XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

¿El maestro interior
Rom 8,26-27

«Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene». No podemos presentarnos delante de Dios a darle lecciones, a enseñarle lo que nos tiene que conceder. Es al revés: no sabemos lo que realmente nos conviene y, en cambio, Dios sí lo sabe. Por tanto, no cabe otra postura que la de una profunda humildad de quien no se fía de sí mismo ni de su propia inteligencia (Prov 3,5). Es absurdo «pedir cuentas a Dios» (Job 42,1-6). El verdadero creyente se abandona confiadamente a Dios, a su bondad, a su poder, a su sabiduría, aunque no entienda... convencido de que no sabe lo que le conviene pero Dios sí lo sabe.
«El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad». El Espíritu vive en nosotros y está pronto para actuar en nuestro favor. Pero hace falta que le invoquemos. Sin una invocación consciente e intensa del Espíritu Santo no hay verdadera oración cristiana, pues sólo Él nos da el verdadero conocimiento de Cristo y del Padre. Sólo Él puede levantarnos de nuestra debilidad natural, de la oscuridad de nuestro juicio, del egoísmo de nuestros deseos, de lo rastrero de nuestros planes...
«Su intercesión por los santos es según Dios». Puesto que «nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios» (1 Cor 2,11), sólo su influjo en nosotros nos hace capaces de pedir «según Dios», según sus planes, según su sabiduría. Y lo hace «con gemidos inefables», pues la voluntad de Dios es misteriosa y a nosotros se nos escapa. Por eso, nuestra oración muchísimas veces consistirá en adherirnos a la voluntad de Dios, sea cual sea, y en desearla, aún sin conocerla en sus detalles particulares.

¿Soy cizaña?
Mt 13,24-43

¡En la Iglesia hay cizaña! En el campo de Cristo también brota el mal. Sin embargo, eso no es para rasgarnos las vestiduras. El amo del sembrado lo sabe, pero quiere dejarlo. No hemos de escandalizarnos por los males que vemos en la Iglesia. Eso no es obra de Cristo, sino del Maligno y de los que pertenecen al Maligno aunque parezcan pertenecer a Cristo. Si Cristo lo permite es para que ante el mal reaccionemos con el bien con mucho mayor entusiasmo. Lo que tendremos que preguntarnos y examinar es si no estaremos siendo nosotros cizaña dentro de la Iglesia en lugar de semilla buena que da fruto.
Porque la semilla buena tiene fuerza para crecer y desarrollarse ilimitadamente como el grano de mostaza o la masa que fermenta. ¿Creemos de verdad en la fuerza de la Palabra de Dios y en la eficacia de la gracia de Cristo? Entonces, ¿por qué nuestras comunidades no tienen esta vitalidad que indica la parábola?, ¿por qué no crecen continuamente?, ¿acaso Cristo no es el mismo ayer, hoy y siempre? Entonces, ¿qué es lo que esteriliza la palabra de Cristo?
La parábola de la cizaña nos sitúa también ante el juicio. Es absurdo engañarnos a nosotros mismos y pretender engañar a los demás, porque a Dios no se le engaña. Al final todo se pondrá en claro y la cizaña será arrancada y echada al fuego. ¡Cuántas cosas serían muy distintas en nuestra vida si viviésemos y actuásemos como si hubiéramos de ser juzgados esta misma noche!