San Marcos 6,45-52:
Jesús viene a nuestra vida, como luz en la oscuridad

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio  (Mc 6,45-52):

Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús enseguida dio prisa a sus discípulos para subir a la barca e ir por delante hacia Betsaida, mientras Él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al atardecer, estaba la barca en medio del mar y Él, solo, en tierra.

Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo. Pero ellos viéndole caminar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, pues todos le habían visto y estaban turbados. Pero Él, al instante, les habló, diciéndoles: «¡Ánimo!, que soy yo, no temáis!». Subió entonces donde ellos a la barca, y amainó el viento, y quedaron en su interior completamente estupefactos, pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada. 

Comentario:

1. Hoy vemos a Jesús en tensión, entre dos necesidades: la de estar rezando, a solas con su Padre en el Espíritu Santo, y la de atender las necesidades de los demás. La fe necesita de Dios, pero está vacía sin lo segundo. El equilibrio es difícil, pues una armonía perfecta sólo se encuentra en Cristo y la Virgen, los demás nos debatimos entre estos dos polos: la línea horizontal de este mundo y la vertical que nos une al cielo. Después de despedir a los Apóstoles y a la gente, Jesús se retira solo a rezar. Melcior Querol comenta: “Toda su vida es un diálogo constante con el Padre, y, con todo, se va a la montaña a rezar. ¿Y nosotros? ¿Cómo rezamos? Frecuentemente llevamos un ritmo de vida atareado, que acaba siendo un obstáculo para el cultivo de la vida espiritual y no nos damos cuenta de que tan necesario es “alimentar” el alma como alimentar el cuerpo. El problema es que, con frecuencia, Dios ocupa un lugar poco relevante en nuestro orden de prioridades. En este caso es muy difícil rezar de verdad. Tampoco se puede decir que se tenga un espíritu de oración cuando solamente imploramos ayuda en los momentos difíciles.

Encontrar tiempo y espacio para la oración pide un requisito previo: el deseo de encuentro con Dios con la conciencia clara de que nada ni nadie lo puede suplantar. Si no hay sed de comunicación con Dios, fácilmente convertimos la oración en un monólogo, porque la utilizamos para intentar solucionar los problemas que nos incomodan. También es fácil que, en los ratos de oración, nos distraigamos porque nuestro corazón y nuestra mente están invadidos constantemente por pensamientos y sentimientos de todo tipo. La oración no es charlatanería, sino una sencilla y sublime cita con el Amor; es relación con Dios: comunicación silenciosa del “yo necesitado” con el “Tú rico y trascendente”. El gusto de la oración es saberse criatura amada ante el Creador.

Oración y vida cristiana van unidas, son inseparables. En este sentido, Orígenes nos dice que «reza sin parar aquel que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos considerar realizable el principio de rezar sin parar». Sí, es necesario rezar sin parar porque las obras que realizamos son fruto de la contemplación; y hechas para su gloria. Hay que actuar siempre desde el diálogo continuo que Jesús nos ofrece, en el sosiego del espíritu. Desde esta cierta pasividad contemplativa veremos que la oración es el respirar del amor. Si no respiramos morimos, si no rezamos expiramos espiritualmente”.

2. También nosotros podemos encontrarnos en medio de las tempestades y la oscuridad que señala hoy el Evangelio, con el viento en contra y el miedo en los corazones de los seguidores de Jesús. Estos días de la Epifanía, recordamos la estrella de los Magos como imagen de nuestra vocación, que abarca la existencia con la luz de la fe con la que el Señor ha dado un sentido divino a nuestra vida. Hemos de corresponder fielmente al amor de Dios, viviendo una entrega sin condiciones y haciendo mucho apostolado.

