Marcos 1,29-39:
Jesús sigue curando en sábado, dando sentido al “descanso”, y nos enseña a dedicar tiempo a la oración

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio (Mc 1,29-39):

En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.

Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Comentario:

1. El mismo sábado, después de la sinagoga, sigue haciendo milagros, poniendo atención a lo que es en verdad el sábado, por encima de los legalismos judíos. Hay una unión misteriosa entre el sábado y las bienaventuranzas de los humildes, los que poseen de verdad la tierra. Jesús nos trae el Reino de Dios, con sus curaciones (físicas y espirituales, van unidas muchas veces) quiere traernos el auténtico descanso, el sentido del sábado como reino de los cielos, anticipo del cielo. (De ello hablaremos al tocar la bienaventuranza de los humildes).

Ahora vemos a Jesús taumaturgo. A modo de resumen, y siguiendo unos comentarios de Miguel Ángel Fuentes, vemos que además de las profecías, Jesús hizo otros numerosos milagros. “Podemos suponer que el mayor número de ellos se encuentran entre los que los Evangelistas nombran sólo de modo genérico y en bloque en las narraciones conocidas como “las jornadas de milagros o curaciones”, como, por ejemplo, la que menciona Marcos en Cafarnaúm: curó a muchos que padecían diversas enfermedades y echó muchos demonios... (Mc 1,34; cf. Lc 4,40-42). Por esta razón San Pedro resumía la vida de Jesús haciendo referencia a esta dimensión taumatúrgica propia de la vida pública del Señor; así, ante los judíos: ...Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis (Act 2,22); y ante el centurión Cornelio: ...Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él (Act 10,37-38)”.

Además de estos milagros “grupales”, se describen algunos en concreto, como el de la curación de la suegra de Pedro de hoy. Los milagros de Cristo manifestaban el dominio que Él tenía sobre todos los seres de la creación: sobre los espíritus, los hombres y los seres irracionales”. Podríamos, al comienzo de los Evangelios, hacer una especie de “índice” de ellos:

a. Milagros sobre los espíritus: tanto los ángeles como los demonios se sometían públicamente a Cristo. De modo particular mencionamos ahora los exorcismos practicados sobre algunos endemoniados. En los Evangelios mencionan siete expulsiones en especial: El endemoniado de Cafarnaún (cf. Mt 1,21;Mc 4,33), un endemoniado ciego y mudo (cf. Mt 12,22), el endemoniado de Gerasa (cf. Mt 8,28; Mc 5,1; Lc 8,26),  el endemoniado mudo (cf. Mt 9,32; Lc 11,14), el endemoniado hidrópico (cf. Mc 14,1), la hija de la cananea (cf. Mt 15,21; Mc 7,24), el endemoniado lunático (cf. Mt 17,14; Mc 9,13; Lc 9,38). Dice Santo Tomás que Cristo, con la potencia de su divinidad, libra del poder de los demonios a los hombres que creyesen en Él, según leemos en San Juan: Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera (Jn 12,31).

b. Milagros cósmicos. Los Evangelios indican nueve milagros singulares obrados sobre las creaturas irracionales: conversión del agua en vino (cf. Jn 2,1), primera pesca milagrosa (cf. Mc 5,1), apaciguamiento de la tempestad (cf. Mt 8,23; Mc 4,35; Lc 8,22), primera multiplicación de los panes (cf. Mt 14,19; Mc 6,33; Lc 9,11; Jn 6,1), camina sobre las aguas (cf. Mt 14, 22; Mc 6,45; Jn 6,16), segunda multiplicación de los panes (cf. Mt 15,32; Mc 8,1), moneda extraída del pez (cf. Mt 17,24), se seca la higuera maldita (cf. Mt 21,18; Mc 11,12), segunda pesca milagrosa (cf. Lc 21,1). Cristo se ve ahí con pleno poder sobre toda la creación, como dueño y señor de toda ella, se manifiesta ahí la obediencia de las creaturas irracionales a su imperio. También los cuerpos celestes, como por ejemplo la estrella guiara a los Magos hasta Belén para adorar al Niño (cf. Mt 2,2-10), las tinieblas que rodearon el Calvario durante la crucifixión (cf. Mt 27,45), el terremoto que acompaña la Resurrección de Cristo (cf. Mt 28,1).

