XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Vivir en la Luz
1Tes 5,1-6

«Sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche». Si el Señor nos avisa que en cualquier momento puede venir a buscarnos, cuando de hecho venga no podemos decir que nos coge por sorpresa. En realidad no existe muerte repentina o inesperada. Si realmente «vivimos aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo» (1 Tes 1,10), ese Día no nos sorprende «como un ladrón». Al contrario, le recibiremos como recibimos a alguien largamente esperado y amorosamente deseado.
«Así pues, no durmamos..., sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente». Es la postura de una sana vigilancia, tantas veces recomendada por el Nuevo Testamento y tan practicada por los cristianos de todas las épocas. Los santos, por ejemplo, han meditado con mucha frecuencia en la muerte. No se trata de una postura macabra, sino profundamente realista. En efecto, el que sabe que su vida es como hierba «que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca» (Sal 89,6), y que ha de rendir cuentas a Dios por lo que realice en este mundo (2 Cor 5,10), ese es verdaderamente sensato, se da cuenta, es consciente del momento que vive (1 Cor 7,29). En cambio, el que se olvida de la muerte y vive de espaldas a ella es absolutamente insensato: «cuando están diciendo: Paz y seguridad, entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina... y no podrán escapar».
«Pero vosotros, hermanos... sois hijos de la luz e hijos del día». Ahí está el secreto y la forma de esta vigilancia. No se trata de estar esperando con miedo, como quien se teme algo horrible. Se trata de vivir en luz, es decir, unido al Señor, en su presencia, sometido a su influjo, en la obediencia a su voluntad. El que así vive en la luz pasará con gozo y sin sobresalto a la luz en plenitud. Sólo el que vive en tinieblas es sorprendido, denunciado y desbaratado completamente por la luz.

Ajustar cuentas con Dios
Mt 25,14-30

Si ya la parábola de las diez vírgenes subrayaba la necesidad de estar preparados para el encuentro con el Señor, con las lámpara a punto, la parábola de los talentos acentúa el hecho de que a su vuelta el Señor «ajustará cuentas» con cada uno de sus siervos.
Lo que menos importa en la parábola es que uno haya recibido más o menos talentos: Dios da a cada uno según quiere y al fin y al cabo todo lo que tenemos es recibido de Él (1 Cor 4,7). De lo que se trata es de que hagamos fructificar los talentos recibidos, pues de eso hemos de dar cuentas a Dios. Lo que en todo caso es rechazable es el limitarse a guardar el talento. El que esconde su talento en tierra es condenado porque no ha producido el fruto que tenía que producir. El que se limita a no hacer mal, en realidad está haciendo mal, pues no realiza el bien que tenía que realizar.
Es posible que en otras épocas se haya insistido desproporcionadamente o desenfocadamente en el juicio de Dios; en la nuestra me parece que lo tenemos demasiado olvidado. El Dios Juez no se contrapone al Dios Amor: son dos aspectos del misterio de Dios que debemos aceptar como es, sin reducirlo a nuestros esquemas seleccionando los textos evangélicos a nuestro capricho. Dios no es un Dios bonachón que pasa de todo; Dios toma en serio al hombre y por eso le pide cuentas de su vida. Somos responsables ante Dios de todo lo que hagamos y digamos y de todo lo que dejemos de hacer y de decir. No se trata de tener miedo a Dios, pero sí de «trabajar con temor y temblor por nuestra salvación» (Fil 2,12). El pensar en el juicio de Dios da seriedad a nuestra vida.