Mateo 9,14-15:
El ayuno, necesario para la vida cristiana

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio (Mt 9,14-15):

En aquel tiempo, se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán». 

Comentario:

1. Estos días de Cuaresma rezamos especialmente por la paz, que falta en tantas partes del mundo. Podemos poner esta intención sobre todo la Misa, y también con el rezo del Rosario: la paz, tanto en la vida de las naciones como también en las conciencias.

Jesús aparece como el esposo que perfecciona el alma, preparándola para esta unión esponsal. "Todos los fieles... son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). Nos dice el Catecismo (n. 2015): "El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: "El que asciende nunca cesa de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa)".

El miércoles escuchamos cuáles son las condiciones para seguir a Jesús, y nos damos cuenta que no son fáciles: “Negarse a sí mismo”, es decir renunciar a nuestros gustos, deseos y aficiones para acomodarse a las de Jesús y su evangelio; y “tomar la cruz de cada día”, lo cual implica hacer con amor todo lo que se nos presente a lo largo de la jornada: Lo bueno y lo que no nos agrada. El ejercicio de la renuncia será muy difícil que logremos renunciar a nosotros mismos, si no somos capaces de renunciar a un poco de comida, a una golosina, a un rato de televisión. Pensemos bien de que manera utilizaremos nuestra Cuaresma para que la Pascua sea verdaderamente una “Pascua de Resurrección” (Ernesto María).

"Jesús se entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor. Y tú, discípulo de Cristo; tú, hijo predilecto de Dios; tú también debes estar dispuesto a negarte a ti mismo. Por lo tanto, sean cuales fueren las circunstancias concretas por las que atravesemos, ni tú ni yo podemos llevar una conducta egoísta, aburguesada, cómoda, disipada..., -perdóname mi sinceridad- ¡necia! (...). Es necesario que te decidas voluntariamente a cargar con la cruz. Si no, dirás con la lengua que imitas a Cristo, pero tus hechos lo desmentirán; así no lograrás tratar con intimidad al Maestro, ni lo amarás de veras. Urge que los cristianos nos convenzamos bien de esta realidad: no marchamos creca del Señor, cuando no sabemos privarnos espontáneamente de tantas cosas que reclaman el capricho, la vanidad, el regalo, el interés... No debe pasar una jornada sin que la hayas condimentado con la gracia y la sal de la mortificación. Y desecha esa idea de que estás, entonces, reducido a ser un desgraciado. Pobre felicidad será la tuya, si no aprendes a vencerte a ti mismo, si te dejas aplastar y dominar por tus pasiones y veleidades, en vez de tomar tu cruz gallardamente" (J. Escrivá, Amigos de Dios, n.129).

La Cuaresma es tiempo que la Iglesia dedica a la purificación y a la penitencia, recordando los cuarenta días de oración y ayuno con que Jesucristo se preparó para su ministerio público. Es decir, la oración y el ayuno preparan para la caridad. En un mundo que se olvida a Dios y el destino eterno, en el que una ola de hedonismo se extiende entre pobres y ricos, nuestro testimonio y sacrificios importa y mucho para influir, con el ejemplo y por la comunión de los santos, en la nueva evangelización: a través del cultivo la templanza, de la mortificación de los sentidos como por ejemplo la vista, con naturalidad; contra la tendencia a la comodidad; evitando crearme necesidades; en el comer: poniendo el “ingrediente” de la mortificación. Es además un modo de vivir el “bonus odor Christi” –el buen olor de Cristo, que atrae a gente con afán noble, con corazón sincero, con deseos de generosidad.

2. Nuestro Señor Jesucristo para liberarnos del pecado eligió el camino del calvario que conduce a la Cruz en la que entregó su vida por nosotros. La liturgia nos invita a purificar nuestra alma y a recomenzar de nuevo. “Dice el Señor Todopoderoso: Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto con luto. Rasgad  los corazones, no las vestiduras, convertíos al Señor Dios nuestro porque es compasivo y misericordioso” (Joel 2, 12). Nos dirige una invitación imperiosa, porque le apremia la salvación eterna de sus hijos: “Renovémonos y reparemos los males que por ignorancia hemos cometido; no sea que, sorprendidos por el día de la muerte, busquemos, sin poder encontrarlo, tiempo de hacer penitencia” (Bendición cenizas, cf. Bar 3, 2)”. La práctica penitencial se hace especialmente viva en los momentos fuertes como la Cuaresma. El Catecismo nos dice (n. 1438): “Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia. Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras)”. Por eso, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo se observa el ayuno y la abstinencia de carne. Obliga el ayuno a los mayores de 18 años hasta los 59 años cumplidos; la abstinencia a los mayores de 14 años. Los demás viernes del año que no coincidan con una solemnidad, los fieles mayores de 14 años pueden cumplir el precepto de la abstinencia privándose de carne o de otro alimento habitual de especial agrado para la persona; la abstinencia puede suplirse, con excepción de los Viernes de Cuaresma, por un acto determinado de mortificación, de piedad, de caridad, de limosna o de apostolado (Ordo 1998, p. 91). 

3. El ayuno era para entristecerse, llorar, gemir. Pero cuando está Cristo el Esposo los invitados de bodas no podían estar tristes, sino alegres, era un tiempo de regocijo de alegría. Cristo el Mesías había llegado y el reino de Dios se había acercado. Pero vendrán días cuando el esposo será quitado de ellos y entonces ayunarán. ¿A qué se refiere el Señor? Hemos visto como la Iglesia concreta los ayunos en determinados tiempos, pero Jesús más bien hizo lo contrario en su tiempo: simplificar la multiplicidad de ayunos que hacían los judíos. Da el auténtico sentido al ayuno, como muestra de penitencia: “En el Antiguo Testamento se descubre el sentido religioso de la penitencia, como un acto religioso, personal, que tiene como término de amor el abandono en Dios” (Pablo VI). Acompañado de oración, sirve para manifestar la humildad delante de Dios (Levítico, 16, 29-31): el que ayuna se vuelve hacia el Señor en una actitud de dependencia y abandono totales. En la Sagrada escritura vemos ayunar y realizar otras obras de penitencia antes de emprender un quehacer difícil (Jueces 20, 26; Ester 4, 16), para implorar el perdón de una culpa (1 Reyes 21, 27), obtener el cese de una calamidad (Judit 4, 9-13), conseguir la gracia necesaria en el cumplimiento de una misión (Hechos 13, 2). La Iglesia en los primeros tiempos conservó las prácticas penitenciales, en el espíritu definido por Jesús, y siempre ha permanecido fiel a esta práctica penitencial, recomendando esta práctica piadosa.

Además de las mortificaciones llamadas pasivas, que se presentan sin buscarlas, las mortificaciones que nos proponemos y buscamos se llaman activas. Son especialmente importantes para el progreso interior y para lograr la pureza de corazón: mortificación de la imaginación, evitando el monólogo interior en el que se desborda la fantasía y procurando convertirlo en diálogo con Dios. Mortificación de la memoria, evitando recuerdos inútiles, que nos hacen perder el tiempo y quizá nos podrían acarrear otras tentaciones más importantes. Mortificación de la inteligencia, para tenerla puesta en aquello que es nuestro deber en ese momento, y rindiendo el juicio para vivir mejor la humildad y la caridad con los demás. Podemos vivir la compañía del Señor en estos días, de la mano de la Virgen, que espiritualmente estaba unida como nadie a Jesús (F. Fernández Carvajal).