Solemnidad. Domingo de Pentecostes
San Juan 20,19-23:
"Recibid el Espíritu Santo"

Autor: Padre Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alba

Fuente: almudi.org (con permiso)  suscribirse   

 

 

(Hch 2,1-11) "Empezaron a hablar en lenguas extranjeras"
(1 Cor 12,3b-7.12-13) "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común"
(Jn 20,19-23) "Recibid el Espíritu Santo"


"Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Así inició la Iglesia su andadura proclamando su mensaje de salvación por todos los rincones del mundo, encontrando en su camino adhesiones agradecidas y heroicas y rechazos enconados e inhumanos.

Y así continúa en el umbral del Tercer Milenio, porque nada ni nadie puede encarcelar al viento o hacerlo desaparecer. Ella recuerda a todos que somos hijos de Dios, quien ha enviado "a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: Abbá, Padre!" (Gal 4,6). Insistiéndonos en que es Jesucristo quien "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre" (G.S.,22). Y, sobre todo, que Dios sale a la búsqueda del hombre porque lo ha creado a su imagen y semejanza y lo quiere elevar a la dignidad de hijo suyo. Y lo busca, enseña Juan Pablo II, "porque el hombre se ha alejado de Él, escondiéndose como Adán entre los árboles del paraíso terrestre... Satanás lo ha engañado persuadiéndolo de ser él mismo Dios, y poder conocer, como Dios, el bien y el mal, gobernando el mundo a su arbitrio sin tener que contar con la voluntad divina". Sí, Dios quiere liberar al hombre de la prisión del yo, porque "donde está el Espíritu de Dios, allí está la libertad" (2 Co 3,17).

El autor principal de esta tarea de tan hondo calado es el Espíritu Santo. Él es el alma de la Iglesia, su fuerza, el secreto de su dilatada historia que ha entrado ya en el Tercer Milenio, aunque sus orígenes se remontan a los tiempos de los Patriarcas y Profetas, al Corazón de Dios.

La Liturgia de la Solemnidad de hoy nos invita a suplicar la ayuda constante del Espíritu Santo con una Secuencia realmente hermosa: "Ven, Espíritu divino... Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento..., guía al que tuerce el sendero..., y danos tu gozo eterno".

María, que concibió a Jesucristo por obra del Espíritu Santo y fue dócil a sus inspiraciones, es nuestro modelo: "Ella, la Madre del amor hermoso, será para los cristianos -dice Juan Pablo II- la Estrella que guía con seguridad sus pasos (los de toda la Iglesia) al encuentro del Señor".