Queremos recordar a aquellos Magos que acuden de tierras lejanas de Oriente, para postrarse ante el Mesías y ofrecerle sus dones de oro, incienso y mirra, reconociendo al recién nacido como el Rey de reyes, que es perfecto Dios y perfecto Hombre. También en nosotros se ha encendido en nuestra alma una gran luz: la gracia soberana de la vocación cristiana. La realidad de aquellos personajes que sienten la llamada y emplean todas sus fuerzas para recorrer el camino que se les indica, que ante la oscuridad cuando desaparece la estrella no se hunden ni se vuelven, tienen paciencia y preguntan a los entendidos... todo ello nos indica que no hay obstáculos capaz de detenerles, saben superar el cansancio, frío, oscuridad... no se desaniman y ponen los medios a su alcance para perseverar, para alcanzar la meta, para estar con Dios. Como nosotros... la vocación es una llamada divina que nos transforma, nos da una nueva manera de ver las cosas, de vivir, de tratar a los demás... Jesús aparece en medio de la oscuridad. Cuando más negra es la noche, amanece Dios...

Hemos de quedar sellados para siempre por la gracia del Nacimiento de Jesús, de su presencia entre nosotros en la Iglesia y los Sacramentos, que confiere un sentido nuevo, divino, a nuestra existencia, nos sabemos enrolados por Cristo en la primera línea de su ejército de apóstoles, para llevar sal y luz del Evangelio a las gentes.

Todos, cada uno, hemos de responder a esta exigencia divina con plenitud de entrega, sin rebajar sus requerimientos, al modo como los apóstoles responden y los seguidores de Jesús de hoy de siempre están respondiendo a su vocación, porque en todos es idéntico el fenómeno vocacional, e igualmente diverso según los carismas que Dios da a cada uno, poderosa la gracia que nos sustenta, y que se adapta a las circunstancias propias del estado de cada uno. El Señor al mostrar la estrella a los Magos e invitarles a conocer al Mesías, les pedía a la vez la entrega total de su vida: para alcanzar ese fin debían ponerse en camino, debían dejar tantas cosas, debían secundar con plenitud la Voluntad de Dios. Igualmente nosotros como cristianos.

3. Jesús que aparece en la oscuridad. Epifanía. Gracia para la fidelidad. Correspondencia a la gracia. Vocación. Son las grandes palabras que vienen estos días a nuestro corazón. La luz de Belén brilla para todos los hombres y su fulgor se divisa en toda la tierra. Jesús apenas nació "comenzó a  comunicar su luz y sus riquezas al mundo, trayendo tras si con su estrella a hombres de tan lejanas tierras" (Fray  Luis de Granada). La Iglesia celebra estos días la alegría de la Epifanía,  manifestación del Señor al mundo entero, la afirmación de la voluntad salvífica universal de Dios. Jesús es el nuevo Adán que, apareciendo en la condición de nuestra mortalidad, nos ha regenerado con la nueva luz de su inmortalidad (Pref. I. Navidad). Eran hombres dedicados al estudio del cielo, en medio de sus circunstancias, curiosamente de un trabajo poco “ortodoxo” pues iba unido a la magia en la interpretación de los signos celestiales, ahí les busca Dios, y mirando al cielo, acostumbrados a buscar en el, el cielo se les revela, con estos signos: "hemos visto su estrella y venimos a buscar al rey de los judíos". Iluminados por una gracia interior se pusieron en camino. La gracia se escapa a las normas, aparece “por donde Dios quiere”, nunca mejor dicho, a veces de modo sorprendente... Dios nos acompaña siempre, en el camino de la vida. San Bernardo nos dice "Él que los guió, también los ha instruido y el mismo que les advirtió externamente mediante una estréllala los ilumino en lo interior de su corazón". De los Magos debemos de aprender, el modo como correspondieron a las gracias que el Señor les otorgo, es una buena manera de considerar si realmente la vida es para nosotros un camino que se dirige derechamente hacia Jesús y para que examinemos si correspondemos a las gracias que en cada situación, recibimos del Espíritu Santo.