Marcos 3,7-12:
Jesús, “Hijo de Dios”: ¿qué significa para nosotros?

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio (Mc 3,7-12):

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.  

Comentario:

1. Una gran muchedumbre sigue a Jesús, de hecho ha venido a llamar a todos, a congregar un solo rebaño con un solo pastor, donde Jesús es la puerta que da al aprisco, al terreno seguro en el que conseguir la paz anhelada, la felicidad de hijos de Dios, el paso o bautismo de salvación: hemos sido bautizados «en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). En estos días rezamos por la unidad de los cristianos, y hoy el Evangelio nos muestra «una gran muchedumbre de Galilea» y de otros lugares (cf. Mc 3,7). Ya es sintomático que Jesús sea Galileo, tierra considerada poco religiosa por los Judea; y cuando Jesús habla de alguien caritativo cita la parábola del samaritano, tierra paganizada cuyos habitantes eran mal vistos por los judíos, considerados pecadores. Jesús está abierto a todos, y en cambio los cristianos –como antes los judíos- nos hemos dividido en grupos, se han disgregado los ortodoxos, y luego todos los protestantes (anglicanos, luteranos, etc.). Pecado histórico que hemos de reparar, con la oración y una caridad viva e imaginativa, en nuestra realidad eclesial y social. Que nuestro amor sea atrayente, para los que están lejos, que al vernos digan: “quiero ser como éste”, y seamos reflejo de Jesús. Él pide al Padre, para la Iglesia, la unidad: «Que todos sean uno, para que el mundo crea» (Jn 17,21); y nosotros también pedimos al Espíritu Santo que la Iglesia de Cristo tenga un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).

2. 3. En cuanto a las referencias de los Evangelios sobre esta expresión, algunas de las manifestaciones de Jesús como Hijo de Dios en los sinópticos (la mayoría) van ligadas a referencias angélicas o de demonios, o al menos en su contexto. En cambio, en el de Juan es una reflexión de Jesús sobre sí mismo. Es normal esto pues en este último Evangelio la reflexión sobre la divinidad de Jesús está aceptada fielmente, y en los otros la expresión “hijo de Dios” no tiene significado correcto para la gente (era una referencia a los reyes, y como extensión a todo hijo de Israel, especialmente al pueblo como tal), como las otras acepciones también politizadas de Mesías, o bien alguna ambigua como hijo de David que sí tiene sentido pero sin expresar la divinidad, y por eso Jesús inventa la expresión “hijo del hombre” uniendo la tradición del profeta Daniel (el ser pre-existente que vendrá a la tierra desde Dios) a la tradición del siervo de Yahvé del libro de Isaías. Esta expresión, “hijo del Hombre”, le permitió desvelar progresivamente la divinidad, que no sería aceptada al principio, y paulatinamente se va descubriendo.

Es algo misterioso sin embargo que los demonios pronuncien –en el texto del Evangelio de hoy- de un modo singular lo que ahora es el nombre propio de Jesús, el “Hijo de Dios”. En el Evangelio del encuentro de Jesús con Natanael, le presenta alabando su sencillez: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño»; le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús algo curioso, que pienso se refiere a los pensamientos que el joven tenía momentos antes: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Y respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

La comunicación divina suele ser por la intervención activa de los ángeles. Gabriel fue enviado para anunciar a María Santísima la concepción virginal del Hijo de Dios (cf. Lc 1). Algunas de las ocasiones se refiere Jesús a sí mismo como el “el Hijo del hombre”, como al señalar cuando “venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles”...  Pero veamos los textos de los cuatro evangelistas:

a) Tomemos la versión de San Mateo. La expresión “Hijo de Dios”, el Evangelio de hoy la pone en boca de los demonios, como también en el Evangelio de las tentaciones a Jesús; donde también el demonio le dice:

-“si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan…” y en otra:

-“Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, de modo que no tropieces con tu pie en piedra”, y en otro lugar los demonios:

-“Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?”

-aquí hay una manifestación de los discípulos cuando calma la tempestad: “Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios”; esto se repite en la escena que comentaremos en el punto siguiente, cuando Jesús les pregunta quién dicen ellos que es Él:

-“Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

-también el Sumo sacerdote le dijo: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios”;

-y cuando en la cruz le increpan: “si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz”;

-y los sumos sacerdotes le increpaban en burlas: “Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios”;

-y el centurión cuando proclama al contemplar su muerte: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.

(De las 9 ocasiones que sale en Mateo, 3 son del demonio y de las 5 restantes, 3 son de burla y 3 en positivo, de gente admirada que adora Jesús).

 

b) En Marcos se proclama desde el principio:

-“El principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios…”

-“los espíritus inmundos, al verle, se postraban delante de él, y daban voces, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios”; como también esta otra frase de un demonio:

-“Y clamando a gran voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”

-Y se vuelve a la escena del centurión: viendo que después de clamar había expirado así, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

(de las 3 ocasiones, 2 corresponden a los demonios, 2 a adoración)

 

c) En Lucas, está el saludo del ángel:

-“que nacerá, será llamado Hijo de Dios”.

-vuelven las tentaciones: “le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”;

-la del pináculo del templo: “Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo”;

-También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: “Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo”; como también esta otra frase, del que al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz:

-“¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes”.

-En el juicio: “Dijeron todos: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios? Y él les dijo: Vosotros decís que lo soy.

