Domingo de Pascua: La Resurreccion del Señor

Jn 20,1-9: "Vio y creyó"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse  

 

 

 

(Hch 10,34a. 37-43) "Dios lo resucitó al tercer día"
(Col 3,1-4) "Buscad los bienes de allá arriba"
(Jn 20,1-9) "Vio y creyó"

Celebramos hoy la cumbre del misterio de nuestra Salvación y que cada uno de los 52
domingos del año conmemoramos también. La verdad nuclear del Cristianismo. El triunfo de
Cristo sobre la muerte y el comienzo de una Vida Nueva para Jesús y para nosotros. La
consumación del proyecto salvador de Dios. "Nosotros somos testigos", dirán los Apóstoles
en su primera predicación (1ª lect).

Por eso la Iglesia rompe a cantar en la Vigilia Pascual: "Exulten por fin los coros de los
ángeles, exulten las jerarquías del cielo...Goce también la tierra inundada de tanta
claridad y que, radiante con el fulgor del Rey Eterno, se sienta libre de la tiniebla que
cubría el orbe entero". (Pregón Pascual). Nuestra alegría es grande porque entendemos que,
incorporándonos a esa "Vida Nueva" que nos llega por los Sacramentos, resucitaremos también
con Jesucristo.

La Resurrección de Jesús es no sólo un hecho histórico sino un acontecimiento absolutamente
único. Un suceso que los discípulos del Señor comprendieron que estaba llamado a cambiar la
vida humana. Jesús no regresó a nuestro tiempo y a nuestra condición terrestre actual como
Lázaro, el hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo. Jesús entró corporalmente en la
eternidad y abrió definitivamente las puertas a todo el que crea en El y viva su vida. Su
Resurrección no es un retroceso a nuestra forma de vida, es una promoción hacia adelante y
ya irreversible: Cristo Resucitado ya no muere, vive glorioso en el Cielo.

La Resurrección de Cristo es la prueba más clara de que El es la Vida, una vida que se
reveló más fuerte que la muerte. Ella nos recuerda que el amor siempre puede más que el
odio; la verdad que la mentira; la entrega y el servicio desinteresado a los demás
sobreviven a todos los egoísmos; que el bien y la buena conciencia triunfan al final sobre
los que extorsionan a los demás.

El consuelo que esta gozosa verdad ofrece a la hora de la muerte no oculta lo terrible de
ella, pero, a su luz, el dolor que este trance provoca en nosotros, permite al cristiano
ver más allá de él la vida eterna. Esa Vida que los testigos de la Resurrección pudieron
ver y palpar y que nos anuncian para que nuestra alegría sea completa (Cfr 1 Jn 1,4).