I Domingo de Adviento, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Mc 13,33-37

El primer domingo está tomado del final del discurso escatológico. En consonancia con la orientación que tiene este domingo en los demás ciclos, el texto centra nuestra atención en la segunda venida de Cristo. La perícopa de Marcos subraya la incertidumbre del cuándo –«no sabéis cuándo es el momento»–, explicitada por la parábola del hombre que se ausenta. La consecuencia es la insistencia en la vigilancia –dos veces el imperativo «vigilad» «velad», al principio y al final del texto–, pues el Señor puede venir inesperadamente y encontrarnos dormidos. Finalmente, se subraya el carácter universal de esta llamada a la vigilancia: «lo digo a todos».
De mil maneras
Llama la atención en estos breves versículos el número de veces que se repite la palabra «velar», «vigilar». Esta vigilancia es base en que el Dueño de la casa va a venir y no sabemos cuándo.
Cristo viene a nosotros continuamente, de mil maneras, «en cada hombre y en cada acontecimiento» (Prefacio III de Adviento). El evangelio del domingo pasado nos subrayaba esta venida de Cristo en cada hombre necesitado; Cristo mismo suplica que le demos de beber, le visitemos... Estar vigilante significa tener la fe despierta para saber reconocer a este Cristo que mendiga nuestra ayuda y tener la caridad solícita y disponible para salir a su encuentro y atenderle en la persona de los pobres.
Además, Cristo viene en cada acontecimiento. Todo lo que nos sucede, agradable o desagradable, es una venida de Cristo, pues «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom 8,28). Un rato agradable y un regalo recibido, pero también una enfermedad y un desprecio, son venida de Cristo. En todo lo que nos sucede Cristo nos visita. ¿Sabemos reconocerle con fe y recibirle con amor?
Pero la insistencia de Cristo en la vigilancia se refiere sobre todo a su última venida al final de los tiempos. Según el texto evangélico, lo contrario de vigilar es «estar dormido». El que espera a Cristo y está pendiente de su venida, ese está despierto, está en la realidad. En cambio, el que está de espaldas a esa última venida o vive olvidado de ella, ese está dormido, fuera de la realidad. Nadie más realista que el verdadero creyente. ¿Vivo esperando a Jesucristo?

¡Ojalá bajases!
Is 63, 16-17; 64,1.3-8

Isaías es el profeta del Adviento. En todo este tiempo santo somos conducidos de su mano. Él es el profeta de la esperanza.
«¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!» No se trata de un deseo utópico nuestro. El Señor quiere bajar. Ha bajado ya y quiere seguir bajando. Quiere entrar en nuestra vida. Él mismo pone en nuestros labios esta súplica. La única condición es que este deseo nuestro sea real e intenso, un deseo tan ardoroso que apague los demás deseos. Que el anhelo de la venida del Señor vuelva crepusculares todos los demás pensamientos.
«Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero». Al inicio del Adviento, que es también el inicio de un nuevo año litúrgico, no se nos podía dar una palabra más vigorosa ni esperanzadora. El Señor puede y quiere rehacernos por completo. A cada uno y a la Iglesia entera. Como un alfarero rehace un cacharro estropeado y lo convierte en uno totalmente nuevo, así el Señor con nosotros (Jer 12,1-6). Pero hacen falta dos condiciones por nuestra parte: que creamos sin límite en el poder de Dios y que nos dejemos hacer con absoluta docilidad como barro en manos del alfarero.
«Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él». El mayor pecado es no confiar y no esperar bastante del amor de Dios. Y el mayor reproche que Dios nos puede hacer es el mismo que a Moisés por dudar del poder y del amor de Dios: «¿Tan mezquina es la mano de Yahvé?» (Núm 11,23). Ante el nuevo año litúrgico el mayor pecado es no esperar nada o muy poco de un Dios infinitamente poderoso y amoroso que nos promete realizar maravillas. «Si tuvierais fe como un granito de mostaza...»