San Juan 13, 16-20:
Jesús, buen pastor, nos hace ver qué es ser persona, y cómo en la Iglesia se realiza la misericordia del Señor en la historiaAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles (13, 13-25):
En aquellos días, Pablo y sus
compañeros se hicieron a la mar
en Pafos; llegaron a Perge de
Panfilia, y allí Juan Marcos los
dejó y volvió a Jerusalén. Desde
Perge siguieron hasta Antioquia
de Pisidia, y el sábado entraron
en la sinagoga y tomaron
asiento. Acabada la lectura de
la ley y los profetas, los jefes de
la sinagoga les mandaron decir:
“Hermanos, si tienen alguna
exhortación que hacer al pueblo,
hablen”.
Entonces se levantó Pablo,
y haciendo señal de silencio
con la mano, les dijo: “Israelitas
y cuantos temen a Dios,
escúchenme: El Dios del
pueblo de Israel eligió a
nuestros padres, engrandeció
al pueblo cuando éste vivía
como forastero en Egipto, lo
sacó de allí con todo su poder,
lo alimentó en el desierto
durante cuarenta años,
aniquiló siete tribus del país
de Canaán y dio el territorio
de ellas en posesión a Israel
por cuatrocientos cincuenta
años. Posteriormente les dio
jueces, hasta el tiempo del
profeta Samuel.
Pidieron luego un rey, y Dios
les dio a Saúl, hijo de Quis,
de la tribu de Benjamín, que
reinó cuarenta años. Después
destituyó a Saúl y les dio por
rey a David, de quien hizo esta
alabanza: He hallado a David,
hijo de Jesé, hombre según mi
corazón, quien realizará todos
mis designios.
Del linaje de David, conforme a
la promesa, Dios hizo nacer para
Israel un salvador, Jesús. Juan
preparó su venida, predicando
a todo el pueblo de Israel un
bautismo de penitencia, y hacia
el final de su vida, Juan decía:
‘Yo no soy el que ustedes
piensan. Después de mí viene
uno a quien no merezco desatarle las sandalias’
”.
Salmo Responsorial 88, 2-3.21-22.25.27:
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad
es eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad, más
firme que los cielos. He encontrado a David, mi servidor, y con mi aceite santo
lo he ungido. Lo sostendrá mi mano y le dará mi brazo fortaleza. Contará con mi
amor y mi lealtad y su poder aumentará en mi nombre. El me podrá decir: ‘Tú eres
mi padre, el Dios que me protege y que me salva’”.
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (13, 16-20):
Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les
dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el
enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís.
No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que
cumplirse
Comentario:
1.
Desde ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la
misión de Pablo y de Bernabé. Los relatos estarán llenos de nombres de
provincias y de ciudades que podremos seguir en un mapa: Seleucia, Chipre,
Pafos, Perge de Panfilia, Antioquía de Pisidia, donde Pablo fue requerido a que
tomase la palabra. En Antioquía de Pisidia -en las altiplanicies de
-“De la descendencia de David, Dios, según su promesa ha
suscitado para Israel un Salvador Jesús”. San Pablo pasa así, espontáneamente,
del Antiguo al Nuevo Testamento. No basta con referirse al pasado. No basta con
repetir o comentar los Libros de
Cuando Pablo predicaba, siempre anunciaba a Jesús como la
respuesta plena de Dios a las esperanzas humanas. Si sus oyentes eran judíos,
como en el caso de hoy, les hablaba partiendo del AT. Si eran paganos, como
cuando llegó a Atenas, les citaba sus autores predilectos y sabía apelar a su
búsqueda espiritual del sentido de la vida. ¿Sabemos nosotros sintonizar con las
esperanzas y los deseos de nuestros contemporáneos, jóvenes o mayores, creyentes
o alejados, para poder presentar a Jesús como el que da pleno sentido a nuestra
vida y a nuestros mejores deseos? ¿Somos valientes a la hora de presentar a
Jesús como
2. – El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha
dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los
enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el
Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de
Y San Agustín llega a decir algo increíble: «Fuera de
Este texto de hoy, continuación del relato del lavatorio
de los pies, en esos 20 primeros versículos del cap. 13 expone la constitución
de la comunidad: es la ley fundamental de la iglesia, por la que deberá regirse.
No se trata, por tanto, de entender en sentido moral el ejemplo decisivo de
Jesús, sino de deducir de ese ejemplo de Jesús y de sus palabras, la ley, el
modelo, la estructura fundamental de la comunidad de Jesús:
¿Mujeres
sacerdote? ¿Quién ha de mandar? El problema que hoy tenemos es que vivimos una
crisis de servicio, se valora el poder, y entonces se ve como injusto no dar
poder por igualdad a todos. Jesús nos habla de otro orden de cosas: el que más
quiera, que más sirva. Se valora la santidad (el amor), el servicio, no el poder
temporal. Cada uno con su carisma, su ministerio. Quizá este fundamento
cambiaría no sólo el orden social, lleno de egoísmo y envidias, sino también la
misma concepción de ministerios eclesiales.
