II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
San Juan 2, 1-12:
En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos.

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD 

 

a.- Is. 62,1-5: El marido se alegrará con su esposa.
b.- 1Cor. 12, 4-11: El mismo y único Espíritu reparte a cada uno como él le parece
c.- Jn. 2, 1-12: En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos.


Dos son las imágenes que dominan las lecturas de este domingo: pueblo de Dios y matrimonio, expresiones de la alianza que Dios hace con cada hombre y que Cristo Jesús selló con su misterio pascual. El profeta en forma poética, pero por ello no menos fuerte y cierta, denuncia la falta de justicia de parte de los dirigentes políticos de Israel. El fin de la prédica del profeta, es propiciar la manifestación de la justicia y la salvación de Sión, para que las naciones contemplen la justicia y los reyes contemplen la gloria de Jerusalén; justicia y gloria, son un don de Jahvé a su pueblo. El Señor creó la comunidad, al derramar su espíritu sobre él, sin pedir nada a cambio (cfr. Is. 43, 1-7) Es el don divino que transforma el desierto en una alameda, símbolo del pueblo pecador, junto a las corrientes de agua (cfr. Is .44, 4). El pueblo idolatra, simbolizado por la ceguera se convierte en el pueblo creado por Dios y que manifiesta su gloria divina (cfr. Is. 42, 18-25; 43,7). Esta obra divina comienza cuando el pueblo acoge la ley. La observancia de la ley lo que hace de la justicia brote en el pueblo; la desobediencia trae al pueblo la desgracia (cfr. Is. 51,4; 42,21; 42, 24). Será el Siervo quien mantenga la alianza entre Dios y su pueblo, además de ser el mediador de la alianza entre Yahvé y las naciones (cfr. Is. 42, 1-9; 49,1-7; 50,4-11; 52,13-53,12). El nombre nuevo (v.2) que recibirá Jerusalén se remite al futuro porque su transformación no lo traducen labios humanos: será Yahvé en darle un nombre nuevo: mi complacencia, desposada, nunca más será llamada abandonada o desolada (v. 4). Estos nombres simbolizan las nuevas relaciones de Dios con su pueblo con la metáfora de la alianza matrimonial. El esposo de Jerusalén es Yahvé, símbolo de la alianza eterna que Dios establece con su pueblo. Como su constructor, Yahvé se goza de la alianza, como esposo de Jerusalén, se alejan de ella todas las adversidades (cfr. Is. 62,19; 55,15). Pablo, descubre que en el nuevo pueblo de Dios, nacido del misterio pascual de Cristo, alianza de Dios con cada hombre, hay en la Iglesia un solo Señor a quien servir, pero es el Espíritu Santo, quien dota a cada uno con un carisma particular, para provecho de toda la comunidad eclesial. Se trata de hacerse responsable de la alianza personal, en beneficio de la Iglesia, con lo cual la idea de cuerpo hace que cada uno se sienta bien incorporado para que sea la salvación la que mantenga vivo esta realidad de pueblo de Dios en camino.
Las bodas de Caná, son el inicio de los signos de Jesús, primera manifestación de su gloria, en la que está presente María, su Madre y los discípulos creyeron en ÉL. La atención se desplaza de los novios hacia Jesús y María, los invitados. Convertir el agua en vino viene a significar el anticipo de su glorificación definitiva, su hora, por la intervención de su Madre. Es anuncio del banquete del reino de Dios, donde habrá vinos exquisitos, imagen de la salvación que viene de lo alto. Tiene también su sentido eucarístico, donde el vino se convierte en la sangre de Cristo, sangre de la nueva y definitiva alianza. Finalmente es imagen del amor esponsal de Dios con su pueblo, como enseñaba Isaías. La oración-petición de María a su Hijo a favor de los novios, adelante la hora de Jesús, la realización del prodigio de convertir el agua en vino. El evangelista nos presenta a la Madre de Jesús al comienzo y al final de su obra: en Caná y al pie de la Cruz. En ambas la Madre, es testigo, junto a los apóstoles, de la manifestación de la gloria del Hijo. Este signo manifiesta la solicitud amorosa de la Madre y la eficacia de su intercesión ante su Hijo. El pueblo de la alianza sellada con la sangre preciosa del Hijo en la Cruz, la vive en la Iglesia como comunidad y confiando que siempre gozará del vino nuevo de la salvación y de la intercesión de la Madre por sus hijos.
Huérfana en esta vida, la madre murió siendo adolescente, la joven Teresa acude a la Madre del cielo, para que sea su madre, más tarde reconoce que esta suplica le valió para toda la vida. “Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fui a una imagen de nuestra Señora y le supliqué fuese mi madre, con muchas lágrimas. Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella; y, en fin, me ha tornado a sí. Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos deseos que comencé.” (Vida 1,7).