III Domingo de Pascua, Ciclo B

Lc 24,35-48: "Paz a vosotros"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse  

 

 

 

(Hch 3,13-15.17-19) "Arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros
pecados"
(1 Jn 2,1-5a) "Os escribo esto para que no pequéis”
(Lc 24,35-48) "Paz a vosotros"

Las apariciones de Cristo Resucitado contrastan con las escenas del Jesús que los
discípulos habían conocido y tratado antes de su muerte en la Cruz. La seguridad de estar
ante una persona excepcional sí, pero de carne y hueso, que come, duerme, se cansa, se
alegra y llora, sufre y muere, contrasta con estas súbitas apariciones y desapariciones de
Cristo glorioso y triunfador de la muerte. Las dudas ante lo que cuentan los que le han
visto y la perplejidad de quienes le están viendo pensando que se trata de un fantasma o
una ilusión, se nos comunica en el Evangelio de la Misa de hoy.

“¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis
pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos,
como veis que yo tengo”. “Es el mismo Jesús el que, tras la resurrección, se pone en
contacto con los discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la
opinión (o el miedo) de que se trata de un fantasma y por tanto de que fueran víctimas de
una ilusión. Efectivamente, establece con ellos relaciones directas, precisamente mediante
el tacto... Palpadme y ved. Les invita a constatar que el cuerpo resucitado, con el que se
presenta ante ellos, es el mismo que fue martirizado y crucificado. Ese cuerpo posee sin
embargo al mismo tiempo propiedades nuevas: se ha hecho espiritual y glorificado y por lo
tanto ya no está sometido a las limitaciones habituales a los seres materiales... Jesús
entra en el Cenáculo a pesar de que las puertas estuvieran cerradas, aparece y desaparece,
etc. Pero al mismo tiempo ese cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la
demostración de la resurrección de Cristo” (Juan Pablo II).

La certeza de que Cristo había resucitado no fue un producto de la credulidad o sugestión
de los discípulos, sino de las repetidas apariciones y ofrecimientos de pruebas con las que
el Señor les fue ayudando a que aceptaran un hecho tan sobrenatural. De ahí que cuando
hubieron de proclamar esta verdad que, por otra parte acusaba de un deicidio a quienes
condujeron a la muerte a Jesús, al ser intimidados con torturas y amenazas de muerte si no
se callaban, Pedro y Juan contestaron: “¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros
en vez de a él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y
oído” (Act 4, 19-20).

“Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: Así estaba
escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día...”. Con esta
luz absolutamente nueva ilumina en sus ojos incluso el acontecimiento de la Cruz y están en
condiciones de anunciar estas cosas a todos los pueblos.

El trato con Jesucristo en la lectura atenta y frecuente de su Palabra y en la Eucaristía,
es lo que nos ayudará a disipar cualquier duda sobre el fundamento de nuestra fe: todo no
acaba con la muerte, Cristo la ha vencido y nos ha dado la posibilidad de que también
nosotros la superemos. Dediquemos un tiempo todos los días a la meditación de la Sagrada
Escritura rogando a Dios con las palabras de la Liturgia de hoy: “Señor Jesús: explícanos
las Escrituras. Enciende nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluya”.