Sagrada Familia, Ciclo A
Mt 2,13-15.19-23: Acercarnos al pesebre para vivir mejor el amor en familia

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio (Mt 2,13-15.19-23):

Después que se fueron los Magos, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle». Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

Muerto Herodes, el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret; para que se cumpliese el oráculo de los profetas: «Será llamado Nazareno».

Comentario:

1. Hoy la Iglesia nos propone acercarnos al pesebre, para contemplar la Sagrada Familia, en este domingo después de Navidad. Son días para entrar con sencillez en “el pesebre”, el paraíso de los sencillos. La cosa más grande de la historia de la humanidad sucedió sin espectadores (María da a luz a Jesús), y luego son invitados los pequeños, los que saben apreciar lo importante. Como decía uno (escrito anónimo que está en Internet, lo firma “Reina del cielo”): “Siempre llamó mi atención aquella gente con un corazón sencillo, aquellos que hacen de lo complejo, de lo sofisticado, algo cotidiano, entendible por todos. Gente que quizás habla de cosas importantes, pero tiene en su forma de expresarse una capacidad de llegar al fondo de su mensaje de inmediato. Sea cual fuere el tema del que esas personas hablan, llegan al corazón, el alma se siente atraída. Gente muy sencilla, que quizás sólo nos sirve o ayuda en determinado punto de nuestras vidas. Rostros sonrientes, dispuestos a ayudarnos, adaptarse y comprender.

¡Dan ganas de sentarse a hablar con esa gente, a saber de su vida! Ellos no buscan complejidades, no desconfían más de la cuenta, hablan de modo abierto y claro, tienden a creer y a confiar, ven en la gente lo bueno. La simpleza de corazón se opone a esa otra postura, la de buscar siempre los motivos para no creer, la de dudar de todo, la de complicar las cosas, la de plantear siempre obstáculos y objeciones, la de esperar que finalmente algo nos de la excusa para descalificar.

Esta actitud frente a la vida, la de hacer lo complejo algo sencillo, la de creer, confiar, de poner una sonrisa y un deseo de hacerse entender y querer por el prójimo, es una parte importante del amor. Porque el amor es simple y Dios es simple, El hace las cosas de Su Reino sencillas para nosotros. Pero también pone un velo entre Sus misterios y nuestro entendimiento. Es por este motivo que es tan importante no querer ver o saber más allá de lo que Dios quiera que veamos. ¡Sólo creer en El!

Esta actitud, la de creer, proviene de un corazón sencillo. Creer, con un alma abierta a las cosas del Reino, más allá de que la mente, nuestro intelecto, no alcance a comprender lo que percibe. Es muy difícil tener fe en Dios si queremos procesar todo a través de nuestra razón”. Nuestro orgullo lo complica todo, queremos controlarlo todo. “Y que difícil es la prueba cuando Dios da la gracia de tener una mente desarrollada, una educación elevada. El propio don que Dios da se puede transformar en el motor de nuestra soberbia: vaya, si somos gente inteligente, ¿como podemos creer en estos tiempos en estas cosas, inexplicables para la ciencia del hombre? Cuanta soberbia se esconde en esta pregunta, pero cuan a menudo se la escucha, o se la piensa. El mundo moderno ha desarrollado tal soberbia, que ha dejado poco espacio para las cosas del Señor, que son por supuesto inexplicables, porque pertenecen a un nivel de pensamiento, el Pensamiento Divino, al que el hombre jamás podrá llegar”. Cuando alguien ha de ejercer su autoridad, muchas veces se cubre de apariencia, por ejemplo un profesor intentará disimular lo que no sabe, para explicar las cosas dando la impresión de que controla toda su especialidad, porque necesita dar esa imagen de persona que sabe más de lo que sabe. En cambio, el sencillo es el que no quiere dar más imagen que mostrarse como es, sin aparentar, y qué mezcla más fascinante, cuando un sabio es sencillo y puede responder cuando algo no lo sabe con un sencillo “no lo sé”. Se llega así a superar una prueba importante, la de la apariencia, así los pastores nos enseñan el camino a Belén: “Sólo aceptar, orar, adorar al Señor, y disfrutar de los pequeños detalles que El nos permite ver, de Su maravilloso Reino.

