San Mateo 4,12-17.23-25:
Luz de Jesús para recorrer este año nuevo con magnanimidad

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté 

 

 

Texto del Evangelio: (Mt 4,12-17.23-25)

En aquel tiempo, cuando Jesús oyó que Juan estaba preso, se retiró a Galilea. Y dejando la ciudad de Nazaret, fue a morar en Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y de Neftalí. Para que se cumpliese lo que dijo Isaías el profeta: «Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino de la mar, de la otra parte del Jordán, Galilea de los gentiles. Pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz, y a los que moraban en tierra de sombra de muerte les nació una luz».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «Haced penitencia, porque el Reino de los cielos está cerca». Y andaba Jesús rodeando toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos y predicando el Evangelio del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Y corrió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían algún mal, poseídos de varios achaques y dolores, y los endemoniados, y los lunáticos y los paralíticos, y los sanó. Y le fueron siguiendo muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea, y de la otra ribera del Jordán. 

Comentario:

1. Jesús comienza a predicar con palabras de Isaías: «El pueblo que estaba sentado en tinieblas, vio una gran luz» (Mt 4,16). “La esperanza que salva”, ha titulado Benedicto XVI su nueva Encíclica, siguiendo el surco que dejó Juan Pablo II con su doctrina y su acción social, pues ayudó no poco a la reconversión de los países comunistas hacia la libertad. Pero Occidente necesita aquella esperanza que ha va perdiendo, agostado por la engañosa llamarada del consumismo. En una escuela de inspiración cristiana, un día de reunión de padres, una madre se me acercó contenta: “estamos muy alegres, desde que venimos por aquí, y nos hemos decidido a tener otro hijo, lo estoy esperando...” el pequeño de la familia tenía ya 14 años, otro ya tenía 18, y después de ese largo período de tiempo se animaron a tener otro más; me gustó eso de que la paternidad fuera fruto de esa alegría de vivir que se respira en un ambiente esperanzado, que estuviera unida esta alegría a la ilusión de dar la vida. (Ya sabemos que los índices de nacimientos de algunos países de Europa, por ejemplo España, son los más bajos del mundo). Como recordaba hace poco J. Magraner, el filósofo danés S. Kierkegard vio con extraordinaria lucidez que el hombre que no cree en Dios es un hombre profundamente desesperado, aunque viva en medio de un progreso material nunca visto. También él comprendió que el cristiano que flojea en la fe, aunque tenga muchas esperanzas , va perdiendo la verdadera esperanza que sólo en Dios tiene su fundamento.

“La fe -nos dice Hebreos 11,1-  es la sustancia de lo que esperamos, prueba de aquello que no vemos”. Y por la fe –dirá Benedicto XVI siguiendo al Santo de Aquino- ya están presentes en nosotros, si bien de manera incipiente, las realidades que esperamos: la vida eterna. Porque la vida eterna –que no es otra cosa que Cristo mismo- ya está presente en nosotros por el bautismo y los otros sacramentos que junto con la oración nos permiten mantener, acrecentar, y transmitir esa vida nueva que es divina sin dejar de ser muy humana. Es la vida enamorada de un hijo de Dios que lo espera todo de su Padre y al mismo tiempo no deja de luchar para cooperar con sus pobres fuerzas humanas para que se cumpla el mensaje navideño por excelencia: ¡Gloria a Dios en Cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!

2. Esta es la gran luz que vino Jesús a traernos, como dice mi amigo Jordi Castellet: “Hoy comienza el tiempo en que Dios nos da una vez más su tiempo para que lo santifiquemos, para que estemos cerca de Él y hagamos de nuestra vida un servicio de cara a los otros. La Navidad se acaba, lo hará el próximo domingo —si Dios quiere— con la fiesta del Bautismo del Señor, y con ella se da el pistoletazo de salida para el nuevo año, para el tiempo ordinario —tal y como decimos en la liturgia cristiana— para vivir in extenso el misterio de la Navidad. La Encarnación del Verbo nos ha visitado en estos días y ha sembrado en nuestros corazones, de manera infalible, su Gracia salvadora que nos encamina, nuevamente, hacia el Reino del Cielo, el Reino de Dios que Cristo vino a inaugurar entre nosotros, gracias a su acción y compromiso en el seno de nuestra humanidad. / Por esto, nos dice san León Magno que «la providencia y misericordia de Dios, que ya tenía pensado ayudar —en los tiempos recientes— al mundo que se hundía, determinó la salvación de todos los pueblos por medio de Cristo». / Ahora es el tiempo favorable. No pensemos que Dios actuaba más antes que ahora, que era más fácil creer cerca de Jesús —físicamente, quiero decir— que ahora que no le vemos tal como es. Los sacramentos de la Iglesia y la oración comunitaria nos otorgan el perdón y la paz y la oportunidad de participar, nuevamente, en la obra de Dios en el mundo, a través de nuestro trabajo, estudio, familia, amigos, diversión o convivencia con los hermanos. ¡Que el Señor, fuente de todo don y de todo bien, nos lo haga posible!”

