San Lucas 5,12-16:
Jesús nos trae la luz en su Epifanía, y cura nuestras lepras

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio  (Lc 5,12-16)

:Y sucedió que, estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a Jesús, se echó rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le desapareció la lepra. Y él le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió: «Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero Él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba. 

Comentario:

1. La luz de Belén brilla para todos los hombres y su fulgor se divisa en toda la tierra. Jesús apenas nació "comenzó a  comunicar su luz y sus riquezas al mundo, trayendo tras si con su estrella a hombres de tan lejanas tierras" (Fray  Luis de Granada). A los Magos la estrella les desaparece. "¡Cuántas veces pasa esto con las almas! Es una prueba que Dios nos manda. Parece como si de repente se nublara el horizonte espiritual; pero vemos con claridad el camino, no podemos negar, de ningún modo, que hemos recibido la luz soberana de la vocación. Y, quizá por el polvo que levantamos en el camino -esa nube de pequeñeces que nuestras miserias alzan-, el Señor retira la luz de su estrella y nos quedamos vacilantes. ¿Qué hacer entonces? Lo que hacen estos hombres: preguntar a los sabios, preguntar a la autoridad (…) Si la vocación es lo primero, si la estrella luce de antemano, para orientarnos en nuestro camino de amor de Dios, no es lógico dudar cuando, en alguna ocasión, se nos oculta. Ocurre en determinados momentos de nuestra vida interior, casi siempre por culpa nuestra, lo que pasó en el viaje de los Reyes Magos: que la estrella desaparece. Conocemos ya el resplandor divino de nuestra vocación, estamos persuadidos de su carácter definitivo, pero quizá el polvo que levantamos al andar -nuestras miserias- forma una nube opaca, que impide el paso de la luz" (J. Escrivá, homilías I, 34).

            También la ceguera es por causa de no querer ver: "'Oyendo esto -que ha venido a la tierra el Rey-, Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén'.

¡Es la vida cotidiana! Esto mismo sucede ahora: ante la grandeza de Dios, que se manifiesta de mil modos, no faltan  personas -incluso  constituidas en autoridad- que se turban. Porque... no aman del todo a Dios; porque no quieren seguir sus inspiraciones, y se hacen obstáculo en el camino divino.

- Estate prevenido, sigue trabajando, no te preocupes, busca al Señor, reza..., y El triunfará” (J. Escrivá, Forja, n.248). "Narra el Evangelista que los Magos, 'videntes stellam' -al ver de nuevo la estrella-, se llenaron de una gran alegría.

- Se alegran, hijo, con ese gozo inmenso, porque han hecho lo que debían; y se alegran porque tienen la seguridad de que llegarán hasta el Rey, que nunca abandona a quienes le buscan" (ibid., n. 239). "Jesús, que en tu Iglesia Santa perseveren todos en el camino, siguiendo su vocación cristiana, como los Magos siguieron la estrella: despreciando los consejos de Herodes..., que no les faltarán".

Al final, recuperan la luz, llegan a Jesús: "Nuestra Señora no se separa de su Hijo. Los Reyes Magos no son recibidos por un rey encumbrado en un trono, sino por un Niño en brazos de su Madre. Pidamos a la Madre de Dios, que es nuestra Madre, que nos preparare el camino que lleva al amor pleno: Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum!  Su dulce corazón conoce el sendero más seguro para encontrar a Cristo.

Los  Reyes Magos tuvieron una estrella; nosotros tenemos a María, Stella maris, Stella orientis. Le decimos hoy: Santa María, Estrella del mar, Estrella de la mañana, ayuda a tus hijos" (J. Escrivá, En la Epifanía del Señor, n.38).

2. En estos días de la Epifanía, se nos propone la curación de un leproso. También nosotros estamos necesitados de curación. La Epifanía es una afirmación de la voluntad salvífica universal de Dios. El niño recién nacido es ciertamente el Mesías prometido a los israelitas; pero su misión redentora se extiende a toda la humanidad. El es el nuevo Adán que, apareciendo en la condición de nuestra mortalidad, nos ha regenerado con la nueva luz de su inmortalidad (Pref. I. Navidad). Esta universalidad de la Redención está expresada en cómo Jesús no excluye nadie, ni los excluidos sociales.