Que no se nos escape el calor de hogar por las rendijas. Calor de hogar. Estar a gusto. Con todas las letras. A gusto, se escribe con la A de alegría, G de generosidad, U de utilidad, S de satisfacción, T de tolerancia y O de orden. La temperatura se mide por grados. Frío. Calor. Templado. El calor de hogar no tiene termómetros que lo mida. Tenemos estos gradientes, conceptos o valores, para que no se nos escape por las rendijas. Para pensar en detalle No hay calor de hogar si no ha alegría y no hay alegría en una casa llena de gritos y discusiones. No hay calor de hogar si no hay generosidad y no hay generosidad cuando estás cansado y llegas a casa y pones el telediario y no quieres ni un solo ruido o molestia. Si los hijos no se sienten útiles, tengan la edad que tengan, y no experimentan que tienen cosas que aportar; porque son únicos e irrepetibles y esto tienen que notarlo. Si no hay satisfacciones y si un chaval aprueba todas, esa es su obligación y si suspende le montas un numerito. Si no hay tolerancia y no sabes ceder en aquello que es opinable e intrascendente y pretendes tener siempre la última palabra en cualquier asunto aunque sea el color de los calcetines que lleva tu hija. No hay calor de hogar si no hay orden, orden material incluso. Una casa confortable, según se pueda. Una cama sin hacer, todo por el medio, no hace de ese sitio un lugar acogedor. Un hijo se siente querido cuando se siente seguro, libre y responsable”.

2. La Virgen es la Reina de la casa. Será luego Coronada, Reina y Señora de todo lo creado, pero es aquí donde ya vemos su grandeza, en su maternidad: “Eres toda hermosa, y no hay en ti mancha. –Huerto cerrado eres, hermana mía, Esposa, huerto cerrado, fuente sellada. –Veni: coronaberis. –Ven: serás coronada (Cantar de los cantares IV, 7, 12 y 8).

Si tú y yo hubiéramos tenido poder, la hubiéramos hecho también Reina y Señora de todo lo creado” (San Josemaría Escrivá, Santo Rosario).

En el pesebre, la vida aparece en todo su esplendor: belleza de la vida porque el Portal de Belén nos habla en poesía: “La alegría debe ser / como las olas del mar / que se mueve, sin querer / y salpica a los demás”, Jesús abre los ojos y nos muestra aquel paraíso perdido: “La claridad de los ojos / no está en su color, sino / en la sinceridad de su mirada”. Es un nuevo amanecer: “La vida es una flor abierta en nosotros, / para cogerla cada mañana”. Nos habla de que “Jesús es un amigo / a quien no debemos olvidar / ponerlo en nuestra agenda”, de que así nos abrimos a los demás: “La felicidad sólo es completa / cuando hay alguien / con quien compartirla”, y abiertos a la esperanza descubrir que “la sonrisa de un niño / es como una rama tierna de un almendro / que florece en primavera”. El resplandor del Niño no dejará de alumbrar el mundo, será “un granito de arena para hacer un castillo grande”… dejará una armonía, la del amor, para recomponer los corazones rotos. “La realidad de las cosas / no suele cambiar de un día para otro”, pero a base de detalles crearemos un hogar en el mundo cada vez más amplio, hasta hacer del mundo un hogar. Recuerdo una historia de cigüeñas: una pareja hizo un nido en lo alto de un campanario, les gustaba ir lejos a cazar ratones y culebras, sapos y pasear y volar sin parar. Tuvieron polluelos, y organizaron las cosas con trapos y hojas para que estuvieran a gusto, pero cuando volvían los notaban fríos, faltaba calor. Al final, tuvieron que optar por hacer un sacrificio: se arrancaron algunas plumas de las alas, y con eso hicieron un lugar acogedor. Ya no podían ir tan lejos en sus vuelos, se sentían menos libres y condicionados porque sin tantas plumas no aguantaban tanto tiempo fuera. Pero sentían gratificación al volver y encontrarse en el nido sus polluelos contentos, habían creado calor de hogar. Así la familia condiciona muchas libertades que antes podían permitirse, pero el amor que nace es lo mejor, dar la vida, aunque haya una limitación de las actividades nada es mejor que esta esclavitud del amor, es la máxima realización personal. La Sagrada Familia es la iglesia doméstica, modelo de cómo ha de ser cada familia. Al calor de Belén podemos aprender a vivir en familia, crear ese calor de hogar. Todo ello lleva a una entrega sin condiciones, como vemos en el hogar de Belén: José es la existencia en pronta disponibilidad a lo que Dios le pide, como también María, modelo de sumisión al designio divino de la salvación. Jesús se nos muestra vulnerable, muy cercano: niño. “En Belén nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero. Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención”, decía san Josemaría Escrivá. Ese servicio es fuente de alegría. La felicidad viene cuando buscamos la de los demás. Esto da energías, entusiasmo para mirar siempre adelante, para no hundirse ante los fracasos, que nos hacen más humildes, una determinación para no desfallecer pues no estamos solos.

