XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.

Autor: Padre Julio Alonso Ampuero 

Fuente: Libro: Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico
Con permiso de la Fundacion Gratis Date



Mc 10,17-30

El evangelio del domingo vigésimo octavo (10,17-30) nos presenta a un hombre honrado y piadoso pero cuyo amor a las riquezas le lleva a rechazar a Cristo. La persona de Jesús es el bien absoluto que hay que estar dispuesto a preferir por encima de las riquezas, de la fama, del poder y de la salud (1ª lectura: Sab 7,7-11). En esto consiste la verdadera sabiduría: al que renuncia a todo por Cristo, en realidad con Él le vienen todos los bienes juntos; todo lo renunciado por Él se encuentra en Él centuplicado –con persecuciones– y además vida eterna. Pero es preciso tener sensatez para discernir y decisión para optar abiertamente por Él y para estar dispuesto a perder lo demás. Porque el que se aferra a sus miserables bienes y riquezas se cierra a sí mismo la entrada en el Reino de Dios.

¡Ay de vosotros los ricos!

Sin duda, una de las advertencias que más reiterada e insistentemente aparecen en la predicación de Jesús es la que encontramos en el evangelio de hoy: las riquezas constituyen un peligro. En pocos versículos hasta tres veces insiste Jesús en lo muy difícil que es que un rico se salve. Dios, en su infinito amor, llama al hombre entero a que le sirva y a que le pertenezca de manera total e indivisa. Ahora bien, las riquezas inducen a confiar en los bienes conseguidos y a olvidarse de Dios (Lc 12,16-20) y llevan a despreciar a los pobres que nos rodean (Lc 16,19ss). Las riquezas hacen a los hombres codiciosos, orgullosos y duros (Lc 16,14), «la seducción de las riquezas ahoga la palabra» de Dios (Mt 13,22); en conclusión, que el rico «atesora riquezas para sí, pero no es rico ante Dios» (Lc 12,21). La conclusión es clara: No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24). De ahí la advertencia de Jesús: «Ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo» (Lc 6,24).
Conviene revisar hasta qué punto en este aspecto pensamos y actuamos según el evangelio. Pues no basta cumplir los mandamientos; al joven rico, que los ha cumplido desde pequeño, Jesús le dice: «Una cosa te falta». Ahora bien, Cristo no exige por exigir o por poner las cosas difíciles. Al contrario, movido de su inmenso amor quiere desengañar al hombre, abrirle los ojos, hacerle que viva en la verdad. Quiere que se apoye totalmente en Dios y no en riquezas pasajeras y engañosas. Quiere que su corazón se llene de la alegría de poseer a Dios. El joven rico se marchó «muy triste» al rechazar la invitación de Jesús a desprenderse. Por el contrario, el que, como Zaqueo, da la mitad de sus bienes a los pobres (Lc 19,1-10), experimenta la alegría de la salvación.