VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Sois el templo de Dios
1Cor 3,16-23


«Vosotros sois el templo de Dios». He aquí una realidad fundamental de nuestro ser de cristianos que por si sola es capaz de transformar una vida. Somos lugar santo donde Dios habita. Somos templo de la gloria de Dios. Somos buscados, deseados, amados por las Personas Divinas, que hacen de nosotros su morada (Jn 14,23). Todo hombre en gracia es templo de Dios. Saber esto y vivirlo es una inagotable fuente de alegría, pues tenemos el cielo en la tierra. Somos algo sagrado: ¡Cuánta gratitud, cuánto sentido de recogimiento y adoración, cuánto respeto de nosotros mismos y de los demás debe brotar de esta realidad!
«Ese templo sois vosotros». Antes que cada individuo, el templo es la Iglesia, la comunidad cristiana en su conjunto. La Iglesia, la comunidad eclesial, es sagrada, es santuario que contiene la realidad más preciosa: Dios mismo. Desde aquí se entiende lo que sigue: « Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él». No estamos para destruir, sino para construir. También nosotros hemos de escuchar como San Francisco la llamada de Cristo: «Reedifica mi Iglesia». Eso es lo que significa la llamada insistente del Papa a colaborar todos en la nueva evangelización. Debemos preguntarnos: ¿Construyo o destruyo? ¿Embellezco la Iglesia con mi vida o la afeo? ¿Contribuyo a su crecimiento en número y en santidad o la profano? No cabe término medio, pues « el templo de Dios es santo», y las manos profanas, carentes de santidad, en vez de construir destruyen.
«Todo es vuestro y vosotros de Cristo». Dios ha puesto todo en nuestras manos, la creación entera nos pertenece, somos dueños y señores de ella. Pero para dominarla de verdad es preciso que nosotros vivamos perteneciendo a Cristo. Cuando nos olvidamos de que Cristo es el Señor, de que todo le pertenece y de que nosotros mismos somos de Cristo, entonces en realidad esclavizamos y frustramos la creación (Rom 8,20) a la vez que nosotros nos hacemos esclavos de las cosas.