IV Domingo de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date

 

 

Hch 4,8-12; 1Jn 3,1-2; Jn 10,11-18
Amor que da la vida

«El Buen Pastor da la vida por las ovejas». Da la vida. No sólo la dio. La da continuamente. Jesús Resucitado permanece eternamente en la actitud que le llevó a la muerte. Ahora ya no muere. No puede morir. Pero el amor que le llevó a dar la vida es el mismo. Y eso continuamente. Instante tras instante Cristo es el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, que da su vida por mí. Su amor «hasta el extremo», el que le llevó hasta la cruz, ha quedado eternizado mediante la resurrección. Su vida de resucitado es un acto continuo, perfecto y eficaz de amor a su Padre y de amor a los hombres, a cada uno de todos los hombres. Él mismo es el Amor que da la vida.
«Por su nombre se presenta éste sano ante vosotros». Su entrega es eficaz. Su amor es capaz de transformar. Al morir por nosotros nos sana. Al entregar su vida engendra vida. Es el nombre de Jesucristo nazareno el único capaz de salvar totalmente, definitivamente. La acción del Buen Pastor una vez resucitado se caracteriza por la fuerza, por la energía salvadora. La Resurrección pone de relieve que el amor del Buen Pastor no era inútil o estéril, sino muy eficaz. Las conversiones y sanaciones realizadas por medio de los Apóstoles lo atestiguan.
«¡Somos hijos de Dios!» También en esto se manifiesta la fuerza de la Resurrección. En su victoria, Cristo nos arrastra a vivir su misma vida de Hijo, su misma relación con el Padre. Somos hijos en el Hijo. En Cristo somos hijos de Dios. En la Vigilia Pascual hemos renovado las promesas de nuestro bautismo y el mejor fruto de la Pascua es un acrecentamiento de la vivencia de nuestro ser hijos de Dios.

Confianza plena
Jn 10,11-18

A la luz de la Pascua, el evangelio de hoy nos invita a contemplar al Resucitado como Buen Pastor. Cristo Resucitado continúa presente en su Iglesia, camina con nosotros. Conduce a su Pueblo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Y como Buen Pastor es el Señor de la historia, que domina y dirige todos los acontecimientos: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Nuestra reacción no puede ser otra que la confianza plena: «El Señor es mi pastor, nada me falta... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo» (Sal 23).
Y es el Buen Pastor que da la vida por las ovejas. La resurrección nos grita el valor y la eficacia de la sangre de Cristo que nos ha redimido. Nosotros somos fruto de la entrega de Cristo. A diferencia del asalariado, a Cristo le importan las ovejas, porque son suyas; por eso da la vida por ellas. Y ahora, ya resucitado y glorioso, sin derramamiento de sangre, Cristo vive en la misma actitud de entrega. Ahora le importamos todavía más, porque nos ha comprado con su sangre (Ap 5,9).
Más aún, Cristo Buen Pastor no sólo da la vida por nosotros, sino que nos enseña y nos impulsa también a nosotros a dar la vida. La resurrección nos habla con fuerza de que la vida se nos ha concedido para darla, de que vale la pena gastar la vida para que los demás tengan vida eterna, de que el que pierde su vida ese es el que de verdad la gana. Dando la vida colaboramos a que las ovejas que son de Cristo pero no están en su redil escuchen su voz de Buen Pastor, entren en su redil, se sientan amados por Él y experimenten que Él repara sus fuerzas y sacia su sed.
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