Festividad de la Virgen de Lourdes
Juan 2,1-12:
Virgen de Lourdes, jornada mundial del enfermo: María, salud de los enfermos

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Texto del Evangelio (Jn 2,1-12):

En aquel tiempo, se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».

Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala». Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora».

Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos. 

Comentario: 1.

 Se cumplen 150 años de las apariciones de la Virgen a Santa Bernardita, la vidente de Lourdes, donde la Virgen hizo brotar la fuente que ha curado y sigue curando a miles (más de 66 historias clínicas de curaciones milagrosas científicamente documentadas). Con este motivo, Benedicto XVI concede a los fieles la indulgencia plenaria (durante este año 2008): "La conmemoración del 150 aniversario del día en que María Santísima, revelando a Bernadette Soubirous que era la Inmaculada Concepción, quiso que se erigiese y venerase en Massabielle, cerca de Lourdes, un santuario -se lee en el texto- (...) evoca la serie innumerable de prodigios, mediante los que la vida sobrenatural de las almas y la salud de los cuerpos se han beneficiado de la bondad omnipotente de Dios… Efectivamente, venerando a la Bienaventurada Virgen María en el lugar que "pisaron sus pies", los fieles se alimentan con los santos sacramentos, formulan propósitos de vivir una vida cristiana de mayor fidelidad" y "perciben vivamente el sentido de la Iglesia. (...) Además, la misma conexión de hechos maravillosos que se suceden en el tiempo, deja entrever la acción conjunta de la Bienaventurada Virgen María y de la Iglesia. En el año 1854 se definió el dogma de la Inmaculada Concepción" y "en 1858 María Santísima se apareció a (...) Bernadette Soubirous, utilizando las palabras de la definición dogmática: "Yo soy la Inmaculada Concepción (…). Para que de esta conmemoración se deriven frutos crecientes de santidad renovada el sumo pontífice Benedicto XVI ha establecido la concesión de la indulgencia plenaria" a los fieles según las condiciones habituales (arrepentimiento, confesión de los pecados, comunión y oración por las intenciones del Papa) con las siguientes modalidades:

A) "Si desde el 8 de diciembre de 2007 al 8 de diciembre de 2008 visitarán, siguiendo preferiblemente este orden: 1) el baptisterio parroquial donde se bautizó Bernadette; 2) la casa llamada "cachot" de la familia Soubirois; 3) la gruta de Massabielle; 4) la capilla del hospicio donde Bernadette recibió la Primera Comunión, pasando el tiempo recogidos en meditación y concluyendo con el rezo del Padrenuestro, el Credo, (...) la oración jubilar u otra invocación mariana".  

B) "Si desde el 2 de febrero de 2008 (...) hasta el 11 de febrero de 2008, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes y 150 aniversario de la aparición, visitan en cualquier templo, oratorio, gruta o lugar decoroso la imagen bendecida de la Virgen de Lourdes, expuesta solemnemente a la veneración pública y ante la misma participan en un acto de devoción mariana o al menos se  recogen en meditación y concluyen con el rezo del Padrenuestro, el Credo (...) y la invocación de la Bienaventurada Virgen María".

El documento concluye recordando que los fieles que "por enfermedad o justa causa" no puedan salir de casa o del lugar donde se encuentren podrán obtener la indulgencia plenaria, si con ánimo alejado del pecado y el propósito de cumplir las tres condiciones necesarias apenas les sea posible, los días del 2 al 11 de febrero de 2008, efectuarán "con el deseo del corazón una visita espiritual a los lugares arriba indicados, rezando las oraciones citadas y ofreciendo a Dios con confianza, por medio de María, las enfermedades y dificultades de su vida".

2. María Inmaculada es la obra maestra de Dios; se ha hecho ver en estos últimos 150 años, más necesitados de su protección, a través de sucesivas apariciones: “Yo soy la Inmaculada concepción”, fueron las palabras que la Virgen dijo en Lourdes, a la pequeña Bernadette cuatro años después de la proclamación del dogma. Toda Iglesia está empapada por esta devoción mariana que llena de dulzura nuestra fe. Ella inspira continuamente nuestra devoción, y nos lleva hacia sí, como vemos en las visitas y peregrinaciones a santuarios marianos que jalonan en todo el mundo estos encuentros especiales con Dios como a modo de una montaña santa. Así cada pueblo tiene su santuario que es como el centro al que convergen nuestros pasos cuando hay algo especial en nuestras vidas, a veces como romeros penitentes, o como acción de gracias a poner a los pies de una imagen una alegría, una acción de gracias; muchas de estas veces vamos a pedir su intercesión en favor de necesidades concretas, a las que juntamos otras peticiones por el mundo, la Iglesia, y las personas que llevamos en el corazón. En Lourdes, sin embargo, hay un encanto especial, ahí hay una presencia de María única…

