Mateo 9,35-10,1.6-8:

Ser instrumentos de Dios

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

 

Texto del Evangelio (Mt 9,35—10,1.6-8):

 

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.

Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio poder para arrojar a los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente.

Comentario:

La esperanza es la gran virtud del Adviento. “Éste es mi camino, andad en él; y no torzáis ni a la diestra ni a la siniestra…” nos dice el profeta Isaías (Is 30,21). Es un camino de auténtica libertad, como decimos en la oración colecta: “para liberar a los hombres de su antigua esclavitud del pecado, enviaste a tu Hijo Unigénito al mundo”, y pedimos “conseguir el premio de la verdadera libertad”, que viene de la esperanza puesta en el Señor: “bienaventurados los que esperan en el Señor” (del salmo 146). Jesús se compadece ante la necesidad que tiene la gente y proclama la misión apostólica: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37-38). Al igual que a los discípulos nos lo dice hoy a nosotros, pues la palabra de Dios no es algo pasado para un momento determinado, sino que tiene vida cada vez que la meditamos, en el “hoy” se hace vida, cada día. La multitud sigue hoy desorientada, desesperanzada, tiene sed de esta auténtica libertad del Evangelio, aunque no sepan lo que buscan. Desorientados, hoy como entonces, como ovejas sin pastor, buscando con ansia la felicidad, en formas a veces equivocadas que después de la euforia dejan un rastro de abatimiento, soledad, desconfianza, egoísmo.

¡Qué grande es la libertad, cuando todo un Dios la ha de respetar aún a costa de tanto sufrimiento! Dios nos necesita como instrumentos para hacer la historia, con nuestra libertad y la de los demás. “Y habiendo convocado a sus doce apóstoles, les dio potestad sobre los espíritus inmundos, para lanzarlos y para sanar toda dolencia y toda enfermedad… a éstos envío Jesús diciendo: … id y predicad… sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, lanzad demonios”… el Señor desea hacernos instrumentos suyos para obrar milagros: “Dar luz a los ciegos –decía san Josemaría-: ¿Quién no podría contar mil casos de cómo un ciego casi de nacimiento recobra la vista recibe todo el esplendor de la luz de Cristo? Y otro era sordo, y otro mudo, que no podían escuchar o articular una palabra como hijos de Dios... Y se han purificado sus sentidos, y escuchan y se expresan ya como hombres, no como bestias. «In nomine Iesu!», en el nombre de Jesús sus Apóstoles dan la facultad de moverse a aquel lisiado, incapaz de una acción útil; y aquel otro poltrón, que conocía sus obligaciones pero no las cumplía... En el nombre del Señor, «surge et ambula!», levántate y anda.

”El otro, difunto, podrido, que olía a cadáver, ha percibido la voz de Dios, como en el milagro del hijo de la viuda de Naím: «muchacho, yo te lo mando, levántate». Milagros como Cristo, milagros como los primeros apóstoles haremos. (... ) Si amamos a Cristo, si lo seguimos sinceramente, si no nos buscamos a nosotros mismos sino sólo a Él, en su nombre podremos transmitir a
otros, gratis, lo que gratis se nos ha concedido” (Amigos de Dios, 262). Y ayudar a los demás es el arte de las artes (diríamos corrigiendo a Aristóteles, para quien era la política), como decía S. Juan Crisóstomo: “¿qué hay comparable con el arte de formar un alma, de plasmar la inteligencia y el espíritu de un joven?”. Es darles formación, en sus diversos aspectos: humano, doctrinal, profesional, espiritual y apostólico, y esto pone a esas personas en disposición de atender a su vez la llamada divina, y multiplicar los resultados: “Quien escasamente siembra, cosechará escasamente; y quien siembra a manos llenas, a manos llenas recogerá” (2 Cor 9, 6). Jesús nos habla de la Parábola de la semilla y del grano de mostaza (Mc 4, 26-32), es decir de resultados insospechados, pero siempre hay que cuidar, en todo apostolado, que la organización no se “coma” la caridad, pues atender a cada alma es lo auténticamente importante, especialmente las enfermas física o espiritualmente, en general las necesitadas, poniendo el corazón, que es así cuando surge la confianza y la confidencia tan necesaria para abrir el alma y salir de su soledad. Atender pues al misterio de cada persona es el camino para llevar ese mandato del Señor. Al compartir los afanes, surge espontánea la orientación espiritual, el pedir consejo, la palabra que estimula, etc. En definitiva, querer con los sentimientos que albergan el corazón de Jesús y de su Madre, mirar al prójimo con sus ojos.