X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date



El domingo décimo da un nuevo paso en la autorrevelación de Jesús (3,20-35). A pesar de que es rechazado por sus parientes, que consideran que no está en sus cabales, y por los escribas, que le consideran poseído por Belcebú, Jesús se proclama como el «más fuerte» que vence y expulsa al «fuerte»; con él cambia de signo la historia de los hombres, que había estado marcada por la victoria primitiva del Maligno (1ª lectura: Gen 3,9-15); al cumplirse en él el primer anuncio de salvación, establece en su persona el Reino de Dios. Pero es necesario aceptarle por la fe: frente a los que se obstinan en rechazarle, que acaban pecando contra el Espíritu Santo, la actitud correcta es la de los que cumpliendo la voluntad de Dios forman en torno a Él la nueva familia de los hijos de Dios.

El Señor sana lo incurable
Sal 129

El Salmo 129 es un salmo penitencial. Como respuesta a la lectura de Gen 3,9-15 expresa ante todo el desastre que el pecado ha producido en el corazón del hombre y en todas las realidades humanas. El pecado ha dejado al hombre hundido –«desde lo hondo a ti grito»–. El pecado abruma al hombre como una mancha imborrable, como una herida incurable, como una deuda impagable. Es que todo pecado es una victoria de la serpiente, de Satanás, padre de la mentira y homicida (Jn 8,44). De ahí el grito angustiado del salmista: «si llevas cuenta de las culpas, ¿quién podrá resistir?»
Sin embargo, desde la experiencia de culpa, el salmo se abre a la esperanza, a la confianza ilimitada. Pero una confianza que no se apoya en absoluto sobre los propios méritos, sino exclusivamente en Dios, en el Dios que perdona y rescata del pecado. Él es capaz de limpiar lo que parecía imborrable, de sanar lo que parecía incurable y de saldar lo que parecía impagable.
Este salmo nos enseña a orar en la verdad. No disimula ni justifica la propia culpa. Pero desde lo trágico e irremediable del pecado nos traslada a la plena confianza en el Dios misericordioso que infunde paz y sosiego porque incluso el pecado tiene remedio. Y por otra parte nos saca de nuestro individualismo para reconocer que todos los hombres son pecadores y necesitan también del perdón de Dios; dejándonos arrastrar en nuestra oración por su movimiento, el salmo nos ensancha, haciéndonos pedir perdón para todos –«Él redimirá a Israel [es decir, al pueblo entero] de todos sus delitos»–, con una esperanza, con un deseo confiado tal que se convierte en impaciencia –«mi alma aguarda al Señor más que el centinela la aurora»–.