I Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Gen 9,8-15; 1Pe 3,18-22; Mc 1,12-15

En el tiempo de Cuaresma se toman de Marcos los textos clásicos de los dos primeros domingos tentaciones y transfiguración. Los tres restantes son del Evangelio de san Juan: Jesús como nuevo templo (2,13-25), el amor de Dios al darnos a su Hijo (3,14-21) y Jesús como grano de trigo que muriendo es glorificado y da mucho fruto (12,20-33).
El primer domingo de Cuaresma (Mc 1,12-15) nos lleva a contemplar a Jesús tentado. En el lugar típico de la prueba –el desierto–, donde Israel había acabado renegando de Dios, Jesús acepta el combate contra Satanás, empujado por el Espíritu. El relato de Marcos –singularmente breve– presenta a Jesús como nuevo Adán que vence a aquel que venció al primero –es lo que evocan las imágenes de los animales salvajes y los ángeles a su servicio: cfr. Gen 2 y 3; Is 11,6-9). Por fin entra en la historia humana la victoria sobre el mal y el pecado, sobre Satanás en persona: el «fuerte» va a ser vencido por el «más fuerte» (Mc 3,22-30). Al añadir al relato de la tentación propiamente dicho el inicio de la predicación de Jesús, el evangelio de este domingo nos invita a entrar en la Cuaresma con decisión y firmeza: puesto que se ha cumplido el tiempo y ha llegado el Reino de Dios, es urgente y necesario convertirse y creer, es decir, acoger plenamente la soberanía de Dios en nuestra vida. Este será nuestro particular combate cuaresmal.

Fuerza para vencer

Hace todavía poco tiempo hemos celebrado la Navidad: el Hijo de Dios que se hace hombre, verdadero hombre. El evangelio de hoy le presenta «dejándose tentar por Satanás». Ciertamente «no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4,15). Hombre de verdad, hasta el fondo, sin pecado. Al inicio de la Cuaresma (y siempre) necesitamos mirar a Cristo con este realismo. Uno como nosotros, uno de los nuestros, ha sido acosado por Satanás, pero ha salido victorioso. Cristo tentado y vencedor es luz, es ánimo, es fortaleza para nosotros.
Si Cristo no ha sido vencido, nosotros sí. Somos pecadores. Pero esta situación no es irremediable. La segunda lectura afirma: «Cristo murió por los pecados..., el inocente por los culpables». Ello significa que su combate ha sido en favor nuestro. Cristo sí que ha llegado hasta la sangre en su pelea contra el pecado (cfr. Heb 12,4). Y con su fuerza podemos vencer también nosotros. Apoyados en Él, unidos a Él, la Cuaresma nos invita a luchar decididamente contra el pecado que hay en nosotros y en el mundo.
En este contexto conviene hacer memoria de nuestro bautismo. La primera lectura nos habla del pacto sellado por Dios con toda la creación después del diluvio. Lo mismo que Noé y los suyos, también nosotros hemos sido salvados de la muerte a través de las aguas. Por medio del agua bautismal, en el arca que es la Iglesia, hemos pasado de la muerte a la vida. Y en el bautismo Dios ha sellado con cada uno ese pacto imborrable, esa alianza de amor por la cual se compromete a librarnos del Maligno. La salvación no está lejos de nosotros: por el bautismo tenemos ya en nosotros su germen. La Cuaresma es un tiempo para luchar contra el pecado, pero sabiendo que por el bautismo tenemos dentro de nosotros la fuerza para vencer. «El que está en vosotros es mayor que el que está en el mundo» (1Jn 4,4).

Venció y cambió la historia
Mc 1,12-15

Este texto de las tentaciones de Jesús nos habla en primer lugar del realismo de la encarnación. El Hijo de Dios no se ha hecho hombre «a medias», sino que ha asumido la existencia humana en toda su profundidad y con todas sus consecuencias, «en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4,15). El cristiano que se siente acosado por la prueba y la tentación se sabe comprendido por Jesucristo, que –antes que él y de manera más intensa– ha pasado por esas situaciones.
Sin embargo, la novedad más gozosa de este hecho de las tentaciones de Jesús es que Él ha vencido. En todo semejante a nosotros, «excepto en el pecado». Todo seguiría igual si Cristo hubiera sido tentado como nosotros, pero hubiera sido derrotado. Lo grandioso consiste en que Cristo, hombre como nosotros, ha vencido la tentación, el pecado y a Satanás. Y a partir de Él la historia ha cambiado de signo. En Cristo y con Cristo también nosotros vencemos la tentación y el pecado, pues Él «nos asocia siempre a su triunfo» (2Cor 2,14). Si por un hombre entró el pecado en el mundo, por otro hombre –Jesucristo– ha entrado la gracia y, con ella, la victoria sobre el pecado (cfr. Rom 5,12-21).
Por otra parte, las tentaciones hacen pensar en un Cristo que combate. San Marcos da mucha importancia al relato poniéndolo al inicio de la vida pública de Jesús, después del bautismo y antes de empezar a predicar y a hacer milagros, como para indicar que toda su vida va a ser un combate contra el mal y contra Satanás. Va «empujado por el Espíritu» a buscar a Satanás en su propio terreno para vencerle. Asimismo, la vida del cristiano no tiene nada de lánguida, anodina y superficial; tiene toda la seriedad de una lucha contra las fuerzas del mal, para la cual ha recibido armas más que suficientes (Ef 6,10-20).