Solemnidad: Natividad del Señor (25 de diciembre)
San Juan 1, 1-18:
"En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse   

 

 

(Is 52,7-10) "¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que anuncia y predica la paz!"
(Hb 1,1-6) "Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy"
(Jn 1,1-18) "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios"


“Y la Palabra se hizo carne”. La llegada de Dios a la tierra es un acontecimiento impresionante, inaudito casi si no fuera porque ha sucedido. Que Dios haya venido a este mundo podría parecer lógico a personas de siglos pasados que creían que la Tierra era todo lo que existía. Pero hoy, cuando sabemos que nuestro planeta es como un perdigón que gira alrededor de un punto luminoso como el sol, y que hay miles de millones similares a esa luminaria, vienen a la memoria esas palabras del salmo: “Cuando miro los cielos, obra de tus manos...: ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él” (S. 8, 4-5).

Que Dios haya cruzado el umbral de la Historia, que el principio y fin de todas las cosas y al que las potestades de los cielos adoran con un inmenso respeto, haya tomado la forma de un hombre, hablado nuestra lengua, compartido nuestra mesa y sobrellevado los avatares propios de la condición humana, excepto el pecado, y nos haya amado hasta entregar su vida en suplicio tan atroz como humillante, es algo ciertamente conmovedor y asombroso. El pasmo que esto produce es reseñado por el evangelista con un trazo breve y resuelto, como el de una firma de autoridad notarial: “Y la Palabra se hizo carne”; lo que un judío no se hubiese atrevido a hacer nunca y que hoy escandaliza a muchos: unir la inaccesible naturaleza de Dios, al que nadie ha visto (cf Jn 1,8), con la naturaleza humana por lo que caracteriza a ésta: la carne. Sí, “Dios busca al hombre movido por su corazón de Padre”(Juan Pablo II).

Esta solicitud de Dios por nosotros es tanto más valiosa cuando no olvidamos que Él no nos necesita, somos los hombres quienes precisamos de Él como las plantas el agua o el sol. “Resulta patente cuán en serio toma Dios al hombre; tan en serio que permite que su destino le afecte a Él mismo; hasta el punto que lo hace suyo en Cristo” (R. Guardini).

Recordémoslo: no es que Dios se revista de la forma de un hombre, sino que se hace hombre con todo el realismo de la existencia humana. No se permite ninguna de las excepciones que vemos en las figuras mitológicas como la invulnerabilidad física, el hambre, la sed, y el cansancio, por ejemplo. Es uno igual a nosotros excepto en el pecado. En la Humanidad del Señor, recupera el hombre su verdad primera, su condición original. Es el nuevo Adán, primogénito de muchos hermanos. “Aleluya, cantamos hoy con la Iglesia. Adorad al Señor porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra. Aleluya” De generación en generación, la Navidad es celebrada por los cristianos con emocionada alegría.

Ciertamente este modo tan humano de acercarse a nosotros es de un perturbador atractivo para unos y algo inaceptable y casi blasfemo para otros. ¿Cómo puede un hombre como uno de nosotros ser Dios? La Revelación que va de la noche de Belén a la prematura noche del Gólgota, se convierte en velo debido, justamente, a este modo tan humano de revelarse. El evangelista lo dirá con dolorido acento: “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. ¡Acojamos con alegría y agradecimiento a este Dios sorprendente que viene a la tierra como todas las criaturas humanas, como un Niño, manifestando, también así, tanto su deseo de ponerse a nuestro alcance como cuán inescrutables son sus caminos! ¿Recibirle en la Eucaristía, ásu Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad!