Bautismo del Señor, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Mc 1,6b-11

En el tiempo de Navidad y Epifanía Marcos está casi totalmente ausente. Sabido es cómo –a diferencia de los otros evangelios – no contiene nada referente a los evangelios de la infancia. Sólo al final del Ciclo de Navidad –fiesta del Bautismo del Señor– volvemos a encontrar el evangelio de Marcos.
El bautismo de Jesús (Mc 1,6b-11) pone de relieve que Él es efectivamente el Mesías, el Ungido de Dios (cfr. Is 11,2; 42,1; 63,11-19), como ya se indicaba en el título del Evangelio (Mc 1,1). Los cielos –tanto tiempo cerrados– ahora se rasgan: en Jesús se ha restablecido la comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios; con Jesús, siervo de Yahvé e Hijo muy amado de Dios comienza una etapa nueva. Por lo demás, la perícopa incluye, además del relato del bautismo en sí –muy breve en Marcos–, el anuncio del Bautista de que Él bautizará con Espíritu Santo; con ello se pone de relieve que precisamente por ser el Mesías y estar lleno del Espíritu, Jesús puede bautizar –es decir, sumergir– en Espíritu a todos los le que aceptan.

En la benevolencia del Padre

En el relato del bautismo, Jesús aparece como el «Hijo amado» del Padre. Esta es su identidad y su misterio a la vez: este hombre es el Hijo único del Padre, Dios igual que Él. Toda la vida humana de Jesús es una vida filial; vive como Hijo y se siente amado por el Padre: «El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos» (Jn 3,35). También nosotros somos hijos de Dios por el bautismo. Pero nuestra vida cristiana no tendrá base sólida ni cobrará altura si no vivimos en la benevolencia del Padre y no experimentamos la alegría de ser hijos amados de Dios.
Jesús se manifiesta igualmente al inicio de su vida pública como ungido por el Espíritu Santo. Toda su existencia va a ser conducida por este Espíritu (Lc 4,1.4). Jesús es totalmente dócil a la acción del Espíritu Santo en Él y nos da su mismo Espíritu a nosotros. ¿Tengo conciencia de ser «templo del Espíritu Santo»? (1Cor 6,19) ¿Conozco al Espíritu Santo o soy como aquellos discípulos de Juan que ni siquiera sabían que existía el Espíritu Santo? (He 19,2). «Los que se dejan llevar por el Espíritu, esos son los hijos de Dios» (Rom 8,14): ¿me dejo guiar dócilmente por este Espíritu que mora en mí? ¿Experimento como Jesús «la alegría del Espíritu Santo»? (Lc 10,21). ¿Dejo que Él produzca en mí sus frutos? (Gal 5,22-23).
Siendo inocente y santo, al bautizarse Jesús pasa por un pecador; por eso Juan quiere impedírselo (Mt 3,14). Jesús inicia su vida pública con la humillación, lo mismo que había sido su infancia y seguirá siendo toda su vida hasta acabar en la suprema humillación de la cruz. Jesús vive en la humillación permanente; no sólo acepta la humillación, sino que Él mismo la elige. ¿Y yo?