Solemnidad. Epifanía del Señor

San Mateo 2,1-12: "El imán deslumbrador de Cristo

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:"¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo." Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.”»
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: "ld y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo." Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres. Le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino. Mateo, 2. 1-12

Estamos convencidos los cristianos de que Cristo, Luz del mundo, tiene capacidad de atracción más que suficiente como para seducir y fascinar a todo hombre de buena voluntad, sea cual fuere su condición y lengua, su religión y su raza, su situación y su cultura. Es tal la fuerza centrípeta que su Persona ejerce sobre todos aquellos a quienes se evidencia su estrella, que, una vez salida por el horizonte humano, provoca al hombre a salir de sus límites caseros, poniéndolo en la encrucijada de elegir inexorablemente entre su propia ceguera o su personal iluminación

Mientras que el hombre no adivine en Cristo la única posibilidad de realizarse en plenitud, señal es de que aún no se le ha revelado la “estrella de los magos”; de que no ha dado aún con la perla preciosa, con el tesoro escondido, con el centro irradiador de todo y de todos. Y es tan decisorio su universal imán, que, a la voz de su convocatoria y llamada, abrimos o cerramos el camino de la perfecta humanización del mundo. Deslumbrados y alumbrados por Él, salimos de nosotros mismos tras un primer radical desarraigo, para recobrarnos en su adoración recreados y multiplicados, y capacitados ya para echar a todos los hombres nuestros mejores y más generosos “reyes” y enseñar, al mismo tiempo, a los hermanos el camino que lleva a la adoración de tanto y de tal Infante, de Hermanito tan humano y tan divino...

Mas, a todo esto, ¿son nuestras vidas nubarrón opaco que oculta ante el mundo a Jesús, o transparencia atractiva que acreditadamente interpela y convoca? ¿Es tal nuestra experiencia de hijos de Dios y de hermanos de todos, que con ella quedamos ante el mundo convertidos en Luz de la gentes, en focos potentes de atracción e irradiación cristianas...? Porque cabe, ¡ay!, la posibilidad de que consumamos y no consumemos nuestra vida cristiana en sintonía y simbiosis con Cristo, a pesar de ser Él la Luz de la Historia y el Regalo supremo que Dios Padre “ha echado” de una vez por todas a la entera Humanidad. Y de que sea entonces “carbón” los “reyes” que merezcamos.