XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Entusiasmados por Cristo
1Tes 1,5-10

El texto de la segunda lectura de hoy es continuación del proclamado el domingo pasado.
«Acogisteis la Palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo». He aquí el milagro de la gracia que subrayábamos el día anterior. La fuerza del Espíritu Santo se manifestó en que acogieron la Palabra llenos de alegría a pesar de las contradicciones y persecuciones. Algo humanamente inexplicable y que testimonia la acción de Dios: sin ventajas humanas, dispuestos a perderlo todo, aceptan a Cristo sin condiciones. Y es que nuestra fe no es firme mientras no ha sido probada, mientras no hemos sufrido por Cristo y por el evangelio (cfr. Mt 13,20-21).
«Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes...» Una comunidad no es ejemplo por lo que dice, ni siquiera por lo que hace, sino por lo que es y por lo que vive. La conversión de los tesalonicenses –todavía unos pocos centenares cuando escribe san Pablo– ha sido tan significativa que ha hecho que el evangelio se extienda por los alrededores: «Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada». Es el milagro de la gracia, no el esfuerzo o los medios humanos. Un puñado de hombres transformados por Cristo, entusiasmados y locos por Él, gozosos de sufrir por Él: ese es el signo necesario para que el evangelio prenda en muchos corazones y se propague por todas partes. El evangelio es una vida y sólo se difunde viviéndolo.
«Abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios...» Los últimos versículos resumen el milagro realizado en esta comunidad: Dar la espalda a los ídolos y volverse a Dios para dedicarse a servirle. La vida de unos cristianos que viven entregados al Señor, con gozo y sin complejos, es atrayente y contagiosa frente a un mundo que apenas ofrece valores que valgan la pena. Servir a Dios... y «vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús»: también la «dichosa esperanza» del encuentro pleno con Cristo es en el fondo atractiva para un mundo que no espera nada.

Amar con totalidad
Mt 22, 34-40

Hermosa ocasión para ver si realmente estamos en el buen camino. Porque este doble mandamiento es el principal: no sólo el más importante, sino el que está en la base de todo lo demás. El que lo cumple, también cumple –o acaba cumpliendo– el resto, pues todo brota del amor a Dios y del amor al prójimo como de su fuente (Rom 13,8-10). Pero el que no vive esto, no ha hecho nada, aunque sea perfectamente cumplidor de los detalles –es el drama de los fariseos, «sepulcros blanqueados»–.
El amor a Dios está marcado por la totalidad. Siendo Dios el Único y el Absoluto, no se le puede amar más que con toda la persona. El hombre entero, con todas sus capacidades, con todo su tiempo, con todos sus bienes... ha de emplearse en este amor a Dios. No se trata de darle a Dios algo de lo nuestro de vez en cuando. Como todo es suyo, hay que darle todo y siempre. Pero ¡atención! El amor a Dios no es un simple sentimiento: «En esto consiste el amor a Dios, en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5,3). Amar a Dios es hacer su voluntad en cada instante.
Y el segundo es «semejante» a este. El punto de referencia es «como a mí mismo» ¿Cómo me amo a mí mismo? Por des-gracia, el contraste entre las atenciones para con el prójimo y para con uno mismo suele ser brutal. Porque amar al prójimo no es sólo no hacerle mal, sino hacerle todo el bien posible, como el buen samaritano (Lc 10,29-37). Y amar al prójimo como a uno mismo es todavía un mandamiento del Antiguo Testamento (Lev 19,18); Cristo va más allá: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34), es decir, «hasta el extremo» (Jn 13,1).