V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 5, 1-11: El pescador pescado

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

EEn aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara, un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Remad mar adentro, y echad las redes para pescar. Simón contestó: Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. ( Lucas 5, 1-11)

A primera vista el oficio de pescar hombres, en sentido estrictamente literal, más que una labor positiva de salvación humana, sería un oficio negativo con el que se produciría la muerte de los hombres pescados. Tampoco se avendría muy bien con el contexto evangélico una consideración metafórica de dicha pesca, como si se tratara de ir a la caza y captura, más o menos solapada y sagaz, de líderes o de afiliados para alguna determinada empresa.

En nuestro caso, el sentido del relato de la pesca milagrosa se sustancia y comprende mejor, si dentro de un contexto bíblico, se tiene en cuenta que el judío considera el mar como morada de Satanás y de las fuerzas contrarias a Dios, contra las cuales nada puede el hombre en orden a su salvación.

De ahí el deseo secular y progresivo, vivo en el alma hebrea, de un futuro Salvador, que, convertido en pescador de todo hombre y de todo el hombre, salvara y pescara a todos los engullidos por la mar enemiga, envueltos en las redes de la muerte y alcanzados por las lazos del abismo. Con él advenido y presente, señor y domeñador del mar, con poder para hollarlo andando sobre su encrespado lomo, será esperanza realizada , una vez pasado el mar rojo de su pascua personal, el que se puedan pescar en abundancia hombres de toda condición y sustraerlos de las garras del imperio del mal.

Ser pescadores de hombres para Cristo sería, pues, participar en la empresa de salvamento de todos los absorbidos personal y estructuralmente por los poderes maléficos y malignos, manifiestos y ocultos que produce y sufre todo hombre. La Iglesia sería la pescadora colectiva, designada y misionada para “pescar” a la humanidad entera, sumergiendo al hombre en la muerte bautismal de su Señor Jesús. Y dentro de ella, para garantizar la realización de esa misión habría, asimismo, hombres especialmente encargados, incitados por Cristo a navegar en alta mar (duc in altum) y a echar en las personas del mundo permanentemente las redes, sin la hipoteca de fracasos anteriores, fiados predominantemente en la Palabra de Cristo el Pescador primordial, y conscientes de que sólo de Él proceden las fuerzas necesarias para llevar a buen término una pesca admirable y milagrosa…

Asimismo, el pescador también se sentiría pescado y salvado de las aguas mortales por Jesús, el nuevo y definitivo Moisés, reconociendo su indignidad personal y confesando que no merece la gratuita cercanía con la que Cristo, el tres veces Santo de Dios, le ha galardonado, vocacionado y enviado… Y hasta cantaría laudativo, agradecido y con lágrimas en el corazón y en los ojos aquella vieja canción vocacional: Pescador, en mis manos has puesto otras redes que puedan ganarte la pesca mejor, y al llevarme contigo en la barca, me nombraste, Señor, pescador. Mi trabajo de toda la noche, mi dura faena hoy nada encontró, pero tú que conoces los mares profundos, compensa si quieres mi triste labor.