San Lucas 21, 25-28. 34-36:
Se acerca vuestra liberación.Autor: Padre
Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD
Lecturas:
a.- Jr. 33,
14-16: Sucederé a David un vástago legítimo.
b.- Tes. 3,12-4,2: Que el Señor os fortalezca interiormente, para cuando Jesús
vuelva.
c.- Lc. 21, 25-28. 34-36: Se acerca vuestra liberación.
Comenzamos el tiempo de Adviento, tiempo de promesas cumplidas y
profecías por cumplir; tiempo por tanto de conversión al Señor Jesús que viene;
tiempo de tomar en serio nuestra vida cristiana tan próxima a la llegada del
Señor a pedirnos cuenta de cómo hemos trabajado nuestra salvación.
La primera lectura nace en una situación difícil para los repatriados
inaceptados dentro y fuera de su propio país; estaban desilusionados. Habían
comenzado a reconstruir sus casas y fortunas, incluso el templo, pero, a poco
comenzar este trabajo lo dejaron, prácticamente habían abandonado su herencia
religiosa para comenzar a vivir como los demás. Un discípulo de Jeremías, un
fiel yahvista, les lanza un oráculo, que ya su maestro había anunciado, pero con
una fe nueva, recordando la promesa de Yahvé hecha a la casa de Israel y de
Judá: “Mirad que días vienen, oráculo de Yahvé, en que confirmaré la buena
palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en
aquella sazón haré brotar para David un Germen justo, y practicará el derecho y
la justicia en la tierra. En aquellos días estará a salvo Judá, y Jerusalén
vivirá en seguro. Y así se la llamará: «Yahvé, justicia nuestra.» (vv. 14-16;
cfr. 23, 5-6). No le fijan a Dios el tiempo, sino lo que está en el designio
divino, el mesianismo es cada vez más marcado, es la hora, la misma que no había
llegado para Jesús, en las bodas de Caná, pero sí la de su pasión y muerte y
resurrección. Dios suscitará un vástago legítimo de David, que implementará en
la tierra la justicia. Mientras en el primer anuncio (cfr. Jr. 23, 5-6), el
profeta había señalado que Judá estaría seguro, ahora agrega que será en
Jerusalén donde se cumpla esta promesa. La propia ciudad será llamada: “Yahvé
justicia nuestra”; la justicia del mesías se hará realidad en medio de su
pueblo.
El apóstol nos exhorta a preparar la venida del Señor Jesús, dejando que Dios
sea Dios en nuestra existencia. ÉL debe tener la primacía, en cuanto a la
inspiración y acción, y además debemos reconocer la gratuidad de su acción en
cada uno de nosotros. Porque Dios es amor el que nos hace crecer a todos los
hombres en amor mutuo y hacia todos; sólo ÉL fortalece nuestros corazones y nos
santifica, preparándonos para la venida de Jesús: irreprochables en su presencia
el día del juicio. El evangelio nos presenta la venida de Jesús con el lenguaje
llamado apocalíptico, donde el uso de imágenes, no de descentrarnos del mensaje
global: el mundo no es eterno, tendrá un fin que coincide con la venida de
Jesucristo a juzgar a vivos y muertos. El Señor viene con poder y gloria (vv.
25-28). En una segunda parte el evangelista nos exhorta a la vigilancia activa
ante su inesperada venida del Señor. El final de la historia, primera parte del
texto evangélico, presenta las imágenes que no quieren señalar sino la
relatividad e inestabilidad del mundo creado, que algún día tendrá su fin. Lo
importante es la venida del Señor; se usa la expresión, “Hijo del Hombre” (v.
27), tomada del profeta Daniel (cfr. Dn. 7, 13). Para los contemporáneos de
Lucas, la destrucción de Jerusalén, guerra judía del año 70 y la inestabilidad
del cosmos señalan la ruina del mundo. Para los creyentes queda una vía de
esperanza, la verdad y el juicio del Señor Jesús. Por eso se puede afirmar:
“Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra
liberación” (Lc. 21, 28). El sentido verdadero de la historia y los pueblos no
se centra en el fracaso de los pueblos sino en Cristo Jesús, el Hijo del hombre.
La victoria no está en el mal ni en la muerte, está en Cristo que nos llama a
mantener su testimonio, mantenernos vigilantes y a seguirle en la vía que nos
trazó. Ante un mundo que ya no responde las interrogantes del hombre, la
respuesta es Cristo, verdad y vida, muerte y resurrección. Desde ahora la
apocalíptica viene a significar el triunfo de Jesús, que proclama la exigencia
del amor, siembra la esperanza por doquier y muere y resucita. Con estos
parámetros debemos medir todas nuestras verdades. La segunda parte del
evangelio, nos exhorta a la vigilancia; está cercano el día y es necesario estar
despiertos. Hay una verdad de Dios, que fundamenta toda nuestra existencia, como
gracia nos lleva a la transformación interior. Ante ese don y esa
responsabilidad, hay que mostrarse siempre vigilantes. Es un futuro que se
acerca, el Jesús viene y puede destruirnos, pero esperanzados pues estamos
injertados por el Bautismo en su resurrección que ha vencido la muerte. Llevamos
en la carne las señales de la muerte de Jesús, los dolores propios y de la
humanidad, pero también los signos de la pascua, la esperanza de alcanzar la
vida eterna.
La Santa Madre Teresa de Jesús, nos invita a prepararse momento del juicio, en
la oración, donde la verdad y el amor han de darle impronta a ese diálogo de
amor con Dios. “Qué será el día del juicio, , cuando esta Majestad nos mostrará
claramente y veremos las ofensas que hemos hecho?” (Vida 40,11).