IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A
San Lucas 9, 1-41: La verdadera feAutor: Regnum Christi
Fuente: Regnum Christi Para suscribirse
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 1-41
En aquel
tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le
preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus
padres?” Jesús respondió: “Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que
en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del
que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede
trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo”.
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos
al ciego y le dijo: “Ve a lavarte en la piscina de Siloé” (que significa ‘Enviado’).
El fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna,
preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?” Unos decían: “Es
el mismo”. Otros: “No es él, sino que se le parece”. Pero él decía: “Yo soy”. Y
le preguntaban: “Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?” El les respondió: “El
hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: ‘Ve a
Siloé y lávate’. Entonces fui, me lavé y comencé a ver”. Le preguntaron: “¿En
dónde está él?” Les contestó: “No lo sé”.
Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día
en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron
cómo había adquirido la vista. El les contestó: “Me puso lodo en los ojos, me
lavé y veo”. Algunos de los fariseos comentaban: “Ese hombre no viene de Dios,
porque no guarda el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo puede un pecador hacer
semejantes prodigios?” Y había división entre ellos. Entonces volvieron a
preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?” Él les
contestó: “Que es un profeta”.
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera
recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste su
hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres
contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que
ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya
tiene edad suficiente y responderá por sí mismo”. Los padres del que había sido
ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en
expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus
padres dijeron: ‘Ya tiene edad; pregúntenle a él’.
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: “Da gloria a Dios.
Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”. Contestó él: “Si es pecador, yo no
lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Le preguntaron otra vez: “¿Qué te
hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Ya se lo dije a ustedes y no me
han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes
quieren hacerse discípulos suyos?” Entonces ellos lo llenaron de insultos y le
dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene”.
Replicó aquel hombre: “Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin
embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores,
pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído
decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera
de Dios, no tendría ningún poder”. Le replicaron: “Tú eres puro pecado desde que
naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?” Y lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: “¿Crees tú
en el Hijo del hombre?” El contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?”
Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él dijo:
“Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.
Entonces le dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para que se definan los
campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Al oír esto,
algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: “¿Entonces también nosotros
estamos ciegos?” Jesús les contestó: “Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado;
pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.
Meditación
La página evangélica nos habla de la fe del ciego que era viva y operante. ¡Qué
ejemplo de fe nos da este hombre! ¿Qué tenía de especial el agua con la que se
lavó? Nada. Pero el hombre cree. Pone por obra lo que le dice Jesús. Se lava y
vuelve con vista. ¿Así somos de obedientes nosotros con los mandamientos de
Dios?
En segundo lugar, este pasaje nos enseña que hemos de creer con tanta más fuerza
cuanta mayores sean nuestras necesidades. No nos hemos de cansar de pedir,
porque Jesús siempre nos escucha, Él no nos abandona. Pero hemos de aprender a
pedir lo que es digno de Dios, no cosas superficiales o banales, buscando sobre
todo cumplir su voluntad.
Por último, hemos de convertirnos, como aquel ciego de nacimiento, en testigos
de Cristo, que es la luz del mundo. Cuando hay verdadera fe, el mensaje de
Cristo no se puede retener. Se anuncia.
Reflexión apostólica
Porque amamos a Cristo, abrazamos con amor nuestra vocación
Si buscamos vivir nuestra fe con autenticidad, no nos contentaremos con tener
una vivencia más o menos mediocre de la fe, sino que buscaremos vivirla con
plenitud, es decir poniéndola en práctica y comunicándola.
Para ello, debemos ejercitarnos en una fe viva, operante y luminosa, que ilumine
todos los acontecimientos de nuestra vida y nos mantenga fieles en medio de las
dificultades y luchas que nos exija el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Propósito
Ejercitarnos este día en la fe, viviendo desde el punto de mira sobrenatural y
diciendo con frecuencia esta oración: “Señor, creo, pero aumenta mi fe”.