Él está siempre dispuesto, basta con que le franqueemos el
corazón—, nos veremos urgidos a corresponder en lo que es más importante: amar.
Y sabremos difundir esa caridad entre los demás hombres, con una vida de
servicio. “Os he dado ejemplo, insiste Jesús, hablando a sus discípulos después
de lavarles los pies, en la noche de
El
cerebro humano incluye por defecto la capacidad de sentir felicidad, que eso es
imprescindible para la adaptación y la supervivencia: “En cada momento los
mecanismos que regulan el estado de ánimo van recogiendo si disponemos o no de
lo necesario para vivir” (Xaro Sánchez), y en esta inter-actuación
psico-emotivo-somática en “la corteza cerebral es lo que imprime nuestro grado
de bienestar subjetivo”, con algunos “picos” de infelicidad o gozo y en general
un “grado moderado”, de rutina diaria. Junto a esto, se dispone “de una gran
capacidad de adaptación a las contrariedades vitales” (resiliencia). La
felicidad no está en las cosas, sino en nuestra actitud ante ellas (aceptarlas,
para reconducirlas), “procesos íntimos o endógenos”, el hombre sólo puede
experimentar la auténtica felicidad en la propia interioridad (Boecio). Como el
burro detrás de la zanahoria, nos lanzamos a metas que siempre plantean un más
allá, como el mito de Aquiles siguiendo la tortuga (que cuando llega donde
estaba, ésta se ha ido más adelante y es el cuento de nunca acabar). No hay vida
peor que una vida sin esperanza, o una esperanza sin fundamento. Hoy día se ve
que las cosas externas como bienes materiales, dinero, cierto estatus no son
determinantes, la ambición concreta que nos hemos propuesto alcanzar no causa la
felicidad, pero también se confunde la consecuencia con la causa, cuando se dice
que lo crucial es tener ganas de luchar por alguna cosa, cuando en realidad, es
cuando uno está feliz, cuando emprende proyectos con ganas, y no al revés.
La
verdad no cabe en un esquema, pero es necesario integrar los diversos aspectos,
pues si no parece que cada uno tiene su verdad: uno ve la felicidad en la salud,
o la técnica, yoga... ¿verdades? no: verdad, pero la comprendemos de modo
dinámico. Pienso que hay como tres “mónadas” que determinan el
equilibrio-armonía que llamamos felicidad, que va mucho más allá de la
estabilidad emocional, y otros aspectos de la misma: 1) salud corporal-física;
2) mi entorno, la historia y 3) salud interior-psíquica-espiritual. Cada uno de
ellos tiene a su vez 3 puntos, y nos detendremos en el último apartado, porque
al componer lo más esencialmente humano, constituye el secreto de cómo ser feliz
siempre:
1) salud
“física”, determinada, además de cosas más específicas extraordinarias, por
ciertas rutinas cotidianas: a) dormir, b) armonía con las funciones instintivas
físicas (supervivencia personal y de la especie): comer, integrar la sexualidad
dentro del proyecto personal, c) ejercicio físico aeróbico-vascular.
2) salud
“ambiental”, como decía Ortega y Gasset, yo soy yo y mis circunstancias: ésas
son también mi historia: a) familia donde nacemos, que nos viene dada, b)
ambiente en el que vivimos y escogemos-amigos, clase social, etc.; c) ambiente
social, la historia de nuestro tiempo (estamos condicionados por factores
higiénicos y otros de tipo médicos, cultura, deporte, ideas dominantes,
tecnologías, globalización…). En todos estos aspectos, mirando subidos al
gigante de la tradición, vemos más y más lejos…
3) salud “interior”: esta armonía interior comprende: a)
la personalidad genética: introvertida o extrovertida, primaria o secundaria,
racional o sanguínea, flemática o apasionada…;
b) una psicología sana en el modo de afrontar la
vida: visión positiva, adaptabilidad a los cambios, prever algún remanente para
llegar a final de mes… que llamamos también carácter, educado a través de las
virtudes, al hacer cosas buenas nos hacemos buenos, nos vamos configurando en
primer lugar con lo que hacemos, luego con lo que decimos, y en tercer lugar con
lo que pensamos; y c) una espiritualidad llena de trascendencia, las potencias
espirituales (inteligencia, amor y libertad) que es lo más importante y puede
suplir la ausencia de los otros aspectos. No hablamos aquí de quien se aburre
porque tiene falta de serotonina, por una cuestión química, sino que hay una
retro-alimentación entre el sentido de sublimidad que estamos analizando bajo la
óptica de la filiación divina, y la vida en el espíritu y virtudes, que de
alguna manera vemos en toda educación, que básicamente consta de dos elementos:
motivación y esfuerzo. Quien está motivado, se esfuerza, y quien se esfuerza
crece interiormente y se va motivando. Según este esquema, la vida cristiana
tendría como motor de arranque (más o menos consciente) este querer ser dios,
hijos de Dios, que se aviva con su consideración: el sentirse hijos de Dios, que
da alegría y libertad, de ello hablaremos en otro momento.
