III Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Jn 4,5-42: "Si conocieses el don de Dios"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse  

 

 

(Ex 17,3-7) "Yo estaré allí delante de ti"
(Rom 5,1.2.5-8) "Nos gloriamos en la esperanza de los hijos de Dios"
(Jn 4,5-42) "Si conocieses el don de Dios"

¡Una página de oro! ¡Cuánta riqueza y profundidad en un encuentro lleno de naturalidad y sinceridad por ambas partes! Una página tan densa que desborda los límites de una homilía. Ciñámonos a ese escepticismo que reservamos, como la samaritana, ante las verdades que están más allá de lo de todos los días.

Inicialmente la mujer se extraña que un judío le dirija la palabra. Jesús pasa por alto los prejuicios sociales y el tono desenvuelto y un tanto hosco de ella y le dice que es dueño de un agua que apaga la sed para siempre. El escepticismo aparece: "¿eres tú más que nuestro padre Jacob...? ¿Es que hay algo mayor y mejor que los bienes de este mundo? Tenemos sed de bienestar, de afirmación personal..., pero vamos a apagarla en los aljibes de este mundo (Cf Jer 2,13). Jesús que conoce bien las expectativas del corazón humano dice: "Si conocieras el don de Dios..." ¡Palabras eternas, que saben a plenitud, y que despertaron en ella la sed de absoluto que toda criatura siente, provocando esta petición: "Señor dame esa agua"! ¡Pidamos a Jesús que nos dé sed de eternidad y no nos conformemos con el brillo prestado y fugaz de las cosas de esta vida!

Aunque Jesús ha despertado algo muy importante en el corazón de esta mujer, ella, aferrada a su modo de ver y de vivir -¡como nosotros!- añade burlonamente: así "no tendré que venir aquí a sacarla". Jesús, al ver su actitud, replica: "llama a tu marido". Cristo la coloca frente a su borrascosa historia y la mujer se siente ante alguien muy superior: "Señor, veo que tú eres un profeta" La conversación continúa por las alturas de la verdad de Dios y por la sinceridad de corazón que Él reclama. La conciencia, que es la voz de Dios resonando en el corazón y que Cristo ha removido, le ha hecho ver que no se puede adorar a Dios el Domingo y los demás días rendir culto al orgullo y la sensualidad.

"Sé que va a venir el Mesías". ¡También ella esperaba al Mesías, a pesar de la vida sentimental que llevaba! En toda alma hay una incurable sed de Dios. Jesús le responde con sencillez pero con un acento que la desconcierta: "Soy yo, el que habla contigo". La mujer, atónita, deja el cántaro en el pozo y corre alborozada a extender la noticia. ¿Por qué no buscar un encuentro personal con Jesús por la lectura atenta y diaria de la Escritura Santa, de una confesión sincera de nuestros pecados, de la Eucaristía? Ese encuentro provocará en cada uno el mismo sobresalto que en esta mujer y, como ella, sentiremos la necesidad de comunicarlo a la familia, los amigos y vecinos, ¡a todos!