San Mateo 15, 21-38:
No hay oración sin fe

Autor: Regnum Christi

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Evangelio

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 15, 21-38:

En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. El les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.

Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” El le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.


Meditación

Miremos la escena que se nos presenta en el Evangelio. Una mujer “extranjera”, una cananea, sale al encuentro de Jesús. No se avergüenza. Se pone a gritar, le expone así a Jesús sus necesidades. No se desalienta cuando Jesús no le contesta y se muestra aparentemente indiferente. Ella sigue rogándole, lo hace con humildad, con perseverancia, con mucha fe. Insiste. Se sabe inmerecedora de los dones de Dios, pero confía. Al final, su fe le obtiene la gracia que desea. ¿No debería ser así nuestra oración?

La oración nos ha de suponer siempre un esfuerzo. ¡La oración es un combate! Hemos de perseverar en ella y superar el desaliento, como lo hizo la mujer del Evangelio, no nos debemos dejar vencer ante la sequedad, o por la tentación de creer que no somos escuchados según nuestra propia voluntad.

Pero la tentación más frecuente que se presenta al cristiano en la oración, la más oculta, es la falta de fe. Nuestra poca fe nos hace creer que existen mil trabajos más importantes o urgentes que anteponemos a la oración.

El cristiano debe orar pues, de modo constante. Orar es siempre posible. Orar es una necesidad vital. La oración y la vida cristiana son inseparables.

Si queremos orar y encontrarnos realmente con Dios en la oración necesitamos de la humildad, el que es humilde no se extraña de su miseria, ésta le lleva a mantenerse firme en la constancia, como lo hizo la cananea. Asimismo, necesitamos de la confianza. Cuántos hay que dejan de orar porque piensan que su oración no es escuchada. Olvidamos que nuestro Padre Dios sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos. No nos aflijamos si no recibimos de Dios inmediatamente lo que pedimos: seguramente Él quiere hacernos más bien mediante la perseverancia en permanecer en oración, como le sucedió a la cananea.

Reflexión apostólica

En el mundo de hoy, algunos ven la oración como un medio para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. Para otros, es una ocupación incompatible con todo lo que se tiene que hacer. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto…

El cristiano sabe que la oración es un diálogo amoroso con Dios, de corazón a corazón, que es un momento privilegiado de relación personal con Él y que es una forma esencial del apostolado.

Propósito

Entablar diálogos de amistad con Cristo en medio de las actividades cotidianas.