Todos queremos ser felices, pero no tenemos un
“dispositivo” para conseguir directamente la felicidad: la publicidad muchas
veces engaña, al ofrecer algo muy por encima de lo que da aquel producto.
Tenemos el placer y riqueza y todo esto como sucedáneos que duran poco; la
felicidad hay que buscarla principalmente en las cosas espirituales (conocer y
amar), a través de la potencia volitiva, que está en querer lo bueno: he de
orientar mi vida –como decía Manzoni- no a estar bien, sino a hacer el bien, y
así estaremos todos mucho mejor; es decir no he de querer ser feliz, sino bueno,
y haciendo cosas buenas soy feliz, porque me convierto en bueno. Un «hombre
bueno» es la manera que tenemos de honrar una persona cabal. Al estudiar la
ética filosófica se entiende que el hombre tiende a la felicidad pero ésta
consiste en satisfacer todas sus funciones lo cual implica que a través de sus
facultades superiores puede conocer cómo sentirse realizado (inteligencia) y
cómo realizar esa plenitud (voluntad). Pero la voluntad consiste en el querer y
esta facultad no busca estar bien sino que tiende a través de la libertad
escoger lo que es bueno. Es decir que la voluntad como objeto de sus operaciones
no tiene el ser feliz, sino lo que aparece como bueno a sus “apetencias”. Podría
decirme a mí mismo que “esencial y radicalmente no he de querer ser feliz, sino
bueno. Y es así como “de rebote” seré feliz. En cambio, la búsqueda del placer
me lleva a la insatisfacción. Puede parecer complicado, que la felicidad se
adquiere no directamente sino “de rebote” cuando hago el bien, pero la más cruel
de las desventuras es el engaño de mostrar la felicidad en señuelos pasajeros
que dejan rastro de vaciedad.
Pero aún hay que dar otro paso, pues la voluntad tiende al
bien pero el bien supremo es el amor. Es más, el hombre –imagen de Dios, que es
amor- se realiza cuando –como el modelo de su ejemplar- vive de amor, reconoce
el amor y se dedica a amar, la felicidad es propia de un corazón enamorado, del
que sabe querer. En definitiva, para ser buenos no hay que hacer cosas bien en
un sentido de moral de obligación, sino que se han de unir las dos cosas: el
bien y el amor. Porque ella es siempre la consecuencia -¡no buscada!- de la
propia perfección, de la propia bondad. Y para ser buenos, hay que olvidarse por
completo de uno mismo y querer procurar el bien de los demás, recuerda Tomás
Melendo: “hay que aprender a amar. Únicamente entonces, cuando la desestimemos
plenamente, nos sobrevendrá, como un regalo, como un don inesperado, la
felicidad. El amor, sólo el amor, engendra la dicha”.
El gozo se alcanza siempre al tener lo bueno que se
buscaba, y así desde el placer que es el gozo más sensible hasta el éxtasis
–salir de uno mismo- que es el más sublime. En todos los casos, es siempre
consecuencia de tender a lo que se ve como bueno y cuando se busca el gozo en sí
mismo se aborta.
El goce
de la felicidad es consecuencia del amor, señal de plenitud en la realización
personal, como decía Aristóteles, «querer al otro en cuanto otro», es decir,
amar. O como dice la moderna fenomenología de Gehlen y Plessner: la superioridad
del hombre sobre los animales es la aptitud para olvidarse del propio bien y
querer y procurar el bien de los otros (no pensar en que me quieran, sino en
querer). Entonces volvemos a confirmarnos en que somos imagen de Dios, quien
obra por amor, pone el amor, y quiere sólo amor, correspondencia, reciprocidad,
amistad: y puesto que el hombre es imagen del Dios Amor, se realiza también
cuando ama, cuando vive de amor, y si no, no es hombre, es hombre frustrado,
autorreducido a cosa. Como dice “Gaudium et spes” del Vaticano II, «el hombre,
única criatura terrestre a la que Dios ha amado por si misma, no puede encontrar
su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás», es
decir en el éxtasis, la donación amorosa. El hombre bueno es quien hace el bien
a los demás, y el hombre malo el que es egoísta y perjudica a los demás, pero
entonces se autodestruye pues renuncia a ser hombre. Pero el mal no tiene la
última palabra, existe el perdón: pues el amor es fecundo y tiene frutos, hijos:
la fecundidad del amor es su hijo, que es el perdón. Como fruto del amor viene
la misericordia que mueva a perdonar todo, y entonces es verdad que “amar es no
tener que decir nunca lo siento”, pues está el perdón “englobado” en el amor,
metido dentro de él como al “baño maría”.
Entramos en las últimas reuniones de Jesús con sus
discípulos, conversaciones habidas en el marco mismo de su Pasión... las últimas
confidencias, podría decirse, de alguien que sabe que se va. -Sí, en verdad os
digo: Quien recibe al que Yo enviare, a mí me recibe; y el que me recibe, recibe
a Quien me ha enviado. Hay aquí una cascada de meditaciones. Recibir a un
"enviado" de Jesús, es recibir a "Jesús", y es recibir a "Dios" Es todo el
misterio de