Para todas las peleas de nuestra vida interior y las del mundo, nuestra arma más importante es la oración, rezar. Y mientras le pedimos cosas a la Virgen, le pedimos perdón porque no hemos dado el do de pecho, no hemos hecho todo lo que debíamos, y nos sentimos pequeños en el regazo de ella, que sabemos que nos quiere y no depende de nuestros méritos el que nos escuche siempre, pues somos sus hijos pequeños y ella nos quiere así, tal como somos, y como somos nos entregados, persuadidos de que allí tenemos un lugar seguro y que ella nos protege. Esta es la seguridad de que le podemos exponer con sencillez todas las cosas que llevamos en el corazón, vaciar nuestras penas y alegrías, lo que llevamos, porque ella se deja ganar con una mirada de amor. Y ella nos dará lo mejor, lo que necesitamos, lo que nos conviene.

Ella provee lo que necesitamos, es la que “provoca” el primer milagro de Jesús,  en la escena que hoy contemplamos de las Bodas de Caná, sabe adivinar las necesidades de los demás, y proclama aquel consejo tan sintético y esencial: “haced lo que Él os diga”; ella no sólo nos anima a seguir a Jesús sino también toca nuestro corazón y el de las personas que llevamos a verla, pues el apostolado mariano es señal de predestinación, nos aseguramos la salvación cuando propagamos la devoción a la Virgen María. Y así vemos como fruto de estas visitas volver a los sacramentos de quien quizá se había apartado hace años, con una buena confesión... nos deja siempre una visión clara de la voluntad de Dios, un tomar más conciencia de nuestra entrega, animándonos a superar la pereza, desgana, obstáculos del ambiente. El Santo Rosario, resumen del Evangelio, es una agradable conversación en la que a medida que se desgranan las cuentas con avemarías, se va dejando el corazón calentar al fuego del corazón de la Virgen, y de estas flores que son las palabras de amor que le decimos, ella va transformándolas en frutos de fe, esperanza y amor en nuestros corazones, que nos convierten en personas que dan paz a los parientes, amigos, y obtendremos "una felicidad no pasajera, sino honda, serena, humana y sobrenatural”, como la tuvo la más excelsa de las mujeres: “una criatura existe que logró en este tierra esa felicidad, porque es la labor maestra de Dios: Nuestra Madre Santísima”; ella nos hará participar de su felicidad.

3. María es nuestra Madre y nos cuida. Hoy, en la conmemoración de la Beata María Virgen de Lourdes, se celebra la Jornada Mundial del Enfermo, ocasión que aprovecha Benedicto XVI “para reflexionar en torno al sentido del dolor cristiano y sobre el deber cristiano de ocuparnos de él bajo cualquier situación que se presente. Dicha significativa celebración está relacionada este año con dos acontecimientos importantes para la vida de la Iglesia, como lo manifiesta claramente el tema escogido "La Eucaristía, Lourdes y el cuidado pastoral de los enfermos": el 150° aniversario de las apariciones de la Inmaculada en Lourdes y la celebración del Congreso Eucarístico Internacional en Québec, Canadá. De este modo, se brinda una oportunidad especial para considerar la estrecha relación que existe entre el Misterio eucarístico, el papel de María en el proyecto salvífico y la realidad del dolor y del sufrimiento humano.

Los 150 años de las apariciones de Lourdes nos invitan a dirigir nuestra mirada hacia la Virgen Santísima, cuya Inmaculada Concepción constituye el don sublime y gratuito de Dios a una mujer, a fin de que adhiriese totalmente a los designios divinos con una fe firme e inquebrantable, no obstante las pruebas y los sufrimientos que habría tenido que afrontar. Por esta razón, María es modelo de abandono total a la voluntad de Dios: acogió en su corazón el Verbo eterno y lo concibió en su seno virginal; se fió de Dios y, con el alma atravesada por la espada del dolor (cfr Lc 2,35), no vaciló en compartir la pasión de su Hijo renovando en el Calvario a los pies de la Cruz el “sí” de la Anunciación. Meditar sobre la Inmaculada Concepción de María es, pues, dejarse atraer por el «sí» que la unió admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de la humanidad, y dejarse tomar y guiar de la mano por Ella, para pronunciar también nosotros el "fiat” a la voluntad de Dios con toda nuestra existencia entretejida de gozos y tristezas, de esperanzas y desilusiones, con la convicción de que las pruebas, el dolor y el sufrimiento enriquecen de sentido nuestra peregrinación en la tierra.

