La Sagrada Familia, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Pertenencia exclusiva de Dios
Lc 2,22-40

«Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor». Jesús es ofrecido, consagrado a Dios. María y José saben que Jesús es santo (Lc 1,35), que ha sido consagrado por el Espíritu Santo. No necesita ser consagrado, pues ya está consagrado desde el momento mismo de su concepción. Sin embargo, realizan este pacto para ratificar públicamente que Jesús pertenece a Dios, que es pertenencia exclusiva del Padre y por consiguiente sólo a sus cosas se va a dedicar (Lc 2,49).
También nosotros estamos consagrados a Él por el bautismo. No es cuestión de que nos consagremos a Dios, sino de tomar conciencia de que ya lo estamos y que cuando no vivimos así, estamos profanando y degradando nuestra condición y nuestra dignidad de hijos de Dios.
«Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten». Ya desde el inicio Jesús es signo de contradicción. Lo fue durante toda su vida terrena y lo seguirá siendo hasta el fin de los tiempos. También durante este año litúrgico. El Señor se nos irá revelando y conviene tener presente que existe el peligro de que le rechacemos cuando sus planes y sus caminos no coincidan con los nuestros, cuando sus exigencias nos parezcan excesivas, cuando la cruz se presente en nuestra vida... Para que no rechacemos a Cristo necesitamos la actitud de Simón y de Ana, los pobres de Yahvé que lo esperan todo de Dios y que no le ponen condiciones. «¡Dichoso aquel que no se sienta escandalizado por mí!» (Mt 11,6).
Por otra parte, si Cristo se presenta ya desde el principio como signo de contradicción –que llegará a su culmen en la cruz–, esto nos debe hacer examinar cómo le manifestamos. No debe extrañarnos que el mundo nos odie por ser cristianos (Jn 15,19-20). Más bien debería sorprendernos que nuestra vida no choque ni provoque reacciones en un mundo totalmente pagano. ¿No será que hemos dejado de ser luz del mundo y sal de la tierra?

Modelo de toda familia

En estos versículos del evangelio de la infancia se nos presenta la familia de Nazaret como modelo de toda familia cristiana. En primer lugar, todo el episodio está marcado por el hecho de cumplir la ley del Señor –cinco veces aparece la expresión en estos pocos versículos–. San Lucas subraya cómo María y José cumplen con todo detalle lo que manda la ley santa; lejos de sentirse dispensados, se someten dócilmente a ella. De igual modo, no puede haber familia auténticamente cristiana si no está modelada toda ella, en todos sus planeamientos y detalles, según la ley de Dios, según sus mandamientos y su voluntad.
Por otra parte, para los israelitas, presentar el hijo primogénito en el santuario era reconocer que pertenecía a Dios (Ex 13,2). Más que nadie, Jesús pertenece a Dios, pues es el Hijo del Altísimo (Lc 1,32). Este gesto es muy iluminador para toda familia, que ha de recibir cada nuevo hijo como un don precioso de Dios, que es el verdadero Padre (Mt 23,9), y ha de saber ofrecerle de nuevo a Dios, sabiendo para toda la vida que en realidad ese hijo no les pertenece a ellos, sino a Dios; por lo cual han de educarle según la voluntad del Señor, no la suya propia, de manera que crezca en gracia y sabiduría.
En la vida de la familia de Nazaret también está presente la cruz. Jesús es signo de contradicción y a María una espada le traspasa el alma. ¡Qué consolador para una familia cristiana saber que José, María y Jesús han sufrido antes que ellos y más que ellos! También en esas situaciones de dificultad, de enfermedad, de persecución por sus convicciones y conducta cristiana, lo decisivo es saber que «la gracia de Dios les acompaña».