V Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

2Jer 31,31-34; Heb 5,7-9; Jn 12,20-33
Cristo fue escuchado

La segunda lectura, aludiendo a la oración del huerto, afirma que Cristo «fue escuchado» por su Padre. Expresión paradójica, porque el Padre no le ahorró pasar por la muerte. Y, sin embargo, fue escuchado. La resurrección revelará hasta qué punto el Hijo ha sido escuchado. A este Cristo que había pedido: «Padre, glorifica a tu Hijo» (Jn 17,1), lo vemos ahora coronado de honor y gloria precisamente en virtud de su pasión y su cruz (Heb 2,9). Más aún, una vez resucitado, llevado a la perfección, «se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna». A la luz de la Resurrección entendemos en toda su verdad que es el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar mucho fruto. Sí, efectivamente, en lo más hondo de su agonía el Hijo ha sido escuchado por el Padre.
Esto es iluminador también para nosotros. Mucha gente se queja de que Dios no le escucha porque no le libera de los males que está sufriendo. Pero a su Hijo tampoco le liberó de ni le ahorró la muerte. Y, sin embargo, le escuchó. Dios escucha siempre. Lo que ocurre es que nosotros «no sabemos pedir lo que conviene» (Rom 8,26). Dios puede escucharnos permitiendo que permanezcamos en la prueba y no evitándonos la muerte. Nos escucha dándonos fuerza para resistir en la prueba. Nos escucha dándonos gracia para ser aquilatados y purificados. Nos escucha glorificándonos a través del sufrimiento. Nos escucha haciéndonos grano de trigo que muere para dar fruto abundante...
Todos los cristianos y santos de todas las épocas somos fruto de la pasión de Cristo. Gracias a ella el príncipe de este mundo ha sido echado fuera. Gracias a ella hemos sido arrancados del poder del demonio y atraídos hacia Cristo. Gracias a ella Dios ha sellado con nosotros una alianza nueva. Gracias a ella nuestros pecados han sido perdonados. Gracias a ella Dios ha creado en nosotros un corazón puro y nos ha devuelto la alegría de la salvación. Gracias a ella ha sido inscrita en nuestro corazón la nueva ley, la ley del Espíritu Santo...

La gloria de la Cruz
Jn 12,20-33

«
Ahora es glorificado el Hijo del hombre». Jesús es «elevado sobre la tierra»: con esta expresión san Juan se refiere a la cruz y a la gloria al mismo tiempo. Con ello expresa una realidad muy profunda y misteriosa a la vez: en el patíbulo de la cruz, cuando Jesús pasa a los ojos de los hombres por un derrotado y por un maldito (Gal 3,13), es en realidad cuando Jesús está venciendo. «Ahora el Príncipe de este mundo –Satanás– es arrojado fuera». En la cruz Jesús es Rey (Jn 19,19). Cuando Dios nos da la cruz es para glorificarnos.
«Si muere da mucho fruto». El cuerpo destruido de Jesús es fuente de vida. De su pasión somos fruto nosotros. Millones y millones de hombres han recibido y recibirán vida eterna por esta entrega de Cristo. El sufrimiento con amor y por amor es fecundo. La contemplación de Cristo crucificado debe encender en nosotros el deseo de sufrir con Cristo para dar vida al mundo. «Os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure» (Jn 15,16).
«Atraeré a todos hacia mí». Cristo crucificado atrae irresistiblemente las miradas y los corazones. Mediante la cruz ha sido colmado de gloria y felicidad. Mediante la cruz ha sido constituida fuente de vida para toda la humanidad. La cruz es expresión del amor del Padre a su Hijo: «Por esto me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo» (Jn 10,17). Por eso, Jesús no rehuye la cruz: «Para esto he venido».