No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo y no se puede mirar a Cristo sin advertir de inmediato la presencia de María. Existe un vínculo inseparable entre la Madre y el Hijo generado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vínculo lo advertimos, de modo misterioso, en el Sacramento de la Eucaristía, tal como lo han puesto de relieve los Padres de la Iglesia y los teólogos. “La carne nacida de María, que viene del Espíritu Santo, es el pan que ha descendido del cielo”, afirma san Hilario de Poitiers, mientras que en el Sacramentario Bergomense del siglo IX leemos: “Su seno ha hecho florecer un fruto, un pan que nos ha llenado de un don angelical. María ha restituido a la salvación lo que Eva había destruido con su culpa". Del mismo modo, Pier Damiani observa: “El cuerpo que la Beatísima Virgen generó y nutrió en su seno con cuidado materno, ese cuerpo digo, sin duda y no otro, ahora lo recibimos del sagrado altar, y bebemos la sangre como sacramento de nuestra redención. Esto cree la fe católica, esto enseña fielmente la santa Iglesia”. El vínculo de la Virgen Santa con su Hijo, Cordero inmolado que quita los pecados del mundo, se extiende a la Iglesia Cuerpo místico de Cristo. María – afirma el Siervo de Dios Juan Pablo II – es “mujer eucarística” con toda su vida por lo que la Iglesia, contemplándola como su modelo “está llamada a imitarla también en su relación con este Misterio santísimo” (Enc. Ecclesia de Eucharistia, 53). En esta óptica se comprende aún más porqué en Lourdes al culto de la Beata Virgen María se une un fuerte y constante llamado a la Eucaristía mediante celebraciones eucarísticas cotidianas, con la adoración del Santísimo Sacramento y la bendición de los enfermos, que constituye uno de los momentos más fuertes cuando los peregrinos se detienen en la gruta de Massabielles.

La presencia en Lourdes de numerosos peregrinos enfermos y de voluntarios que los acompañan nos ayuda a reflexionar sobre la solicitud materna y tierna que la Virgen manifiesta hacia el dolor y el sufrimiento del hombre. Asociada al Sacrificio de Cristo, María, Mater Dolorosa, que a los pies de la Cruz sufre con su Hijo divino, es sentida cercana especialmente por la comunidad cristiana que se reúne alrededor de sus miembros que sufren, los mismos que llevan consigo los signos de la pasión del Señor. María sufre con los que están en la prueba, con ellos espera y es su consuelo sosteniéndolos con su ayuda materna. ¿No es quizá verdad que la experiencia espiritual de muchos enfermos anima a comprender cada vez más que “el divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre Santísima, primicia y vértice de todos los redimidos"? (Juan Pablo II, Carta. ap. Salvifici doloris, 26)”.

Al preparar el Congreso Eucarístico Internacional, vemos a Jesús como “pan de la vida”, bajo el lema "La Eucaristía don de Dios para la vida del mundo". Él nos da una solicitud por los que sufren y los enfermos, en los cuales la comunidad cristiana reconoce el rostro de su Señor. En Sacramentum caritatis se dice: "nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse ‘pan partido’ para los demás" (n. 88). De este modo “somos animados a comprometernos en primera persona para servir a los hermanos, especialmente a los que se encuentran en dificultad, ya que la vocación de cada cristiano es ser realmente, con Jesús, pan partido por la vida del mundo.

Por consiguiente, es claro que precisamente de la Eucaristía la pastoral de la salud debe obtener la fuerza espiritual que necesita para socorrer eficazmente al hombre y ayudarlo a comprender el valor salvífico de su sufrimiento”. La Iglesia ve en los hermanos y en las hermanas que sufren como un sujeto múltiple de la fuerza sobrenatural de Cristo (cf. Salvifici doloris). “Unido misteriosamente a Cristo, el hombre que sufre con amor y se abandona dócilmente a la voluntad divina se convierte en ofrenda viviente por la salvación del mundo”. Juan Pablo II afirmaba también que “cuanto más se siente amenazado por el pecado, cuanto más pesadas son las estructuras del pecado que lleva en sí el mundo de hoy, tanto más grande es la elocuencia que posee en sí el sufrimiento humano. Y tanto más la Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo” (ibid.). “El dolor, acogido con fe, se convierte en la puerta para entrar en el misterio del sufrimiento redentor de Jesús y para llegar con El a la paz y a la felicidad de su Resurrección”.

El recuerdo se nos va a 2004, cuando Juan Pablo II acude de nuevo a Lourdes en peregrinación con ocasión del 150 aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, así comenzó a inaugurar las celebraciones del 150 aniversario que ahora llega. La Virgen dijo a Bernardette: “Ve a la fuente a beber y a lavarte”, y queremos ir espiritualmente y beber con devoción, procurando lo que Juan Pablo II nos invitaba a contemplar a María como prefiguradora de la Iglesia, la esposa sin arruga ni mancha, resplandeciente de belleza, que interviene en favor del pueblo de Dios y que constituye para este el ideal de la santidad (cfr. Prefacio de la solemnidad de la Inmaculada Concepción). “Mientras contemplamos a la Madre de Dios subir al Cielo, somos invitados a vivir en una gozosa confianza en la fidelidad de Dios a sus promesas. Pues la Virgen santa es “la aurora de la Iglesia triunfante que guía y sostiene la esperanza del pueblo de Dios todavía en camino» (Prefacio de la solemnidad de la Inmaculada Concepción).