3. Aún no podido estar en Belén, donde se levanta la Basílica de la Natividad. Allí se dio el momento más sublime de la historia: “Sublime gracia, dulce son, a un infeliz salvó; / perdido andaba y me halló, su luz me rescató. // La gracia me enseñó a vencer, mis dudas ahuyentó. / ¡Qué gozo siento en mi ser! Mi vida sí cambió. // Peligros, luchas y aflicción los he tenido aquí; / la gracia siempre me libró y me guiará feliz. // Y cuando esté por siglos mil brillando como el sol, / yo cantaré por siempre allí la historia de su amor”. Celebramos Navidad, el momento mágico, según cuenta P-J. Ynaraja, cuando “el matrimonio joven ha llegado al lugar. El decorado de la estancia sería muy diferente al actual, afortunadamente. A la maravillosa pareja le proporcionaron una estancia donde pudiera la mujer dar a luz a su Hijo, con la dignidad e intimidad que el parto requería. Según antiguas leyendas, José, aturdido por lo que le venía encima, salió a buscar alguna comadrona del lugar, que acompañara y asistiera a su Esposa en aquel sublime momento. Según estas leyendas, el momento del nacimiento, como aquel de la Anunciación, le llegó a la Virgen María estando sola. Cuando entró el marido, acompañado de dos buenas mujeres, el niño, su Niño, nuestro Niño, ya había nacido”. Del momento del nacimiento no sabemos nada, hay una nube de misterioso silencio sobre las circunstancias y la tensión emocional del momento. Sólo que María “depositó a la Criatura en un pesebre adosado a la pared. Reposó. A semejanza de Dios que en acabando la Creación inventó el Séptimo Día, la pausa de este momento fue un domingo pequeñito. Fiesta, felicidad total. Hoy mucha gente solo conoce los sucedáneos que se le ofrecen, de los que goza de momento, pero que, a la larga, le dejan insatisfecho… En la actualidad hemos olvidado el Misterio que nos proporciona felicidad, hemos descentrado el gozo. Nuestro espíritu chirría en ausencia vivencial de este tesoro y nos dejamos ahogar por un montón de inventos que saboreamos un momento para después, si para algo sirven, es para aumentar el Producto Interior Bruto y hacer mas pesada la cuesta de enero.

Si sufrimos esta carencia de felicidad es a causa de nuestra prepotencia, la de nuestra sociedad opulenta. Nos falta ingenuidad, debido, entre otras cosas, a tantos cacharritos que poseemos, cargados de teclas y memorias. Somos ricos y el peso de la fortuna ahoga nuestra buena oxigenación espiritual”. Hoy queremos salir de estas esclavitudes y condicionamientos, y con la imaginación, vestidos de pobres pastores queremos “escuchad el primer villancico que en el universo se oyó, interpretado por los ángeles. Escuchadlo y aplaudidlo, tarareándolo en vuestro interior, para que gocéis un poco de la Paz de esta noche y la podáis contagiar mañana a vuestro entorno…

