XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date



Mc 8,27-35

Con el domingo vigésimo cuarto (8,27-35) llegamos al final de la primera parte del evangelio de Marcos. Una vez reconocido como Mesías por Pedro, Jesús precisa de qué tipo de Mesías se trata: es el Siervo de Yahvé que se entrega en obediencia a los planes del Padre confiando totalmente en su protección (1ª lectura: Is 50,5-10). El discípulo no sólo debe confesar rectamente su fe a un Mesías crucificado y humillado, sino que debe seguirle fielmente por su mismo camino de donación, de entrega y de renuncia. Todo lo que sea salirse de la lógica de la cruz es deslizarse por los senderos de la lógica satánica.
Una vez desvelado el destino de sufrimiento y muerte que le corresponde como Hijo del Hombre, Jesús emprende su camino hacia Jerusalén, lugar donde han de verificarse los hechos por Él mismo profetizados. A lo largo de este camino Jesús va manifestando más abierta y detalladamente su destino doloroso y el estilo que deben vivir sus seguidores. Los evangelios de los domingos 25º-30º se sitúan en este contexto.
Toma tu cruz
Ante el misterio de la cruz, Jesús no se echa atrás. Al contrario, se ofrece libre y voluntariamente, se adelanta ofrece la espalda a los que le golpean. En el evangelio de hoy aparece el primero de los tres anuncios de la pasión: Jesús sabe perfectamente a qué ha venido y no se resiste. ¿Acepto yo de buena gana la cruz que aparece en mi vida? ¿O me rebelo frente a ella?
La raíz de esta actitud de firmeza y seguridad de Jesús es su plena y absoluta confianza en el Padre. «Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido». Si tenemos que reconocer que todavía la cruz nos echa para atrás es porque no hemos descubierto en ella la sabiduría y el amor del Padre. Jesús veía en ella la mano del Padre y por eso puede exclamar: «Sé que no quedaré avergonzado». Y esta confianza le lleva a clamar y a invocar al Padre en su auxilio.
Al fin y al cabo, nuestra cruz es más fácil: se trata de seguir la senda de Jesús, el camino que Él ya ha recorrido antes que nosotros y que ahora recorre con nosotros. Pero es necesario cargarla con firmeza. La cruz de Jesús supuso humillación y desprestigio público, y es imposible ser cristiano sin estar dispuesto a aceptar el desprecio de los hombres por causa de Cristo, por el hecho de ser cristiano. «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por el evangelio, la salvará».