Se suele decir: año nuevo, vida nueva. Será verdad en el sentido de que, si renovamos nuestra confianza en Dios, será una vida de conversión en algo más alto, en vivir de fe y de amor, arrostrando dificultades, eso sí, como Juan Pablo II recordaba a los jóvenes: “La fe incluye siempre un desafío.  Nunca ha sido de otro modo. Hoy existen ciertas dificultades para el que quiere ser cristiano. Pero ayer había otras. Y mañana -es una profecía que se puede arriesgar sin temor de ser desmentidos-, mañana las nuevas generaciones de jóvenes tendrán que afrontar nuevas dificultades. Ser cristianos nunca ha sido, ni lo será jamás, una opción "tranquila"”. Esto implica lucha, para mejorar cada día un poco:”si dijeses: ¡ya basta!, has perecido. Añade siempre, camina siempre, adelanta siempre; no te pares en el camino, no vuelvas atrás, no te desvíes. Se detiene el que no adelanta; vuelve atrás el que vuelve a pensar en el punto de donde había partido (...). Mejor es el cojo en el camino, que el que corre fuera del camino” (San Agustín, Sermón 169). Por tanto, ante las dificultades la gracia nos da fuerzas para evitar el derrotismo y el pesimismo. No sólo ante la soberbia y la sensualidad, expresiones del egoísmo que llevamos dentro, sino también ante los ataques de la cultura en sus formas equivocadas de expresarse contra la libertad religiosa, incomprensiones que no suelen faltar en todas las épocas hacia los inconformistas.

Ahora que empieza el año, pensemos que lo importante no será lo que hagamos con nuestra fuerza, aunque hemos de poner buena voluntad en nuestra lucha, sino que lo que más cuenta es lo que hace Dios en nosotros: vamos a dejarle “espacio vital”, dejarle hacer. Para ello, ayuda la magnanimidad, ánimo grande, que el alma sea amplia en la que quepan muchos. “Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar; se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios” (san Josemaría Escrivá).

3. “Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto / que le di a la caza alcance”. La aventura de tener un vuelo así, hasta mirar el sol de hito en hito, es majestuosa. La experiencia de “pájaro solitario” viene del salmo 101: "Recordé y fui hecho semejante al pájaro solitario en el tejado": abrí los ojos y me hallé sobre todas las inteligencias naturales, solitario sin ellas en el tejado, por encima de todas las cosas de abajo. Así es, por ejemplo, el celibato de amor, entendido como un voluntario estar solitario de otros amores, incluso del amor propio, para adquirir las alas célibes del ceibe, del libre: la envergadura voladora de una poderosa libertad, como leí no sé donde: Vaciamiento y libertad, pues, como ingeniería del alma para llegar a las cumbres más altas del amor divino. Vaciamiento, que es desnudez y es oquedad, capacidad de resonancia, para la escucha sabrosa de la música callada, la soledad sonora.

Hay como 5 notas de la contemplación: I: El ave solitaria se pone en lo más alto. Siempre por encima del suelo. Siempre en trato con Dios. Siempre buscando la perspectiva cimera de lo sobrenatural. Siempre desafiando el vuelo rasante, gallináceo y timorato. “No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas”, decía S. Josemaría Escrivá, quien a los comienzos del Opus Dei se reúne con mujeres de la Obra para mostrarles algunas labores apostólicas que soñaba para el futuro: granjas escuelas para campesinas; residencias universitarias; clínicas de maternidad; centros de capacitación profesional de la mujer en distintos ámbitos: hostelería, secretariado, enfermería, docencia, idiomas; actividades en el campo de la moda; bibliotecas ambulantes. Quedaron pasmadas, entre el asombro y el vértigo. Les dice: "Ante esto se pueden tener dos reacciones. Una, la de pensar que es algo muy bonito pero quimérico, irrealizable. Y otra, de confianza en el Señor que, si nos ha pedido todo esto, nos ayudará a sacarlo adelante".

II: A toda hora tiene el pájaro vuelto el pico donde viene el aire. Vuelta la atención y vuelto el afecto hacia donde sopla el Espíritu. Pendiente en todo momento de lo que Dios quiera decir, señalar, sugerir, dar o pedir.  

III: Está sólo y no consiente otra ave junto a sí, sino que, cuando alguna se posa a su lado, luego se va, emprende el vuelo. El pájaro quiere estar solitario, en soledad de todas las cosas, desnudo de todas ellas, porque no consiente en sí otra cosa que su soledad en Dios.

IV: Canta muy suavemente. Así en voz baja y perfumando con fragancia suave, “in odorem suavitatis”, como los gramos de incienso que se queman despacio, sin grandes humaredas, lentamente, sube hasta Dios su tenue canto, nada vocinglero: la sencilla canción de un pájaro pequeño. Canta muy suavemente, porque no canta para ser oído y aplaudido por los hombres. No desea llamar la atención de ninguno. Su espectador y su escuchador es Dios sólo. Y a Dios se le habla mejor sin grandes ruidos, sin muchas palabras. Dios entiende, como nadie, ese hablar suave que sólo se pronuncia con el corazón. Y entonces, cuando se llega a hacer la música callada, se empieza a saborear la soledad sonora, la cena que recrea y enamora.

V: El pájaro solitario no luce en sus plumas algún determinado color. No tiene ningún color de efecto particular, ni hacia otros ni hacia sí. No es que no quiera a nadie. Es que a todos quiere sin discriminación, sin acepción y sin distingos de una especial coloración. Reparte su amor con liberalidad, sin particularismos, sin predilecciones, sin dejarse llevar admiración, debilidades o simpatía…

“Tras de un amoroso lance, / y no de esperanza falto, / volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance”. S. Juan de la Cruz nos da pensamientos para volar este año con magnanimidad, como el pájaro solitario, vacío de riquezas y de querencias, libre de arrimos y ligaduras: porque es abismo de noticia de Dios, la que posee. No le cuesta nada comportarse así, porque no necesita otro desahogadero que el del Dios de sus secretos, porque -sellada su alma y sellados sus labios con el sello del Amor más excelente-, todo suceso de acá abajo es bagatela de poca monta que no puede trabarle, ni distraerle, ni deslumbrarle: es abismo de noticia de Dios, la que posee. De todo lo demás, es hombre ceibe, libre y vaciado, su vida es para Dios y los demás.