En muchos otros países, uno ya no puede estar seguro del significado de la familia, pues, uno es el que le da el diccionario, otro la Iglesia y, con frecuencia, diferente resulta ser el que le da la legislación. En segundo lugar, no hay que olvidar, que en muchos de estos núcleos llamados familiares, nadie invita a Jesús a sus celebraciones, nadie le invoca en ellas”. Los villancicos hablan de “peces que brinquen y bailen en el río” o de “demonios que les han cortado la cola, si alguna vez la tuvieron”. Todo ello es una manera popular de entrar en el pesebre, de hacernos pequeños, de entender que “lo fundamental del misterio, empezó en la celebración del 25 de marzo. Dios, nuestro Dios, no una concepción cualquiera intuida por los genios más excelsos o expresada por los artistas más sublimes, decidió ocupar la Tierra, hacerse presente en la Humanidad, compartir con ella, dialogar. Ya era Él diálogo interior, amor entrañable, belleza excelsa, verdad suprema… Quería salir de sí, para enriquecer, permaneciendo en sí, conservando su coherencia, eternidad y riqueza ontológica. Consecuencia de ello sería que, comunicándose, iluminaría primero y atraería después, hasta integrar, sin perder la individualidad, a todos los que le aceptasen en su seno”. Y Jesús quiso tener una familia, para vivir el amor y la humanidad, para ofrecernos su amistad, para ser nuestro vecino, conciudadano y amigo. “A los que le reconocemos y le amamos nos reconoce Él como sus hijos, sin que hayamos salido de ninguna generación biológica, por simple y gratuita decisión suya, por simple amor, que lo es de tal categoría, que hemos de cambiarle el nombre y, para no confundirnos, llamarlo Caridad.

Solo al final, cuando su llegada al mundo no sea para salvarlo, como cuando llegó a Belén, sino en el encuentro final, en el que toda injusticia será descubierta y juzgada, toda generosidad valorada, todo amor será canjeado por felicidad, solo entonces, sabremos lo que ha representado para la historia humana la Navidad, la eterna y la que tratamos de celebrar con honestidad, cada año”. El mensaje en Navidad no puede ser otro que éste: Alegría, alegría, alegría. Alegría en familia:

“• Alegría para los niños que acaban de nacer, y para los ancianos que en estos días se preguntan si llegarán a las navidades del año que viene.

• Alegría para los que tienen esperanza y para los que ya la han perdido.

• Alegría para los abandonados por todos y para las monjas de clausura que estas noches bailarán como si se hubieran vuelto repentinamente locas.

• Alegría para las madres de familia que en estos días estarán más cansadas de lo habitual y para esos hombres que a lo mejor en estos días se olvidan un poquito de ganar dinero y descubren que hay cosas mejores en el mundo.

• ¡Alegría, alegría para todos!

• Alegría, porque Dios se ha vuelto loco y ha plantado su tienda en medio de nosotros.

• Alegría, porque Él, en Navidad, trae alegría suficiente para todos”.

Hay gente que se pone triste, les falta ese ambiente de familia, para ellos hemos de ser nosotros la familia: “La Navidad es el tiempo de la ternura y la familia y, desgraciadamente, todos los que tenemos una cierta edad, vemos cómo en estos días sube a los recuerdos la imagen de los seres queridos que se fueron. Uno recuerda las navidades que pasó con sus padres, con sus hermanos, con los que se fueron, y parece que dolieran más esos huecos que hay en la mesa familiar.

Sin embargo, creo que mirando la Navidad con ojos cristianos son infinitamente más las razones para la alegría que esos rastros de tristeza que se nos meten por las rendijas del corazón. Por de pronto en Navidad descubrimos más que en otras épocas del año que Dios nos ama.

 La verdad es que para descubrir ese amor de Dios hacia nosotros en cualquier fecha del año basta con tener los ojos limpios y el corazón abierto. Pero también es verdad que en Navidad el amor de Dios se vuelve tan apabullante que haría falta muchísima ceguera para no descubrirlo. Y es que en Navidad Dios deja la inmensidad de su gloria y se hace bebé para estar cerca de nosotros.

 Se ha dicho que los hombres podemos admirar y adorar las cosas grandes, pero que amarlas, lo que se dice amarlas, sólo podemos amar aquello que podemos abrazar. Por eso al Dios de los cielos podemos adorarle, al pequeño Dios de Belén nos es fácil amarle, porque nos muestra lo mejor que Dios tiene, su pequeñez, su capacidad de hacerse pequeño por amor a los pequeños.

Y éste sí que es un motivo de alegría: un Dios hermano nuestro, un Dios digerible, un Dios vuelto calderilla, un hermoso tipo de Dios que los hombres nunca hubiéramos podido imaginar si Él mismo no nos lo hubiera revelado y descubierto. Y si en Navidad descubrimos que Dios nos ama y que podemos amarle, podemos también descubrir cómo podemos amarnos los unos a los otros.