c. Milagros sobre personas. Muchos son de orden moral, como el hecho cambiar las disposiciones de los oyentes mal dispuestos (cf. Jn 7,45-47) o el dejarlos admirados y sin respuesta (cf. Mt 22,21-22). Pero los físicos, se reducen a tres categorías: resurrecciones, curaciones y milagros de majestad. En los Evangelios se indican los siguientes:

- Resurrecciones (3): El hijo de la viuda de Naím (cf. Mc 7,11), la hija de Jairo (cf. Mt 9,18; Mc 5,21; Lc 8,40), Lázaro (cf. Lc 11,1).

- Curaciones (13): El hijo del Cortesano (cf. Lc 4,46), la suegra de Pedro (cf. Mt 8,14; Mc1,29; Lc 4,38), un leproso (cf. Mt 8,2; Mc 1,40; Lc 5,12), el paralítico de la piscina Betzaida (cf. Lc 5,1), un paralítico en Cafarnaún (cf. Mt 9,2; Mc 2,1; Lc 5, 8), el de la mano seca (cf. Mt 12,9; Mc 3,1; Lc 6,6), el siervo paralítico del Centurión (cf. Mt 8,5; Lc 7,1), la mujer encorvada (cf. Mc 13,10), la hemorroísa (cf. Mt 9,20; Mc 5,25; Lc 8,43), dos ciegos (cf. Mt 9,27), un sordomudo (cf. Mt 7,31), el ciego de Betsaida (cf. Mt 8,22), diez leprosos (cf. Mc 17,12), el ciego de nacimiento (cf. Lc 9,1), dos ciegos junto a Jericó (cf. Mt 20,29; Mc 10,46; Lc 18,35), la oreja de Malco (cf. Mc 22,50).

- Milagros de majestad (4): expulsión de los mercaderes del templo (cf. Mt 21,12; Mc 11,15; Lc 19,45; Jn 2,14), liberación de manos nazaretanas (cf. Mc 4,28), transfiguración (cf. Mt 17,1; Mc 9,2; Lc 9,28), caída de los enemigos en Getsemaní (cf. Lc 18,4).

En la milagrosa curación de las personas es donde más de manifiesta Jesús como Salvador universal de todos los hombres. “Muchos de estos milagros los hizo Cristo por modo imperativo, con una sola palabra (quiero; sé limpio; levántate) y, a veces, a distancia del beneficiado (como la curación del hijo del centurión, o la hija de la cananea). Otras veces, en cambio, hacía alguna cosa más que la simple palabra, como tocar a los enfermos, mojarles los ojos con saliva, etc. E incluso en alguna oportunidad no curó instantáneamente sino por grados, como al cieguito de Betsaida que fue viendo de a poco (cf. Mc 8,22-26) o los leprosos que quedan curados de camino a presentarse ante los sacerdotes (cf. Lc 17,14)”. Santo Tomás opina, además, que a los milagros corporales acompañaba siempre el perdón de los pecados a los beneficiados, aunque no siempre lo dijera externamente: “Como hemos dicho, dice el Angélico, Cristo hacía los milagros con el poder divino, y las obras de Dios son perfectas, según leemos en el Deuteronomio (32,4), y nada hay perfecto si no consigue su fin. Pues bien, el fin de la curación exterior realizada por Cristo es la curación del alma. Por eso no convenía que Cristo curase a nadie en el cuerpo sin que le curase también el alma. Por lo cual, comentando San Agustín aquellas palabras de Cristo: He curado del todo a un hombre en sábado (Jn 7,23), dice: ‘Porque le curó para que fuese sano en el cuerpo, y creyó para que fuese sano en su alma’. Expresamente le dijo al paralítico: Tus pecados te son perdonados (Mt 9,2), porque, como dice San Jerónimo, ‘con esto se nos da a entender que los pecados son la causa de la mayor parte de las enfermedades, y tal vez por esto se perdonan primero los pecados, para que, quitada la causa de la enfermedad, fuese restituida la salud’. Por eso leemos en San Juan (a propósito del otro paralítico de la piscina): No vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor (Jn 5,14). Sobre lo cual dijo San Juan Crisóstomo: ‘Por aquí se ve que la enfermedad provenía del pecado’. Sin embargo, según observa el mismo Crisóstomo, ‘tanto como el alma es de mayor valor que el cuerpo, tanto el perdonar los pecados es más que salvar el cuerpo; mas, porque aquello no aparece al exterior, hace lo que es menos, pero que es manifiesto, para demostrar lo más, que no es manifiesto”.

