Lucas 10,25-37:
Amar, lo más alto... «Un samaritano tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas y, montándole sobre su propia cabalgadura...»Autor: Padre Llucià Pou Sabaté
Texto del Evangelio:
En
aquel tiempo, se levantó un maestro de
Pero
él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?». Jesús
respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de
salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio
muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un
rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un
rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo
compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y
montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al
día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: ‘Cuida de él
y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva’.
»¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los
salteadores?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús:
«Vete y haz tú lo mismo».
Hoy, nos
preguntamos: «Y, ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Cuentan de unos judíos que
sentían curiosidad al ver desaparecer su rabino en la vigilia del sábado.
Sospecharon que tenía un secreto, quizá con Dios, y confiaron a uno el encargo
de seguirlo... Y así lo hizo, lleno de emoción, hasta una barriada miserable,
donde vio al rabino cuidando y barriendo la casa de una mujer: era paralítica, y
la servía y le preparaba una comida especial para la fiesta. Cuando volvió, le
preguntaron al espía: «¿Dónde ha ido?; ¿al cielo, entre las nubes y las
estrellas?». Y éste contestó: «¡No!, ha subido mucho más arriba».
Amar a los
otros con obras es lo más alto; es donde se manifiesta el amor. ¡No pasar de
largo!: «Es el propio Cristo quien alza su voz en los pobres para despertar la
caridad de sus discípulos», afirma el Concilio Vaticano II en un documento.
Hacer de
buen samaritano significa cambiar los planes («llegó junto a él»), dedicar
tiempo («cuidó de él»)... Esto nos lleva a contemplar también la figura del
posadero, como dijo Juan Pablo II: «¡Qué habría podido hacer sin él? De hecho,
el posadero, permaneciendo en el anonimato, realizó la mayor parte de la tarea.
Todos podemos actuar como él cumpliendo las propias tareas con espíritu de
servicio. Toda ocupación ofrece la oportunidad, más o menos directa, de ayudar a
quien lo necesita (...). El cumplimiento fiel de los propios deberes
profesionales ya es practicar el amor por las personas y la sociedad».
Dejarlo todo
para acoger a quien lo necesita (el buen samaritano) y hacer bien el trabajo por
amor (el posadero), son las dos formas de amar que nos corresponden: «‘¿Quién
(...) te parece que fue prójimo?’. ‘El que practicó la misericordia con él’.
Díjole Jesús: ‘Vete y haz tú lo mismo’» (Lc 10,36-37).
Acudimos a