Lo mejor de la Navidad es que en esos días todos nos volvemos un poco niños y, consiguientemente, se nos limpian a todos los ojos. Durante el resto del año todos miramos con los ojos cubiertos por las telarañas del egoísmo. Nuestros prójimos se vuelven nuestros competidores. Y vemos en ellos, no al hermano, sino al enemigo potencial o real.

 Pero ¿quién es capaz de odiar en Navidad? Habría que tener muy corrompido el corazón para hacerlo. La Navidad nos achica, nos quita nuestras falsas importancias y, por lo mismo, nos acerca a los demás. ¿Y qué mayor alegría que redescubrir juntos la fraternidad?”

Por tanto, nada de nostalgias, de mirar atrás. Es momento de contemplar el presente. Como indica la segunda lectura (Col 3, 12-21) es momento de amar a los miembros de la familia, y ganarse así el beneplácito y el perdón del Señor. “Descubran que a su lado hay gente que les ama y que necesita su amor. Si lo hacen, el amor de Dios no será inútil. Y también en sus corazones será Navidad”.

Jesús ya está ahí puesto en el pesebre, en una velada alusión a la Eucaristía. ¡Es María quien lo ha puesto. Lucas habla de un “encuentro”, de un encuentro de los pastores con Jesús. Indica M. Valls que “sin la experiencia de un “encuentro” personal con el Señor no se da la fe. Sólo este “encuentro”, el cual ha comportado un “ver con los propios ojos”, y en cierta manera un “tocar”, hace capaces a los pastores de llegar a ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores que pueden dar «a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño» (Lc 2,17).

Se nos señala aquí un primer fruto del “encuentro” con Cristo: «Todos los que lo oyeron se maravillaban» (Lc 2,18). Hemos de pedir la gracia de saber suscitar este “maravillamiento”, esta admiración en aquellos a quienes anunciamos el Evangelio.

Hay todavía un segundo fruto de este encuentro: «Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20). La adoración del Niño les llena el corazón de entusiasmo por comunicar lo que han visto y oído, y la comunicación de lo que han visto y oído los conduce hasta la plegaria de alabanza y de acción de gracias, a la glorificación del Señor.

María, maestra de contemplación —«guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19)— nos da Jesús, cuyo nombre significa “Dios salva”. Su nombre es también nuestra Paz. ¡Acojamos en el corazón este sagrado y dulcísimo Nombre y tengámoslo frecuentemente en nuestros labios!”

4. También contemplamos a José, el que sigue a Dios hasta en sueños, el que aprende a moverse en los planes divinos, el hombre de la paciencia. A él pedimos visión sobrenatural, la paz que expresaba Santa Teresa de Jesús: "Nada te turbe, / nada te espante. / Todo se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia todo lo alcanza. / Quien a Dios, tiene nada le falta, / sólo Dios basta" (Poesías, 30). José es modelo de vida interior, él nos indica como tratar con confianza a Jesús, pues como la Santísima Virgen y él nadie lo supo hacer. Él recuerda las palabras de la Escritura, que se hacen vivas en su corazón: "El mismo Señor os dará una señal. He aquí que concebirá una Virgen y dará a luz a un Hijo, y será llamado Emmanuel, que significa Dios con nosotros." (Is 7, 10-14). "Al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su esposa, y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre Jesús." Él puso el nombre a “Jesús”, que significa "Salvador". En ese nombre se resumen los profetizados sobre el Mesías en el Antiguo Testamento: el Admirable, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de la paz, el Emmanuel (Dios con nosotros). La Sagrada Familia es escuela de oración: podemos imaginarnos cómo hablaría la Virgen al Niño, cómo lo tendría en brazos san José para hacerle dormir.

María y José nos muestran a Jesús en el pesebre. También nosotros hemos de hacer ver a Jesús. Para ello, nos puede servir la petición del Cardenal Newman: “Que cuando miren ya no me vean a mí, sino a Ti solo, Señor. Permanece en mí. Así empezaré a resplandecer con tu mismo reflejo. Que de tal suerte resplandezca que me convierta en luz para los demás. La luz, oh Señor, vendrá toda de Ti. Ni el rayo más leve será mío. Tú serás quien por mi medio resplandecerás para los demás. Que te alabe de la suerte que a Ti más te agrada, resplandeciendo para cuantos me rodean. Que te predique sin predicarte, no de palabra, sino con mi ejemplo, con la fuerza cautivante y con el influjo arrollador de lo que haga, con la evidente plenitud del amor que mi corazón siente por Ti. Amén..."