Sólo Dios puede hacer milagros, y Jesucristo los ejecutaba con su propio poder, sin recurrir a la oración, como los otros taumaturgos. Por eso dice San Lucas que salía de Él un poder que sanaba a todos (Lc 6,19). Con esto se muestra, dice San Cirilo, que “no obrara con poder prestado”. El mismo Jesús declara el origen divino de su poder cuando dice: Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: ...lo que hace [el Padre], eso también lo hace igualmente el Hijo... Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere (Jn 5,19.21). Los milagros también se han visto siempre como una confirmación del poder divino con que Jesús muestra su doctrina: El dedo de Dios está aquí (Ex 8,14). Digitus Dei est.. Vemos como de hecho doblegaban las inteligencias de sus coetáneos (aun cuando los corazones de muchos le permanecieran duros e inamovibles), como lo reconocen sus mismos enemigos: ¿Qué haremos? Porque este hombre realiza muchos milagros. Si lo dejamos, todos creerán en Él (Jn 11,47-48)

2. “Hoy vemos claramente cómo Jesús dividía la jornada. Por un lado, se dedicaba a la oración, y, por otro, a su misión de predicar con palabras y con obras. Contemplación y acción. Oración y trabajo. Estar con Dios y estar con los hombres.

En efecto, vemos a Jesús entregado en cuerpo y alma a su tarea de Mesías y Salvador: cura a los enfermos, como a la suegra de san Pedro y muchos otros, consuela a los tristes, expulsa demonios, predica. Todos le llevan sus enfermos y endemoniados. Todos quieren escucharlo: «Todos te buscan» (Mc 1,37), le dicen los discípulos. Seguro que debía tener una actividad frecuentemente muy agotadora, que casi no le dejaba ni respirar.

Pero, Jesús se procuraba también tiempo de soledad para dedicarse a la oración: «De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración» (Mc 1,35). En otros lugares de los evangelios vemos a Jesús dedicado a la oración en otras horas e, incluso, muy entrada la noche. Sabía distribuirse el tiempo sabiamente, a fin de que su jornada tuviera un equilibrio razonable de trabajo y oración.

Nosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo! Estamos ocupados con el trabajo del hogar, con el trabajo profesional, y con las innumerables tareas que llenan nuestra agenda. Con frecuencia nos creemos dispensados de la oración diaria. Realizamos un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las unas sin desatender las otras.

San Francisco nos lo plantea así: «Hay que trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».

Quizá nos debiéramos organizar un poco más. Disciplinarnos, “domesticando” el tiempo. Lo que es importante ha de caber. Pero más todavía lo que es necesario” (Fray Josep Mª Massana).

3. Cuentan que un asesor de empresas, experto en gestión de tiempo, quiso sorprender a los asistentes a una conferencia sobre cómo rentabilizar mejor el tiempo.

Puso sobre la mesa un frasco grande junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño.

"¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?" preguntó y, después de que los asistentes hiciesen sus conjeturas, colocó cuantas pudo y volvió a preguntar: "¿Está lleno?".

