Domingo de Resurrección, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Las hazañas del Señor
Sal 117

«No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor». Podemos escuchar en labios de Jesús resucitado estas palabras del salmo responsorial. El Padre ha querido que pasase por la muerte. Pero ahora ya vive. Vive para siempre. Cristo resucitado es «el que vive» (Ap 1,18), el viviente por excelencia, el que posee la vida y la comunica a su alrededor.
Vive en su Iglesia. Y vive «para contar las hazañas del Señor». Desde el día de su resurrección proclama a los hombres, a sus discípulos, las maravillas que el Padre ha realizado con Él resucitándole. Cristo resucitado testimonia en su Iglesia la gloria que el Padre le ha dado, el gozo infinito que le inunda, el poder que ha recibido de su Padre constituyéndole Señor de todo y de todos. Para toda la eternidad Cristo es el Testigo más perfecto de las hazañas del Señor, del poder y del amor que el Padre ha derrochado en Él resucitándole de entre los muertos y sentándole a su derecha (Ef 1,19-21).
«La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». El despreciado, el humillado, el crucificado es ahora fundamento de todo. Cristo resucitado es y será para siempre el que da sentido a cada hombre, a cada sufrimiento, a cada esfuerzo, a la Historia entera. Sólo en Él la vida cobra consistencia y valor, pues «no se nos ha dado otro Nombre en el que podamos salvarnos» (He 4,12). Todo lo construido al margen de esta piedra angular se desmorona, se hunde. Ser cristiano es vivir cimentado en Cristo (Col 2,7), apoyado totalmente y exclusivamente en Él.
«Este es el día en que actuó el Señor». La resurrección de Cristo es la gran obra de Dios, la maravilla por excelencia. Mayor que la creación y que todos los prodigios realizados en la antigüedad. Hemos de aprender a admirarnos de ella. Hemos de aprender a gozarnos en ella: «sea nuestra alegría y nuestro gozo». La resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra alegría. «Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente», pues es un acontecimiento humanamente inexplicable. Pero un acontecimiento que sigue presente y activo en la Iglesia, pues la resurrección de Cristo no ha cesado de dar fruto. Hoy sigue siendo el día en que el Señor actúa...

La gran noticia
Jn 20,1-9

Lo mismo que a las mujeres la mañana de Pascua, la Iglesia nos sorprende hoy con la gran noticia: el sepulcro está vacío. Cristo ha resucitado. El Señor está vivo. El mismo que colgó de la cruz el viernes santo. El mismo que fue encerrado en el sepulcro. ¿Soy capaz de dejarme entusiasmar con esta noticia?
«Vio y creyó». La resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe. Nosotros no creemos en ideas, por bonitas que sean. Nuestra fe se basa en un acontecimiento: Cristo ha resucitado. Nuestra fe es adhesión a una persona viva, real, concreta: Cristo el Señor. Y la Pascua nos ofrece la posibilidad de un encuentro real con el Resucitado y de la experiencia de su presencia en nuestra vida.
Los discípulos corrían. Este apresuramiento significa mucho. Es, ante todo, el deseo de ver al Señor, a quien tanto aman. Es el deseo de comprobar con sus propios ojos que, efectivamente, el sepulcro está vacío, que la muerte ha sido vencida y no tiene la última palabra. Es el entusiasmo de quien sabe que la historia ha cambiado, que la vida tiene sentido. Es la alegría de quien tiene algo que decir, de quien quiere transmitir una gran noticia a los demás. La resurrección de Cristo no nos deja adormecidos. Es la noticia que nos sacude y nos pone en movimiento. Nos hace testigos y mensajeros del acontecimiento central de toda la historia de la humanidad.
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