En el silencio de la noche santa, José pensaría en su hijo, “hijo de David, hijo de Abrahán”, y la genealogía: “Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engendró a Farés y a Zara de Tamar”, pensaría en esta historia que no se detiene, que es como un universo que gira alrededor del pesebre, del gran evento que acababa de suceder, el nacimiento de Jesús, que todo giraba alrededor de esa pequeña familia, que era el instrumento divino para criar al Salvador: “Miles de hombres andando por el sendero de la vida. Luchan, se afanan, ríen y lloran, viven y mueren. Unos suceden a otros. La historia no se detiene. Famosos, desconocidos, héroes, cobardes, niños, ancianos, gente con distinta suerte, que deambula por el mundo. La mayoría no se conoce. Los nombres se olvidan, el tiempo pasa. Millones y millones de pisadas sobre la tierra, dirigiéndose hacia algún lugar en busca de la felicidad –rezaba así J. Torras-. Yo soy uno de ésos. También piso esta tierra y voy hacia algún lugar. Cada hombre es único e irrepetible. Tú, mi Dios, te has entregado por cada mujer y hombre. Amas a cada uno como si fuera el único. A Ti te da igual que sea rico o pobre, famoso o ignorado, sólo miras la grandeza de su corazón, su generosidad, la fuerza en su caminar. Corresponder a tu amor es lo que hace grande a la gente. Imitar tu vida, pisar donde Tú pisaste. Quitar lo que pueda desdibujar tus huellas, lo que te ofende”. Entrar en el decorado del pesebre, en la genealogía de la salvación, que es la que cuenta, ésta es la lucha que da vida, que pedía aquel santo: "Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de Ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a Ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a Ti." (S. Nicolás de Flüe, oración). Y vale la pena ir más hondo en el amor, a imagen del amor que se respira en la Sagrada Familia, siguiendo las pisadas de Jesús, María y José en el servicio, en ser instrumentos de Dios: "De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes" (Camino, 755).

José pensaba en el sufrimiento más grande que había tenido en su vida, cuando pensó dejar a María al estar ella embarazada, como narra Mateo (1, 18-24): "José su esposo, como era justo y no quería exponerla a infamia, pensó repudiarla en secreto." Ahora está feliz, penando en ella: "María la más hermosa, niña de mis ojos, mi reina y señora. Myriam, flor entre las flores, la más dulce, la mejor. Eres la ilusión de mi vida, el sol que me alumbra, la dueña de mi corazón, María, Myriam, niña mía…" Agradece a Dios no haber tenido que hacer el sacrificio. Cuando estaba para descargar, como Abraham el cuchillo, pero esta vez en su corazón, cuando pensaba apartarse, cosa que era para él peor que tener lepra, ceguera u otra enfermedad, quizá hubiera preferido la muerte... él seguía confiando, y Dios paró la mano, el cuchillo, la decisión. El ángel le habló en sueños… ahora le vuelve a hablar: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel». Juntos para siempre, aunque tengan que ir aquí para allá, esto es secundario. Lo importante es estar unidos en el amor de familia. La familia es y será siempre necesaria, también para Jesús, y Él sólo tiene lo imprescindible: ni casa, ni un lugar para dormir, pero tiene familia. Juan Pablo II nos lo recordaba en su exhortación Ecclesia in Europa: «La Iglesia ha de proponer con fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia. Es una necesidad que siente de manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por la misión evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se plantea con especial urgencia. El valor de la indisolubilidad matrimonial se tergiversa cada vez más; se reclaman formas de reconocimiento legal de las convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio legítimo...».

«Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). Como recordaba J. Mateo, “Herodes ataca de nuevo, pero no temamos, porque la ayuda de Dios no nos faltará. ¡Vayamos a Nazareth! Redescubramos la verdad de la familia y de la vida. Vivámosla gozosamente y anunciémosla a nuestros hermanos sedientos de luz y esperanza. El Papa nos convoca a ello: «Es preciso reafirmar dichas instituciones [el matrimonio y la familia] como provenientes de la voluntad de Dios. Además es necesario servir al Evangelio de la vida».

De nuevo, «el Angel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel’» (Mt 2,19-20). ¡El retorno de Egipto es inminente!”.