Todos asintieron. Entonces sacó de debajo la mesa un cubo con gravilla, introdujo una parte de la misma en el frasco y lo agitó. Las piedrecillas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió: "¿Está lleno?".

Esta vez, los oyentes dudaron. "¿Quizás no? ¡Bien!", dijo, sacando un cubo de arena, que comenzó a volcar sobre el frasco. La arena se filtraba por los pequeños recovecos que dejaban las piedras grandes y la gravilla.

"¿Está lleno?" insistió. "¡No!", exclamaron los asistentes.

Por último, cogió una jarra de agua y la vertió en el frasco, que aún no rebosaba. "¿Qué hemos demostrado?", preguntó.

Un asistente respondió: "No importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas".

"¡No!", concluyó el experto. Lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después.

¿Cuáles son las grandes piedras de tu vida? Tus hijos, la persona amada, la salud, tus sueños, tus amigos... Recuerda, ponlas primero, el resto encontrará su lugar.

El Catecismo, al frente de las tentaciones en la oración, pone ésta: “La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes” (2732). Y señala la eficacia de la oración, todo se apoya en la acción de Dios en la historia, la confianza filial es suscitada por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. “La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los hombres” (2738). “En San Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición” (2739). Y Jesús nos enseña a rezar, con su vida: “La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. El es su modelo. El ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los dones que al Dador?” (2740). “Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones” (2741).

Tiempo especialmente importante es la juventud, para ayudar en la educación integral, haciendo ver que necesitamos este tiempo de silencio creador, que es la oración, esos tiempos de reflexión: “No basta ser cristianos por el Bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la propia fe cristiana. Si no llegamos a ser personalmente conscientes y no tenemos una comprensión adecuada de lo que se debe creer y de los motivos de la fe, en cualquier momento todo puede hundirse faltalmente y ser echados fuera, a pesar de la buena voluntad de los padres y educadores. Por eso, hoy especialmente es tiempo de estudio, de meditación, de reflexión. Por eso os digo: emplead bien vuestra inteligencia, esforzaos por lograr convicciones concretas y personales, no perdáis el tiempo, profundizad en los motivos y fundamentos de vuestra fe en Cristo y en la Iglesia, para ser fieles ahora y en vuestro futuro” (Juan Pablo II a los jóvenes, en Nápoles, 24.III.79). La fe necesita formarse al fuego de la lectura de la palabra de Dios, meditación pausada de las ideas que brotan en nuestro interior: clases y reuniones, etc.; todo ello es necesario para ser fieles en asumir las responsabilidades y desarrollar una personalidad armónica como hijos de Dios. También da coherencia y fortaleza, para ir contracorriente: no ahogarse en dudas, por falta de fuerzas o discrepancia entre lo que se vive y piensa. Ayuda también la reflexión a saber dar respuestas convincentes, razones de nuestra fe, y buscar las respuestas a las preguntas que se van formulando. Ayuda a hacer vida propia la que vemos en Jesús, que influya en nuestra personalidad. Y a hablar, pues crecemos cuando nos comunicamos, y el gran problema de ahora es la soledad interior, el “encierre” en el mundo de los problemas propios. Orar es atraerse a  preguntarse con valentía: “¿Quién es Jesús para mi?” Descubrir a Cristo es algo más que haber oído hablar de él, como un simple personaje histórico. Es saber cómo influye en mi vida, cómo es un amigo de verdad, mi mejor amigo; contar con Él cuando necesito algo; hacerle participe de mis alegrías; tenerlo de verdad presente en mi vida… siempre estaremos descubriéndole, en fase de irle conociendo, pero vale la pena dedicar esos tiempos de reflexión, por ejemplo cuando uno se siente agobiado, puede preguntarse: “¿por qué?” Lo que agobia y cansa es lo que se teme. Se teme lo que se deja para más tarde y como se deja para mas tarde sabiendo que se debe hacer agobia, es como una losa que se lleva encima, pesa. Jesús nos enseña a poder atender a la gente, porque atendemos a nuestra alma, donde habita el principal que hemos de atender, el Señor.