(De las 6, 4 son del demonio, y 1 del ángel, la que queda de burla de los que lo juzgan).

 

d) En Juan, en cambio, el Evangelio que más habla de la divinidad de Jesús, es Jesús el que se autodenomina “Hijo de Dios”:

-“Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

-Respondió Natanael y le dijo: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel”.

-La reflexión teológica con Nicodemo: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”.

-de los apóstoles, la respuesta que luego comentaremos: “Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

-De los discursos en el templo: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán”.

-Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?

Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?

Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró”.

-Otra discusión del templo: “Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?

Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.

-En la resurrección de Lázaro: Oyéndolo Jesús, dijo: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”… y más tarde a Marta: Crees esto?

-Le dijo: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”.

-En la petición de crucifixión: Los judíos le respondieron: “Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios”.

-Al final: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. 

(Aquí vemos 4 proclamaciones de los discípulos, 5 auto-proclamaciones de Jesús, y 1 del juicio acusándolo de proclamarse Hijo de Dios).

3. La afirmación de Jesús como Hijo de Dios responde a la pregunta explícita o implícita (por los hechos que hace Jesús, con autoridad) sobre quién es: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,15). Decía Juan Pablo II: “nos sentimos interpelados por la misma pregunta que hace casi dos mil años el Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con Él. En ese momento decisivo de su vida, como narra en su Evangelio Mateo, que fue testigo de ello, “viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: unos, que Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías u otro de los profetas. Y Él les dijo: y vosotros ¿quién decís que soy?” (Mt 16,13-15).

Conocemos la respuesta escueta e impetuosa de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Para que nosotros podamos darla, no sólo en términos abstractos sino como una expresión vital, fruto del don del Padre (Mt 16,17), cada uno debe dejarse tocar personalmente por la pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy? Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy de verdad para tí?”. A Pedro la iluminación divina y la respuesta de la fe le llegaron después de un largo período de estar cerca de Jesús, de escuchar su palabra y de observar su vida y su ministerio (cfr. Mt 16,21-24)”. En el fondo, la pregunta de Jesús es libre, no induce a una respuesta determinada, no fuerza y no tiene miedo a ser rechazado, esto es particularmente importante en el momento difícil de su vida, cuando la cruz se perfilaba cercana y muchos le abandonaban, y ante el abandono del discurso de Cafarnaum hizo a los que se habían quedado con El otra de estas preguntas tan fuertes, penetrantes e ineludibles: “¿Queréis iros vosotros también?”. Fue de nuevo Pedro quien, como intérprete de sus hermanos, le respondió: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 67-69). La grandeza de Jesús es misteriosa, como respeta nuestra libertad y estar dispuesto a quedarse solo, no forzar con su poder nuestra respuesta… también estas preguntas nos indican que es justo por nuestra parte que estemos disponibles para dejarnos interrogar por Jesús, capaces de dar la respuesta justa a sus preguntas, dispuestos a compartir su vida hasta el final (cf. Audiencia general, 7-I- 1987).

La respuesta de Pedro aparece ante nuestra mirada como un “laboratorio de la fe”, en expresión del mismo Papa, pero para profundizar en esta imagen de Jesús tomamos ahora unas brillantes palabras de Pablo VI: muestran cómo Jesús “está en el vértice de la aspiración humana, es el término de nuestras esperanzas y de nuestras oraciones, es el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización, es decir, es el Mesías, el centro de la humanidad, Aquel que da un valor a las acciones humanas, Aquel que conforma la alegría y la plenitud de los deseos de todos los corazones, el verdadero hombre, el tipo de perfección, de belleza, de santidad, puesto por Dios para personificar el verdadero modelo, el verdadero concepto de hombre, el hermano de todos, el amigo insustituible, el único digno de toda confianza y de todo amor: es el Cristo-hombre. Y, al mismo tiempo, Jesús está en el origen de toda nuestra verdadera suerte, es la luz por la cual la habitación del mundo toma proporciones, formas, belleza y sombra; es la palabra que todo lo define, todo lo explica, todo lo clasifica, todo lo redime; es el principio de nuestra vida espiritual y moral; dice lo que se debe hacer y da la fuerza, la gracia, de hacerlo; reverbera su imagen, más aún se presencia, en cada alma que se hace espejo para acoger su rayo de verdad y de vida, de quien cree en El y acoge su contacto sacramental; es el Cristo-Dios, el Maestro, el Salvador, la Vida” (Aloc. 3 de febrero de 1964).

La vida de fe lleva a confesar el nombre de Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo es; él es nuestro Redentor, el Camino; nuestro Maestro, la Verdad; el Amigo que nos resucita, la Vida. Es el centro de la historia y del mundo; quien conoce nuestro interior y nos ama tal como somos; plenitud de nuestros afanes y felicidad que colma nuestros anhelos. Luz para nuestra inteligencia, Pan para darnos fortaleza, Fuente de agua viva que colma toda sed de conocer y amar; Pastor y guía que nos acompaña y consuela, Rey de un Reino de las bienaventuranzas donde los pobres son ricos, los que lloran felices, los pacíficos mandan desde el servicio, la mirada pura de los que aman de corazón ilumina con su transparencia a todos y todas las cosas. Es el puente que une cielo y tierra, el sueño de Jacob en su escalera por donde los ángeles presentan a Dios nuestras obras junto a Jesús…