San Lucas 6, 43-49:
¿Porqué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?

Autor: Padre Julio Cesar Gonzalez Carretti OCD 

 

a.- 1Cor. 10,14-22: Formamos un solo cuerpo.
b.- Lc. 6, 43-49: ¿Porqué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?

Este evangelio nos invita a dar frutos de santidad en el verdadero seguimiento de Cristo. Muchos dicen ser discípulos de Cristo, pero ¿cómo saber si son auténticos cristianos? El texto bíblico nos ofrece la imagen del árbol y sus frutos (vv. 43-45) y la segunda (vv. 46-49), se refiere a los cimientos de la casa. El árbol es bueno sólo en la medida en que da frutos sanos, se considera árbol malo el que sólo da quizás hermoso follaje, pero frutos agraces. Con esta imagen se quiere graficar la vida de los discípulos de Cristo, que pueden poseer multitud de cualidades y dones, como sabiduría, liderazgo, capacidad de organizar pastorales, todas estas son follaje engañoso que oculta la falta de frutos, lo que se exige son obras concretas en bien del prójimo, Lo que importan en el árbol es que la raíz esté bien profunda, lo mismo la casa, es decir, una conversión que penetre al corazón del discípulo, que transforme su vida de cada día. En el más profundo centro a decir de Juan de la Cruz, donde se encuentran los cimientos de la persona misma, pues bien, hasta ahí debe llegar la conversión del hombre. La solidez de esos cimientos, deben estar hundidos en el corazón y persona de Jesucristo, que es la roca. Pero son muchos los que acuden al Señor, pero luego siguen sin hacer pie, no dan frutos, creen creer, pero su fe se limita a prácticas piadosas y litúrgicas repetidas, no profundas, Cristo en el fondo no significa nada, hacen lo que quieren. Cristo es roca firme sólo para los que viven el evangelio y lo cumplen, misterio de gracia y exigencia, don y responsabilidad por la propia vocación a la vida cristiana, portada para hacer presente a Jesucristo en la sociedad. Ese cristiano hunde sus raíces en Cristo, roca firme y da frutos, como árbol plantado en buena tierra y que fructifica a su debido tiempo.
Teresa de Jesús, usando el símil del huerto establece cómo el Señor después de haber limpiado el jardín comienza a dar flores y a madurar la fruta, es decir, las virtudes que la vida de oración ha hecho germinar en el alma orante: “Crece la fruta y madúrala de manera que se pueda sustentar de su huerto” (V 17,2)