Fiesta. Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote
San Lucas 22,14-20: Haced esto en recuerdo mío.Autor: Padre
Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD
a.- Is. 52, 13-53,1-12: He aquí mi siervo.
(O bien Heb. 10,12-23: Ofreció un solo sacrificio).
b.- Lc. 22, 14-20: Haced esto en recuerdo mío.
Celebramos la fiesta de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, dentro de lo que
denominamos las fiestas del Señor. El profeta nos presenta en la primera lectura
el cuarto canto del Siervo del Señor. El texto es oscuro en su estructura, en su
lenguaje y en la identificación histórica del personaje. Al inicio Dios mismo
habla de su “Siervo” como uno que completamente desfigurado físicamente, a causa
del dolor, que no tiene apariencia humana (cfr. Is. 52,14). Pero se produce un
movimiento en la escena, porque se anuncia en seguida, que este mismo Siervo
será glorificado y reconocido por naciones y reyes que se llenarán de asombro
ante un hecho inusitado cerrarán la boca (cfr. Is 52,15). Pero antes de su
glorificación habrá de padecer mucho, se narran su vida y sus sufrimientos:
creció en la presencia del Señor Yahvé (v.2), ha sido despreciado y rechazado
por los hombres (vv. 2-3); llevaba sobre sus hombros y espaldas nuestras
rebeliones (vv.4-6), ha sido sometido a un juicio inicuo que él acepta sin
violencia como cordero llevado al matadero, como cordero que no abre la boca
ante el esquilador (vv. 7-8), muere y es enterrado, pero verá descendencia,
porque se entregó a sí mismo como expiación por lo que Yahvé le alargará sus
días (vv. 9-11). Este Siervo no sufre por sus culpas, sino por las del pueblo,
sus heridas salvaron a muchos, puesto que intercedió por los rebeldes. Otra
lectura acerca de este Siervo es que representa el valor redentor del
sufrimiento. Las tribulaciones del Siervo hacen referencia a las pruebas vividas
por los justos de Israel que sufrieron la cautividad durante el exilio en Egipto
y Babilonia y que con su fidelidad ayudó en la realización de la economía de
salvación. En el Siervo de Yahvé los evangelistas encontraron la imagen del
Cristo que sufre por la humanidad, los libra de la muerte eterna y de sus
pecados. Se ofrece en expiación y redime a la humanidad; este Siervo nos lleva a
Jesucristo, muerto y resucitado, vida para la humanidad entera.
Un segunda lectura, optativa, que se nos propone a nuestra meditación nos habla
de la superioridad del sacrificio de Cristo por sobre todos los sacrificios de
la antigua alianza. El tema central es la multiplicidad de los sacrificios y la
unicidad del sacrificio de Cristo. Los sacerdotes debía ofrecer el sacrificio
diariamente, y una vez al año, por los pecados del pueblo, con lo que se quiere
recalcar que su obra nunca está terminada; en cambio, Jesús ofreció un sólo
sacrificio y está sentado a la diestra del Padre. Jesús ha terminado su obra, no
necesita repetirla, su sacrificio de expiación fue perfecto. Su entrega de la
vida, libremente, consiguió la finalidad que persigue el sacerdocio. Un segundo
aspecto a considerar es que un solo sacrificio perfeccionó para siempre a los
santificados; los sacrificios levíticos estaban como en el principio, el
sacrificio de Cristo purificó al pueblo de sus pecados, los reconcilió con Dios.
Es Jeremías quien habla de esta nueva alianza, para el perdón de los pecados,
conseguido por medio del sacrificio de Cristo (cfr. Jr. 31, 34; Hb. 8, 8-12;
10,18). Por lo mismo el autor sagrado estima que los sacrificios levíticos deben
cesar, ya hay remisión, es inútil la oblación por los pecados (vv.14.18). En
definitiva, es Cristo quien a logrado de una vez, para siempre el perdón de los
pecados, para que arrepentido el hombre pecador pueda ser justificado por la
gracia de Dios.
La narración de Lucas, reúne los elementos esenciales de la última Cena de
Jesús. La cena se da en un ambiente escatológico, no es simplemente una cena más
con sus discípulos sino una anticipación del gran banquete escatológico que
ofrece la plenitud de su misterio y comparte la gloria del Padre en el Reino de
Dios. Hay todo un camino entre ese fondo histórico y la tensión hacia el Reino
de Dios: “Les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes
de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su
cumplimiento en el Reino de Dios.» (vv. 15-16). Tendiendo hacia el Reino, Jesús
ofrece a sus discípulos este banquete, recuerdo de su presencia y anticipación
de la cena escatológica, la plenitud de su misterio a través del simbolismo del
pan y de la copa de vino, convertido en su Cuerpo y Sangre, expresión de la
nueva alianza (vv. 19-20). Sobre el pan dice que es su cuerpo que se entrega por
vosotros (v.19); la comida que les ofrece es una presencia que los alimenta, es
el pan que forma el cuerpo, que unifica a los discípulos con Cristo Jesús y con
los que creerán en el futuro. Esta nueva forma de presencia de Jesús entre los
suyos por medio de su cuerpo es expresión de unión comunitaria y escatológica de
los hombres conforman la realidad de este misterio. Sobre la copa dice: “De
igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza
en mi sangre, que es derramada por vosotros.” (v. 20). Cristo Jesús, es la nueva
y eterna alianza entre Dios y los hombres, establece una comunión para siempre.
Las antiguas alianzas, quedaron obsoletas, sólo Jesús abre el verdadero camino
que lleva al Padre, de ahí que en su persona se centra el misterio de la
alianza, por eso la ofrece a sus discípulos como herencia perpetua. Pero esa
alianza es sellada en la sangre, es decir, a través de la muerte, por eso
participar en el cáliz de Jesús es participar de su sacrificio, haciendo ofrenda
de la propia vida por el prójimo. La Eucaristía dominical es aprender a vivir en
el cuerpo de Cristo, es decir, en el sacrificio, banquete y memorial de su
pasión, muerte y resurrección, para crear comunión y servir a Dios y el prójimo.