IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 7, 21-27: «Bienaventurados (...)

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse  

 

 

Deuteronomio 11, 18.26-28
Romanos 3, 21-25ª.28
Mateo 7, 21-27

        Quien cumple las enseñanzas de Jesús edifica su vida sobre el sólido fundamento de una roca. Esta imagen recorre toda la Sagrada Escritura. Yahvé-Dios es la Piedra o Roca de Israel.  De ella brotó el agua cuando los israelitas atravesaban el desierto y ella misma es Cristo, piedra angular, agua viva y fuente de vida eterna. Pero la piedra angular puede convertirse piedra de escándalo y ser desechada por los que intentan construir un mundo sin Dios.

La piedra, que es Cristo (cf 1 Cor 10), es la seguridad en las tormentas y vendavales de las pasiones humanas. Nosotros acertaremos en esta vida cuando edifiquemos con el Señor la casa común y la propia vida en la Iglesia. Para ello es preciso abandonar ese modo egoísta –necio, lo llama el Señor- de enfocar las cosas que se deslumbra con el inmenso y, a veces, maravilloso poder técnico, porque eso es construir sobre arena. ¿No vemos a nuestro alrededor personas destrozadas interiormente, destruidas, como esa casa edificada sobre arena de la que nos habla Jesús al final del Sermón del Monte?

  “Nosotros somos piedras, sillares, que se mueven, que sienten, que tienen una libérrima voluntad. Dios mismo es el cantero que nos quita las esquinas, arreglándonos, modificándonos, según El desea, a golpe de martillo y de cincel. No queramos apartarnos, no queramos esquivar su Voluntad, porque de cualquier modo, no podremos evitar los golpes. Sufriremos más e inútilmente, y, en lugar de la pieda pulida y dispuesta para edificar, seremos un montón informe de grava que pisarán las gentes con desprecio” (San Josemaría Escrivá).

Jesucristo es la piedra angular de la Iglesia y de cada uno de nosotros, sin ella  todo se viene abajo. Trabajos, intereses, amores, negocios, proyectos, diversiones…; en una palabra: la vida entera, adquiere un sentido cuando vivimos como discípulos de Cristo. Supondría una equivocación grave aparcar  nuestra condición de cristianos si, a la hora de ejercer un trabajo, de emprender un negocio, de elegir un espectáculo, un lugar para las vacaciones, etc., tan sólo pensáramos en las ventajas económicas o de otro signo y no tuviéramos en cuenta si eso es bueno o malo, lícito o no. Si en nuestras actuaciones no están presentes las enseñanzas de Jesucristo, el vendaval  y los estragos del tiempo se encargarán de arruinar todos esos proyectos.

En la Primera Lectura de la Misa de hoy hemos leído: “Meteos mis palabras en el corazón y en el alma”. El cristiano que se apoya en la piedra angular, que es Cristo, tiene su modo de ver el mundo y una escala de valores que le permite ser libre frente a los cantos de sirena de vientos y ríos salidos de madre, porque “donde está el espíritu del Señor allí está la libertad” (2 Cor 3, 17).  

El Concilio Vaticano II, afirma que: “La Iglesia… cree que la clave, el centro y la finalidad de toda la historia humana se encuentra en su Señor y Maestro” (G. S. 10). Con el Salmo Responsorial, podemos acudir a Dios diciéndole: “Sé la roca de mi refugio, Señor”.