Vimos como Jesús tomó el camino de la pobreza, cuando nace en un establo: sin lugar para acogerse, José se las ingenia lo mejor que puede para buscar abrigo durante la noche. En los alrededores hay algunas cuevas abiertas en la ladera del monte, que habitualmente se utilizaban para guardar los animales de carga durante la noche. Quizá fue la misma Virgen quien propuso a José instalarse provisionalmente en alguna de aquellas cuevas, que hacían de establo en las afueras de Belén. José se quedaría confortado por esas palabras y por la sonrisa de María. De modo que allí se quedaron con los enseres que habían podido traer desde Nazaret: los pañales, alguna ropa de abrigo, algo de comida.... los pastores fueron los testimonios del mayor portento de la historia, y no son socialmente bien considerados: no servían de testimonio en los juicios.

3. En la liturgia de las horas, estos días podíamos leer el Cantar de los cantares, enfocado desde el ama deseosa del amado, pero sobretodo desde el Esposo que viene en Navidad, que no aguanta la separación y desea encontrarse la amada. Hay malentendidos, amor deseado que se hace amor comprobado, y sobretodo una visión del amor limpio y sano, fiel e incondicional, más fuerte que la muerte y que todos los peligros y tentaciones. Como se ha dicho, el alma que comienza se fortalece y se hace esposa fiel del amado: “¡Qué hermosa eres, amiga mía, que hermosa eres! Como de paloma, así son tus ojos, además de lo que dentro se oculta. Tus cabellos dorados y finos, como el pelo de rebaños que viene del monte de Galaad.... Subiré a buscarte al monte de la mirra y al collado del incienso”.... Dios muestra su amor por la belleza del alma, aunque dentro hay más bellezas ocultas que sólo aparecerán con la lucha y la gracia que van descubriendo lo que era inmaduro. Aún imperfecta pero amada pues el Amado exclama: “Toda hermosa eres hermosa, amiga mía, no hay defecto alguno en ti, ven del Líbano, esposa mía, vente del Líbano, serás coronada (...) huerto cerrado eres, hermana mía, esposa, huerto cerrado, fuente sellada” (Cant 4). Y añade después de una separación que parece dura, pero que acrecienta el deseo: “¡Qué hermosa y agraciada eres, oh amabílisima y deliciosísima princesa!” Y luego viene el canto de la fidelidad probada: “ponme como sello sobre tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo: porque fuerte como la muerte es el amor, implacables como el infierno los celos; sus brasa, brasas ardientes y un volcán de llamas. Las muchas aguas no han podido extinguir la fuerza del amor” (Cant 8).

Jesús quita nuestras lepras para prepararnos como esposa purificada por el fuego de su amor, también con el de pruebas interiores y exteriores, así se consigue desvelar toda la belleza del amor humano y divino. Hay nubarrones de polvo, enfermedades y lepras, además por fuera: enemigos de nuestra santificación presentan batalla de una tan vehemente y bien orquestada, que podrían hundirnos, y de hecho hay gente que se deprime… son técnicas de terrorismo psicológico... mentiras, denigraciones, deshonras, supercherías, insultos, susurraciones tortuosas (cf. J. Escrivá, Homilías 2, 298). Estar con Jesús es toparse con la Cruz. Pero ante todo esto, sabemos que nos abandonamos en las manos de Dios, estamos bien, contentos. Es la lepra que queremos quitarnos sobre todo, la propia estima desligada de ese amor de Dios, que incluye dolor, soledad, contradicciones, calumnias, difamaciones, burlas: si Dios lo permite, hemos de dejarnos hacer, Él quiere conformaros a su imagen. Dejarnos llamar locos, necios. Dejarlo todo, la honra, el prestigio, para seguirle a Él solo, y así no nos importarán las sospechas, odios, injurias personales.... Aunque podamos sentirnos leprosos, enfermos, indignos, dentro de un silencio en el que Dios calla o parece que no nos escucha, que andamos engañados, que sólo se oye el monólogo de nuestra voz, como sin apoyo sobre la tierra y abandonados del cielo.... aún así. Jesús nos lavará de esas lepras, y dejará su presencia dentro de nosotros, con serenidad y gozo eternos.