Mc. 11, 11-26:
La higuera maldita y los mercaderes del templo.

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD

 

 

Lecturas: 

a.- 1Pe. 4, 7-13: Sed buenos administradores de la gracia de Dios.
b.- Mc. 11, 11-26: La higuera maldita y los mercaderes del templo.
c.- San Juan de la Cruz: “Por ninguna ocupación deje la oración mental, que es sustento del alma” (Grados de Perfección 5).

Ante la inminente venida del Señor, el apóstol exhorta a los cristianos a vivir los grandes valores del evangelio: el amor que cubre multitud de pecados (cfr. Pr.10, 12; Sant. 5,20), la caridad, la hospitalidad, el servicio, la sobriedad, la oración.
Si se ama de verdad al prójimo, se debería estar dispuesto a perdonar porque ese amor cubriría los pecados de los demás. Si se ama al prójimo de verdad, Dios cubrirá y perdonará los pecados de quien ama. Debemos amar a los hermanos porque Dios nos ha amado y perdonado. En el fondo se trata de amar al prójimo induciendo a los cristianos a esperar el premio a quien ama a su hermano (Mt. 5, 17; Lc. 7, 47; Sant. 2, 13).
Ser buenos administradores de la gracia de Dios que cada cual ha recibido, es decir, la conversión y el bautismo han suscitado gracias y carismas abundantes en cada cristiano, de ahí el llamado a la responsabilidad (1Cor.12, 27ss; 14,1ss). Dones y carismas que hablan por una parte, de la infinita riqueza que hay en Dios, y por otra, destinados a la edificación de la comunidad eclesial. Cada carisma tiene una función única pero formando un cuerpo en que todos los otros carismas están al servicio de esta realidad que es la Iglesia. Gracias y carismas que deben ser administrados según la voluntad de quien los concede, es decir, Dios Padre y el amor fraterno, para evitar abusos. Si predica la palabra, que sea palabra de Dios o si presta otro servicio, “sea en virtud del poder recibido” (v. 11). Finalmente todo este servicio de los carismas es para glorificar a Dios Padre por medio de Jesucristo, que ha enriquecido a su Iglesia, a Él la “gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (v. 11; cfr. 1Cor. 10, 31). El tema de la higuera estéril envuelve la expulsión de los vendedores del templo de Jerusalén. ¿Qué esperaba encontrar Jesús en la higuera si no era tiempo de frutos?
El sentido de esta maldición y su significado, sirven de introducción al tema central que es presentar a Jesús como celoso defensor del culto divino en el templo, del que había anunciado su destrucción (Jn. 2, 13-22).
Los gestos de Jesús de echar fuera a los que vendían y compraban, dar vueltas las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas e impedir que llevaran cosas por el recinto, se explica porque habían convertido el templo en un mercado. Esto hay que entenderlo a la luz de textos de los profetas donde hay una invitación de Yahvé por boca de Isaías, a todos los extranjeros de la tierra a subir a adorarlo en Jerusalén y la denuncia de Jeremías de mejorar la conducta precisamente los que visitan el templo (cfr. Is. 56; Jr.7). Los pastores de Israel se negaban a abrir el templo a los no israelitas; en lugar de ofrecer a Dios a todos los pueblos se servían de Dios para fines mercantiles. Por estas razones Jesús actúa con ira y violencia.
Retoma el evangelista el tema de la higuera y cabe preguntarse ¿por qué Israel se hizo estéril? Se cerró en el propio orgullo nacionalista y en la propia ambición. Se había perdido el anuncio de los profetas y la fecundidad religiosa: el templo de Jerusalén estaba llamado a ser lugar de encuentro de todos los creyentes. Era en definitiva falta de fe. Es lo que recomienda Jesús: “Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: Quítate y arrójate al mar y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá” (vv. 23-24). Esto era lo que le faltaba a Israel y Jesús quiere devolverle su fecundidad al templo y a cuantos con rectitud de corazón oran. “Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas.” (vv. 24-26).
Fe y oración es lo que se necesita para el templo sea en verdad, casa de oración, y no cueva de ladrones. En el templo se oraba pero también se hacían buenos negocios a costa del prójimo, en lugar de servirle y amarle. Fruto admirable de la oración es la fe que logra perdonar a los enemigos, de lo contrario, dice Jesús, Dios Padre no escuchará esa oración. Si el templo, es casa de oración, el prójimo debe ser acogido como hermano y no como fuente de negocios u otros intereses.
El místico carmelita nos invita a no dejar la oración en el templo y la de carácter personal porque es sustento del alma y de la comunidad eclesial. Sin la fuerza de la oración no somos nada, porque en ella encontramos a Jesús vivo y operante, en su propia oración al Padre, a la cual nos unimos con silencio y callado amor, encontramos el sentido de la comunión auténtica.