuestro corazón y vuestra pasión por la piedra y por la prueba de fuego y de la credibilidad.

Iba a merecer ciertamente la pena, tanto de cara a vuestro propio ranking personal como para el prestigio y alta cotización de tan degradado e inflacionado Sacramento del matrimonio. La cosa os iba a costar mucho, muchísimo, pero terminaríais considerándoos unos privilegiados con tal celebración nupcial. Ah, y los cimientos que pondríais para la construcción de vuestra casa y casamiento serían cimientos de oro puro, refractarios a toda oxidación degenerativa.

Pero ¿para qué seguir inflando el prólogo, si ni vosotros mismos estáis dispuestos a salvar vuestra celebración de los crespones negros que la convierten en una sangría y anemia , en un secuestro y raquitismo de vuestro mejor corazón ?

A todos nos resultaría más gratificante y menos frustrante dejar estas propuestas nupciales para mejores tiempos y parejas más crecidas. Por ahora tendremos todos que resignarnos a descafeinadas celebraciones cristianas del matrimonio católico; y, a falta de valentía para otra clase de emparejamiento, seguir haciendo de la celebración sacramental una ceremonia primordialmente social con la consiguiente usurpación semi-sacrílega del ceremonial religioso.

Y no me digáis que esto es aguaros la fiesta y convertir vuestras seis tinajas de vino en tinajas de agua. No me digáis que cursar invitaciones para vuestro banquete nupcial a pobres, hambrientos, subdesarrollados... es castrar vuestros afectos sociales y vuestro mejor amor recíproco. No me digáis que pediros este tipo de corazón como material necesaria para un sacramento cristiano es andarse por las ramas y lindeces. No me digáis que hacer de Cristo el invitado principal de vuestra boda, el Esposo fecundante de vosotros dos, es hacer de gafe y aguafiestas en vuestras legítimas aspiraciones a la felicidad.

Y es que, cuando los esposos deciden hacer de sus amores una actualización, una canalización, una participación, una expresión del amor que el Padre nos reveló en su Hijo Jesús Esposo de la Iglesia , lo primero que apalabran los esposos es su fidelidad indisoluble al amor a Dios y a los hermanos ; y entre los primeros y obligados preparativos para su boda se encuentra el entrenamiento en una entrega sacrificada y generosa a los demás como gimnasia y masaje artísticos de sus siempre crecibles y ofrendables corazones.

De esta forma, Jesús habrá seguido oficiando en los esposos sus signos, habrá manifestado en ellos su gloria y habrá crecido la fe de sus discípulos en Él.