XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date



Injertados en Cristo
Rom 6,3-4,8-11

«Así como Cristo ... también nosotros». He aquí la base de la novedad cristiana. Lo que Cristo es y vive estamos llamados a serlo y vivirlo también nosotros. Pero no como una imitación «desde fuera». Por el bautismo hemos sigo injertados a Cristo y Él vive en nosotros (Gal 2,20). Todo lo suyo es nuestro: sus virtudes, sus sentimientos, sus actitudes... Por eso, para un cristiano lo más natural es vivir como Cristo. No se nos pide nada extraño o imposible: se trata sencillamente de dejar que se desarrolle plenamente esa vida que ya está en nosotros.
«Consideraos muertos al pecado...» La fe nos hace vernos a nosotros mismos como Dios nos ve. Por el bautismo hemos muerto al pecado, a quedado destruida «nuestra personalidad pecadora» y hemos cesado de ser esclavos del pecado (Rom 6,6). Se trata de tomar conciencia de este don recibido. ¿Por qué seguir pensando y actuando como si el pecado fuera insuperable? El pecado no tiene por qué esclavizarnos, pues Cristo nos ha liberado y la fuerza del pecado ha quedado radicalmente neutralizada. Hemos muerto al pecado: vivamos como tales muertos. «Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo seguir viviendo en él? (Rom 6,2).
«...Y vivos para Dios en Cristo Jesús». La muerte al pecado es sólo la cara negativa. Lo más importante es la vida nueva que ha sido depositada en nuestra alma. Y esta vida nueva es esencialmente positiva: consiste en vivir –lo mismo que Cristo– para Dios, en la pertenencia total y exclusiva a Dios, dedicados a Él en alma y cuerpo. Esta es la riqueza y la eficacia de nuestro bautismo. Se trata sencillamente de cobrar conciencia de ello y dejar que aflore en nuestra vida lo que ya somos. ¡Reconoce, cristiano tu dignidad! ¡Sé lo que eres!

Un gran negocio
Mt 10,37-42

Ante evangelios como este, hemos adquirido el hábito de no darnos por aludidos, como si fueran dirigidos sólo a las monjas de clausura. Y, sin embargo, estas palabras de Jesús van dirigidas a todos (cfr. Lc 14,25-26), para indicar que ningún lazo familiar, incluso bueno y legítimo, debe ser estorbo para seguirle a Él; y en el caso de que se plantease conflicto entre un lazo familiar y el seguir a Jesús, habría que elegir seguir a Jesús. Lo contrario significa no ser dignos de Él.
Se necesita la lógica de la fe y la luz del Espíritu para entender que lo que parece perder la vida es ganarla y lo que parece muerte es en realidad vida. Porque se trata de preferir a Cristo no solo por encima de los cariños familiares, sino incluso antes que la propia vida, antes que la propia comodidad, antes que la propia fama... estando dispuestos a ser despreciados y perseguidos por Cristo, a perderlo todo por Él, a sacrificarlo todo por Él. Perderlo todo por Cristo: en realidad este evangelio nos está proponiendo un gran negocio, pues se trata de ganar a Cristo, cuyo amor vale infinitamente más que todo lo demás. Deberíamos mirar más a Cristo para dejarnos embelesar por Él. Es infinitamente más lo que recibimos que lo que damos.
Además, el evangelio de hoy nos propone otro «negocio» continuo. Un simple vaso de agua dado a un pobrecillo cualquiera, sólo porque es discípulo de Jesús, no perderá su paga. ¿Cuántas pagas perdemos cada día?